De la Flor Valenciana a Galletas RIO

De la Flor Valenciana a Galletas RIO

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Santiago Salvador, administrador de Fina Flexible Packaging, presidente de Asivalco, Fepeval y Cedaes

– El antecedente de la empresa hay que situarlo en 1917. Mis abuelos tenían en Paterna lo que se llamaba un “almacén de coloniales”; eran pequeños mayoristas de productos de alimentación que abastecían a comercios de los pueblos próximos, Pero, con la primera guerra mundial, todos los fabricantes de pastas para sopas y fideos dedicaron su producción a la exportación y mi abuelo vio la oportunidad de convertirse en proveedor de los cuarteles del Ejército que estaban cerca del almacén. La primera marca con la que comercializaban sus productos no fue RIO, sino La Flor Valenciana.

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– ¿Cuándo adoptaron la marca RIO?

– Eso fue cosa de la segunda generación, mi padre y mis tíos. Leyeron en un artículo que las marcas debían ser lo más cortas y genéricas posible. Vieron que RIO reunía ambos requisitos, así que buscaron a una persona con ese apellido, le pidieron que patentase como marca su propio apellido y luego les vendió dicha marca.

– Usted pertenece a la tercera generación de la saga empresarial. ¿Cuándo se incorporó a la empresa?

– Formalmente me incorporé en el 80, pero toda mi vida, hasta que la vendimos, ha estado vinculada a la empresa. Mis recuerdos de la infancia son de estar jugando en la fábrica entre los sacos de harina y estar ayudando en el reparto.

Mi abuelo murió joven, en el 29, y fue la abuela con sus tres hijos quien se tuvo que hacer cargo del negocio: mi tío Roberto tenía 15, mi padre Gerardo 14 y mi tío Rafael 7. Mi padre se enteró del fallecimiento del abuelo un día cuando volvía en carro de repartir mercancía entre los pueblos próximos. Además, se encontraron con una situación muy complicada, pues el abuelo se había dedicado a la política y había descuidado el negocio; a los pocos días de su fallecimiento, la abuela tuvo que enfrentarse a dos embargos.

– ¿Cuándo empiezan en el negocio de las galletas?

– En 1946, con motivo de la Segunda Guerra Mundial, volvió a repetirse lo que hemos comentado al principio: los principales fabricantes españoles de galletas se volcaron en la exportación y nosotros aprovechamos el hueco para abastecer a los cuarteles del Ejército. Instalamos un horno moruno en el almacén y empezamos a producir galletas. Además de los cuarteles, también se vendían a pequeños comercios.

– ¿Cómo consiguieron pasar de ser un productor local de pastas y galletas, a ser un operador de ámbito nacional?

– Trabajo, trabajo y trabajo. En los 70, ya con la marca RIO y habiendo aplicado una política de expansión mediante mancha de aceite, la marca estaba ya en bastantes puntos de venta. Ese trabajo de expansión comercial lo hizo, sobre todo, mi hermano Gerardo, quien tuvo la visión de ser de los primeros en apostar por la moderna distribución comercial.

Los hipermercados llegaron a España a finales de los 70 y RIO fue de los primeros en trabajar con ellos. Exactamente igual hicimos a finales de los 80 con los supermercados. Puedo decir con orgullo que fuimos de los que estuvimos con Mercadona desde el principio, cuando apenas era una pequeña red local de supermercados.

Para comprender la importancia del cambio que suponía apostar por los nuevos modelos de distribución comercial, y por tanto la visión que demostró tener mi hermano Gerardo, hay que pensar que en España, en 1980, había más de 115.000 puntos de ventas solo de alimentación.

– Ha dicho que su hermano Gerardo ocupaba la Dirección Comercial. ¿Cuál era el reparto de tareas?

– Mi primo Roberto se encargaba del área industrial; yo dirigía la parte administrativa, financiera y de gestión y mi tío Rafael era el director general. Roberto es quien dirigió la fábrica nueva, que estaba a la entrada del pueblo viniendo de Manises, que inauguramos en el 77 y que, en su momento, fue una instalación de las más automatizadas, productivas y eficientes del sector en España.

Y así como Gerardo se encargó de liderar la expansión comercial, yo me preocupe de poner orden y sistematizar el negocio, creando las filiales territoriales de distribución y ordenando la información económico-financiera. Los dos primeros sistemas 36 que IBM vendió en Valencia fueron a nosotros.

– ¿Esos fueron los argumentos que convencieron a Barilla para comprarles la empresa?

– En buena medida. En el 86, cuando se produce la plena incorporación de España a lo que hoy es la UE, las grandes multinacionales empiezan a venir por aquí. La primera visita la recibimos ese año y la venta la cerramos un año más tarde, cuando nos hicieron una oferta económica que no tenía sentido rechazar.

Barilla compró una marca que estaba situada en el 3.er o 4.º puesto del ranking nacional, unas instalaciones perfectamente preparadas para competir y una empresa muy bien estructurada. Por eso pagó lo que pagó.

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