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Transitar a una economía de guerra europea, esencial para la seguridad de la UE

La guerra de Ucrania ha hecho que la industria armamentística europea pase de ser una industria formateada para tiempos de paz -tras el fin de la Unión Soviética-, a una que debe adaptar su producción a los tiempos de guerra.

El 24 de febrero de 2022 estaba claro que ningún país europeo toleraría que las fronteras del continente fueran desafiadas por la fuerza. Por tanto, íbamos a convertirnos en la base de retaguardia de Ucrania, suministrándole las armas y municiones que ella misma no podía producir en cantidades suficientes y con un nivel de consumo de recursos que no se había visto desde la Segunda Guerra Mundial.

Transitar a una economía de guerra europea, esencial para la seguridad de la UE

Unos meses más tarde, varios jefes de Gobierno y de Estado europeos han comenzado a utilizar la expresión «economía de guerra». Esto no significa que dichos países estén en guerra y que todas sus economías tengan que volcarse para apoyar un esfuerzo bélico. En realidad, esto sólo afecta a una parte de nuestras industrias armamentísticas, que tienen ahora que suministrar más material necesario, y más rápidamente.

Redimensionar toda la cadena de suministro

Pero no es una tarea fácil. De hecho, aumentar la potencia de la industria armamentística exige redimensionar toda la cadena de suministros, hasta los componentes y materiales críticos, recurrir a personal cualificado para gestionar la producción adicional e incluso desarrollar nuevas líneas de producción.

Dentro de la Unión Europea (UE), este reto va más allá del ámbito nacional -ya sea francés, alemán o español- y afecta a todos los países europeos. Aumentar la capacidad de producción implica un coste que las empresas sólo pueden asumir si se les dan garantías en términos de demanda. Para ello, se están desarrollando soluciones a escala europea. El objetivo es poner en común las compras de los Estados miembros de la UE.

Por su parte, la Comisión Europea (CE) también está desarrollando medidas para que la compra conjunta de armas se convierta en la norma. Esto servirá tanto para apoyar a la industria armamentística europea como para aumentar la autonomía estratégica, cuya necesidad ha calado desde las últimas declaraciones de Donald Trump, que podrían debilitar la alianza entre Estados Unidos y sus aliados europeos. La Comisión también ha previsto reforzar la política de impulso a la industria de defensa mediante ayudas específicas.

Un duro despertar

A medida que la ayuda estadounidense se agota, los europeos se ven obligados a asumir una mayor parte de la carga ucraniana. Varias capitales anuncian un mayor esfuerzo, mientras la CE prepara su plan de apoyo a la industria de defensa.

Para los europeos, se trata de un duro despertar. Durante los primeros meses de la guerra, pensamos que podrían ayudar a Ucrania simplemente vaciando las reservas de la Guerra Fría. Entonces confiaron en Estados Unidos. Dos años después, los Gobiernos europeos comprenden que eso no será suficiente.

La ayuda estadounidense a Ucrania se ha agotado desde enero. Su reanudación es muy incierta, aunque el presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, quiera mostrarse tranquilizador. Todavía no se ha producido la votación decisiva en el Congreso para desbloquear esta ayuda. Sin embargo, el presidente republicano de la Cámara de Representantes, Mike Johnson, estrecho colaborador de Donald Trump, se niega a incluir el proyecto en el orden del día.

Disipar el «cansancio europeo»

Alemania y Francia firmaron el 16 de febrero pasado acuerdos de seguridad con Ucrania, que prevén diez años de ayuda. La primera ministra de Dinamarca, Mette Frederiksen, hizo un gesto espectacular al anunciar que su país «daría toda su artillería a Ucrania». Suecia también anunció un paquete de ayuda récord de 600 millones de euros.

Estos gestos son un intento de disipar la idea del «cansancio europeo». Pero hay que decir que los europeos subestimamos el coste de la guerra. Si no se realizan las inversiones necesarias de aquí a 2022, no se podrán suministrar el millón de proyectiles prometidos a Ucrania de aquí a finales de marzo.

Según las cifras comunicadas por Josep Borrell, jefe de la diplomacia europea, las entregas serán finalmente de 524.000 unidades, es decir, el 52% del total.

El «milagro» ruso

Al mismo tiempo, la invasión rusa de Ucrania había generado una previsión casi unánime de contracción del PIB ruso en un 10% de aquí a 2022. El Banco Mundial era aún más pesimista, estimando una contracción superior al 11%. Pese a las previsiones, en febrero de 2024, la economía rusa parece ir relativamente bien, incluso mejor que la de los europeos. El Fondo Monetario Internacional (FMI) prevé un aumento del 2,6% del PIB ruso para este año.

¿Dónde enmarcamos este «milagro» ruso? En la conversión total de su economía en una economía de guerra.

Por eso es incomprensible que Europa no haya pasado todavía a una economía de guerra dos años después de que Rusia invadiera Ucrania, a pesar de los riesgos a medio plazo de una derrota ucraniana. La capacidad de producción no ha aumentado realmente, a pesar de que en el frente los ucranianos pueden disparar 1.000 obuses diarios, mientras que los rusos disparan 10.000.

Los contratos a largo plazo con los fabricantes europeos y las compras conjuntas europeas de proyectiles en el mercado internacional son necesarias porque el tiempo se acaba, y el tiempo de Putin también.

Una cuestión de pragmatismo

Cínicamente, no se trata simplemente de una cuestión de solidaridad o de moralidad. Esta necesidad se basa también en la inteligencia y el egoísmo. Si Europa no actúa ahora y el frente ucraniano se derrumba, las preguntas que los europeos tendrán que hacerse dentro de uno o dos años serán infinitamente más dolorosas, porque serán sus soldados quienes se enfrentarán a las tropas de Putin en Ucrania, o en parte del territorio de la UE. Este podría ser el caso en los antiguos Estados satélites de la URSS: los Estados bálticos, Polonia, Bulgaria, etc.

A este respecto, la excusa de los ajustados presupuestos nacionales y la ralentización general del crecimiento en Europa son puntos de vista peligrosos; porque lo que los Estados europeos se niegan a pagar ahora, lo pagarán centuplicado dentro de uno, dos o tres años.

Como «esfuerzos de guerra», es posible prever varias vías de ahorro. La primera sería deducir dividendos de las bolsas de valores. Sin embargo, esto causaría serias dificultades jurídicas y políticas y podría incluso provocar una fuga de capitales. La otra posibilidad sería embargar los 200.000 millones de activos rusos actualmente congelados. Por último, y aún más peliagudo, sería utilizar la «capacidad de endeudamiento común» de la UE, al igual que se hizo durante la epidemia de Covid-19.

Acerca del autor

Frédéric Mertens de Wilmars es profesor y director del Departamento jurídico en la Universidad Europea de Valencia.

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