En el libro “Tal como éramos. La Valencia de los años 70”, el que luego fue primer alcalde democrático de Valencia, Fernando Martínez Castellano, sobrino carnal del fundador, dice: “El imperio de Martínez Colomer creo que llega a su cumbre en 1978. Lo recuerdo perfectamente: éramos 2.135 empleados y facturábamos más de 20.000 millones de pesetas de entonces al año. La empresa tenía 350 vendedores en toda España y 30.000 clientes vivos”. El joven Martínez Castellano, informático de muy temprana hora, era uno de los técnicos encargados de modernizar la estructura. Desde finales de los 60 recorría Europa buscando innovaciones y eficiencia en el incipiente mundo informático.

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“Todas las empresas –dijo en el libro– tienen sus ciclos. Marcol se modernizó, pero seguramente no lo suficiente. Hasta el año 1977, desde luego, la clave estuvo en los bajos salarios. Para mí, el gran secreto de El Corte Inglés está en que se adaptó mucho mejor que nosotros a la legislación laboral: fue el primero en España en saber usar los contratos temporales. Marcol, sin embargo, se ahogó en su propio personal”.

La crisis de la Transición, la de los 70, complicó mucho la estructura de una empresa que había crecido extraordinariamente, en una España que, casi repentinamente, cambió sus costumbres comerciales. Martínez Castellano afirma en el libro: “La crisis de los setenta, la crisis del petróleo, tuvo muchas formas. A nosotros, en Marcol, nos pilló con un gran índice de impagados y, como consecuencia, con unos grandiosos costes financieros”.

La salida de la crisis de Marcol fue la venta del negocio por una peseta a Rumasa, el imperio de Ruiz Mateos. De Málaga a malagón. Es la época efímera en que Galerías Preciados llega a Valencia. Es, en todo caso, el final, la liquidación de una época dorada, de lo que había sido un entrañable imperio comercial valenciano.

Ernesto Martínez Colomer falleció en 1984. De todo cuanto construyó, junto con su esposa Amparo, desde que empezaron a vender medias en 1940, no queda más que las brasas de los recuerdos, entrañables anuncios en los periódicos de antaño y un gramo de nostalgia.