El tiempo parece detenerse en Formentera, donde sólo existen dos carreteras estrechas asfaltadas y el resto de vías son caminos de tierra que apenas permiten el paso de un vehículo.

Nunca se está lejos del mar, sólo en la parte más ancha de la isla es difícil ver las dos costas -levante y poniente- al mismo tiempo.

Formentera es árida, amarilla en el interior, tanto por la tierra como por las hojas de higueras y vides que no acaban de amarrar el color verde.

Es un paraíso de otro tiempo, en el que el 70% de la superficie está considerada territorio protegido, donde no se ha permitido la construcción de grandes hoteles, no existen franquicias ni cadenas comerciales.

Todo en la isla se orienta hacia el conservacionismo y el respeto al medio ambiente. Es posible que no disponga de grandes infraestructuras, pero no sólo no las necesita, sino que su instalación acabaría con el alma de la Pitiusa. Se trata que los residentes y los viajeros vivan en armonía con la naturaleza.

Formentera cuida de sus artistas y artesanos, fomenta el comercio de alimentos orgánicos y sus mercadillos de artesanía tienen fama mundial.

Lo ecológico, lo alternativo tiene aquí su caldo de cultivo ideal. En Formentera se puede practicar el senderismo, el submarinismo, el windsurf o el paseo a caballo. El Consell Insular ha establecido diversas rutas para paseos en bici, a pie o a remo.