Desde hace algunos años el mundo de los viajes vive una revolución a manos del consumo colaborativo. Cada vez más usuarios de plataformas como Airbnb o Blablacar, alquilan alojamientos privados y localizan trayectos en vehículos de otros viajeros. Son plataformas que nos ofrecen alternativas a la industria turística tradicional, y que cada vez tienen mayor acogida entre los consumidores. Pero no a todo el mundo le parece bien que existan y ya comienzan a hacerse oficiales las primeras restricciones.
Airbnb es una plataforma a través de la cual se pueden alquilar habitaciones e incluso pisos completos. La idea surgió en San Francisco, en 2008, cuando la celebración de una conferencia de diseño dejó a la ciudad sin plazas hoteleras. Fue entonces cuando dos de los fundadores de «Air bed and breakfast» (Airbnb) decidieron alquilar tres camas portátiles en su propia casa para obtener un dinero extra.
Airbnb constituye un mercado comunitario basado en la confianza; en él la gente publica, descubre y reserva alojamientos únicos en todo el mundo, ya sea desde su ordenador, tableta o teléfono móvil. Su funcionamiento es sencillo, cuando un particular se decide a alquilar una o varias habitaciones de su piso a un precio competitivo, la plataforma conecta la oferta con la demanda, entonces se produce la transacción mediante una operación bancaria (que garantiza la transparencia del negocio), de la cual la empresa cobra una comisión variable.
Airbnb aumenta la oferta de alojamientos a precios muy competitivos, lo que acaba aumentando la accesibilidad a los viajes para un mayor número de personas, que de otra forma no podrían hacer turismo por causas principalmente económicas. Además los que lo han probado dicen que es otro tipo de turismo más personal y enriquecedor, lo que ha hecho aumentar el número de sus seguidores en los últimos años.
Pero esta revolución de la economía colaborativa en la forma de hacer turismo choca frontalmente contra el sistema establecido y con licencias, normativas e intereses de determinados sectores económicos; en junio del año pasado, Exceltur, la patronal de empresas turísticas, presentó un informe sobre los impactos producidos por los alojamientos turísticos en viviendas de alquiler en España, en el que se acusaba a plataformas como Airbnb de ser cada día un negocio menos particular, y poco a poco más lucrativo que los arrendamientos tradicionales.
La patronal también consideró que una parte importante de los beneficios no se declaraba, constituyéndose un fraude; por otro lado, al estar exento de IVA el arrendamiento entre particulares (no como en el caso de los establecimientos reglados) este tipo de plataformas compite deslealmente; en cambio, si tributasen por este impuesto se podrían obtener más de 300 millones de recaudación adicionales al año.
Otros puntos negativos: provocan un efecto de disminución de viviendas en alquiler en zonas céntricas y atractivas para el turismo, además de no confirmar si se preservan los derechos del turista y de los vecinos, con garantías de seguridad y calidad de las viviendas.
Es innegable su éxito y la evidencia de que los consumidores estaban esperando algo así, además con Internet el negocio plantea muchísimas oportunidades, pero parece necesario establecer una regulación adecuada para evitar que provoque roces con el sector del alquiler tradicional o el hotelero, por ejemplo.
Todo no son trabas, a este tipo de plataformas hay que reconocerles que aumentan los beneficios de las ciudades, gracias al consumo que provoca la llegada de visitantes a una zona, como el gasto en establecimientos de hostelería, tiendas y otros negocios, visitantes que tal vez de otro modo no habrían podido viajar.
A pesar de todo, ciudades como Berlín ya se han aventurado a ponerle coto al alquiler vacacional a través de plataformas tipo Airbnb. Desde el pasado 1 de mayo, la ciudad prohíbe arrendar un apartamento entero por periodos de corta duración sin contar con un permiso oficial. Para los que incumplan la normativa las multas pueden alcanzar hasta 100.000 euros.
Según las cifras facilitadas por Airbnb, alrededor de 20.000 berlineses ofrecieron el año pasado alojamiento a turistas a través de su plataforma y unas 568.000 personas encontraron cama en la capital alemana en la misma página, pero también se da el hecho de que la especulación ha disparado los precios de los pisos, haciendo imposible para muchos ciudadanos el acceso a ellos.
Desde Airbnb aseguran que “vamos a seguir alentando a los políticos de Berlín a escuchar a sus ciudadanos y a seguir el ejemplo de otras grandes ciudades como París, Londres, Amsterdam o Hamburgo y crear nuevas y claras reglas para las personas normales que están compartiendo sus propios hogares”.