Exportar en un mundo en tensión: Así se redefine el mapa del comercio mundial
Ricardo Santamaría, director de Riesgo País en Cesce, alerta sobre cómo la geopolítica y la lógica del poder están transformando el comercio internacional y exigen nuevas estrategias empresariales.

Ricardo Santamaría, director de Riesgo País en Cesce. Imagen: Nacho López Ortiz.
Con tono sereno y la mirada experimentada del que domina su oficio, Ricardo Santamaría, director de Riesgo País en Cesce, desgranó ante los asistentes a la Jornada Economía y Exportación ARVET 2025 los grandes vectores de transformación que están remodelando el comercio internacional. Lejos de tecnicismos, ofreció un análisis preciso y sin adornos sobre el nuevo orden global: más incierto, más fragmentado y profundamente condicionado por la lógica del poder y la seguridad.
Su ponencia, titulada «Impacto de la geopolítica en el comercio internacional», se convirtió en una radiografía del presente y una advertencia hacia el futuro. Santamaría no solo interpretó el rumbo de la economía mundial desde una perspectiva estratégica, sino que dejó claro que los viejos equilibrios ya no funcionan y que las empresas deben prepararse para operar en un entorno en el que los riesgos políticos se han convertido en factores estructurales.
El foro organizado por la Agrupación Española de Empresas Exportadoras (ARVET), que congrega a las principales asociaciones de exportadores —ARVET, ASFEL, ASEBAN y COFEARFE—, se puso el foco en los retos y oportunidades de la internacionalización empresarial. La jornada coincidió con las Asambleas Generales de estas entidades y con la entrega de los Premios ARVET 2025, que reconocen el esfuerzo, la innovación y la trayectoria de las empresas más destacadas en su proyección exterior.
Un mundo impulsado por dos motores
Santamaría identificó dos grandes fuerzas detrás del actual reordenamiento global. La primera, el ascenso de China como superpotencia. La segunda, la profunda crisis interna que atraviesan las democracias occidentales.
Respecto a China, el director de Cesce explicó que su crecimiento no es coyuntural ni accidental, sino parte de un proyecto de Estado a largo plazo, que ha dejado atrás la fase del desarrollo para entrar de lleno en la de la afirmación geopolítica. «Con Xi Jinping, China ha declarado el fin de la etapa de la humillación histórica. Hoy es una potencia que se prepara para liderar el mundo, y lo hace desde una perspectiva de seguridad, autosuficiencia y resiliencia».
Por otro lado, el deterioro de las democracias liberales se manifiesta, según Santamaría, en tres factores fundamentales: la creciente desigualdad económica en las economías avanzadas; el efecto polarizador de las redes sociales, que refuerzan sesgos y debilitan el consenso democrático; y la desconexión entre las élites políticas y las mayorías que se sienten abandonadas por el sistema.
«Ya no es cuestión de ideologías. Los populismos se multiplican a derecha e izquierda, alimentados por el desencanto», afirmó. Y ese caldo de cultivo está poniendo en jaque las bases mismas del orden liberal internacional.
Trump como síntoma y paradigma
En este marco, la figura de Donald Trump ocupa un lugar destacado. Para Santamaría, el expresidente estadounidense —y potencial futuro líder de la Casa Blanca— no es un fenómeno aislado, sino la expresión de una tendencia global: la erosión del multilateralismo, el auge del nacionalismo económico y la ruptura con las reglas de juego que regían el comercio internacional.
«La política económica de Trump no busca eficiencia ni sostenibilidad. Busca votos, poder y control. La sustitución de importaciones, la reindustrialización forzada, el proteccionismo energético… todo responde a una lógica política, no económica», subrayó.
Y advirtió: «Ese camino genera déficits fiscales descomunales, presión inflacionaria y distorsiones globales. Pero eso no parece importar cuando el tablero ya no se mueve por razones económicas».
Una geopolítica sin diplomáticos
Lo más inquietante de esta nueva etapa es, según Santamaría, que «la geopolítica ha dejado de ser terreno exclusivo de diplomáticos». Hoy, dijo, se discute en los consejos de administración, en las cadenas de suministro, en las decisiones de inversión y deslocalización. El comercio internacional está siendo rediseñado desde la lógica del conflicto, no de la cooperación.
En política exterior, Estados Unidos también ha abandonado su papel tradicional. «Ya no lidera desde el consenso, como con el Plan Marshall. Ahora impone. Y esa forma de liderazgo dura mientras se mantenga la fuerza, pero no genera alianzas estables», alertó.
Este cambio ha llevado a una profunda desconfianza incluso entre sus antiguos aliados. Lo que antes eran vínculos estratégicos ahora son rivalidades comerciales. Y en este contexto, la Unión Europea se enfrenta a una decisión clave: ¿quiere ser un actor global o una mera zona de influencia?
Europa ante el espejo
«Necesitamos capacidad industrial, tecnológica, energética y defensiva propia», clamó Santamaría. «Decir que queremos autonomía estratégica es fácil. Tenerla es otra cosa. Y eso solo se consigue con inversión, con planificación y, sobre todo, con voluntad política».
Pero también, insistió, con cohesión. Europa no puede permitirse seguir actuando como una suma de países dispersos. En un mundo multipolar, fragmentado y competitivo, solo tiene futuro si actúa como bloque.
La transformación ecológica y digital se presentan como las grandes palancas para una nueva industrialización europea. «No son una opción, son una obligación. Pero también son una oportunidad», apuntó. Y lo mismo ocurre con el euro, que solo podrá aspirar a ser moneda de reserva global si se acompaña de una auténtica unión bancaria, de mercados de capitales y de una política fiscal común.
Taiwán, Oriente Medio y los semiconductores
Santamaría también abordó los focos más calientes de la tensión internacional. Taiwán, explicó, representa una encrucijada geopolítica entre el dominio marítimo que ambiciona China y la defensa del liderazgo tecnológico occidental, especialmente en el sector de los semiconductores.
«El conflicto en torno a Taiwán podría desencadenar la mayor caída del PIB mundial desde la Segunda Guerra Mundial. Incluso un simple bloqueo comercial tendría un impacto similar al del confinamiento por COVID-19 en 2020», alertó.
Aun así, se mostró moderadamente optimista: «Estados Unidos está trasladando la producción de semiconductores a Arizona. Eso reduce la dependencia de TSMC y abre la puerta a negociaciones más estables».
Sobre Oriente Medio, se mostró más cauto. El drama humano es inmenso, reconoció, pero no se prevé un gran impacto económico, salvo que se dispare el precio del petróleo. «Si llegamos a los 170 dólares el barril, veremos una nueva ola de inflación y subidas de tipos con consecuencias muy serias».
España, una excepción europea
En cuanto a las previsiones económicas, el diagnóstico fue claro: desaceleración global. Estados Unidos y China, motores tradicionales del crecimiento, están perdiendo fuelle. Y eso lastra al conjunto del planeta.
La excepción es España. «Somos uno de los pocos países que ha mejorado sus previsiones», destacó. Las razones: menor dependencia de EE. UU., un sector servicios dinámico y políticas migratorias que sostienen el mercado laboral.
Un cierre con esperanza realista
Pese al tono crudo de muchos de sus análisis, Santamaría cerró su intervención con un mensaje de esperanza. «La única certeza es la incertidumbre, pero también la capacidad de adaptación. Llevamos seis años incorporando escenarios catastróficos, y sin embargo seguimos creciendo y creando valor», afirmó.
Y apeló a lo que llamó «la fuerza de la gravedad»: la idea de que, al final, los desequilibrios tienden a corregirse, y las realidades se imponen sobre las ficciones políticas. «La verdad es más tozuda que la voluntad», sentenció.
La clave, concluyó, está en construir una nueva cultura estratégica europea. «Que entienda que la seguridad ya no es solo militar, sino también energética, tecnológica, económica y climática. Que entienda que no hay soberanía sin industria, ni paz sin justicia social. Que no hay liderazgo sin unidad».
Un llamado rotundo, casi urgente, en un mundo que ya no espera.