Como siempre, antes de acostarme, tomaba un colacao y cotilleaba por alguna red social. Me sorprendió un poco que me salieran dos anuncios para conocer gente tras cómodos pagos sin moverme de casa. Pensé brevemente, porque ya no eran horas, que si el Big Data es tan infalible, por qué yo, por qué a mí, me pedían pasta por ese servicio tan abstracto llamado «conocer gente».

Siete horas después removía el café con leche matutino repasando de nuevo la red social, por si a alguien le había tocado la lotería la noche anterior o había decidido retirarse en el Tíbet (tras comprobar que hubiera cobertura garantizada). Los amables anuncios estaban ahí, y por efecto de la sacudida del café contra mi bulbo raquídeo, recordé que la tarde anterior, de tertulia con unos amigos, dije algo así como que sólo aceptaba en la red a gente que conociera personalmente y por eso no llegaba a 200 amigos registrados. «Vaya», pensé primero. «No, hombre», concluí en medio segundo.

Un par de días después, cenaba con mi novia mientras hacíamos unos tres planes cada diez minutos sobre dónde, cómo y a qué precio nos podríamos escapar una semana de la ciudad antes de que se acabase el verano sin que hubiéramos hecho casi nada (lo más probable). En el postre, mientras ella chateaba con su familia yo seguía reflexionando sobre el Mundial de Fútbol en el aire de la noche, porque las resacas mundiales se me hacen bastante largas. Pasado un rato, miré el móvil y ponía bien grande: «Las 10 mejores playas de Croacia. ¡Más de 1.000 islas y 6.000 kilómetros de playa en el Adriático! ¿Te lo vas a perder?».

Vale, estos dos ejemplos me los acabo de inventar, no son verdad, pero casi. Casi. El último estudio del que he oído hablar sobre la cuestión es de la Universidad de Northeastern de Boston, en el que analizaron más de 17.000 aplicaciones buscando, ojo, micrófonos en tercer plano. No los encontraron, pero sí, en cambio, capturas de imágenes y vídeos que proveen información a terceros sin nuestro conocimiento. Imagino que habrá en marcha muchas más investigaciones en busca de esos micros o de cómo se gestiona esa información que generamos gracias al ambientazo de gente que, al parecer, nos acompaña en nuestros bolsillos junto a los kleenex y las llaves.

Podría citar otros ejemplos que me han pasado y que son verdad, pero no lo hago por, ya se sabe, mantener a salvo mi privacidad, aquella idea tan del siglo XX.