En ocasiones te habla la viña, la bodega y la imagen de una botella. En otras, es el entusiasmo del bodeguero, del enólogo, del propietario; del sabio que está detrás de todo el tinglado. En el caso de Chozas Carrascal, es la suma de todo con el respaldo, eso sí, de unos vinos que han sabido contar su historia, separarse del rebaño y reivindicar un lugar para sí mismos como algo único y perecedero, como todas las grandes cosas de la vida.

[masinformacion post_ids=»48949″]

Están en San Antonio de Requena, a tiro de piedra de la Autovía y del AVE, y mantienen la bodega abierta a todos los amantes del enoturismo que se quieran acercar a conocerlos. Lo que quizá les sorprenda es que, vayan cuando vayan, la acogida, el recorrido por los viñedos y la cata final la realizará un miembro de la familia. Siempre es así, no solo cuando viene algún cliente, periodista o visita VIP.

Es parte de la idea global que supone el proyecto de Chozas Carrascal y un valor añadido en su acción de marketing directo. Para ellos, la relación con el cliente de sus vinos se trabaja de uno en uno. Así se crea una marca de éxito, a tiempo completo y tratando siempre de que la inspiración te llegue en la viña, en la bodega, en una cata.

Todo comenzó con el sueño o el capricho del abuelo Julián López, recientemente fallecido. Compró la finca, 35 hectáreas  de suave desnivel orientado al sur, en las afueras de Requena, y empezó a tejer una idea: reconvertir los viñedos, ponerlos al día y, más adelante, hacer un buen vino.

El apodo de Chozas y el nombre del paraje, Carrascal, fue el primer coupage que hicieron, y ahora la segunda y la tercera generación son los encargados de tirar del carro. La relación con Francia que mantiene la familia, les había metido en el cuerpo la idea del Château, esa bodega en el centro de una finca única, rodeada de viñedo.

Despacio pero sin pausa, y asesorados por el celebrado enólogo francés Michel Poudou, se embarcaron en esta bendita locura que lleva ya unos cuantos años dando grandes éxitos entre la crítica especializada, y que logra exportar el 40 % de la producción a Brasil, Estados Unidos y la Unión Europea.

Además, han conseguido convertirse en una denominación de origen propia, la DO Pago Chozas Carrascal, al justificar la mezcla singular de microclima, suelos y variedades. Eso no les impide mantener otros vinos en la DO Utiel-Requena y elaborar DO Cava.

Vinos de coupage

Lo primero fue el viñedo, manteniendo el mejor bobal centenario y plantando de nuevo. Eligieron una colección de once variedades, incluyendo francesas, siendo así de los pioneros en la zona en apostar por Merlot, Cabernet, Cabernet Franc, Sauvignon, Syrah o Chardonnay.

Apasionados de los vinos del viejo mundo en lo que se refiere a la mezcla de diferentes variedades, vinifican y envejecen por separado, hasta ensamblar los vinos en un panel de cata formado por toda la familia y con el enólogo de árbitro, para que no haya sangre en las discusiones. Al final, el resultado es compartido entre todos, lo que subraya el carácter familiar de la bodega.

“Las Ocho”, por ejemplo, es un vino que cuenta con las ocho variedades tintas de la finca en proporción variable, y que pasa catorce meses en barricas francesas y un año en botella. “Las Cuatro” es un rosado de Merlot, Syrah, Tempranillo y Garnacha, pero lejos de hacer un rosado convencional, lo pasan por barrica durante un mes y así gana complejidad y longevidad. “Las Tres” es un blanco que lleva el Chardonnay y Sauvignon francés fermentado en barrica, acompañadas de la local Macabeo que le aporta frescura frente a tanta estructura.

En todos los casos, lo que buscan es jugar, experimentar, hacer el vino que a ellos les gusta, y diferenciarse de la competencia haciendo marca. Les gusta la modernidad, pero no olvidan el pasado, por eso han apostado por la elaboración a la antigua, en hormigón. Ya cuentan con depósitos troncocónicos y ovoides, más fáciles para trabajar. El acero facilita más las cosas, pero como lo que buscan es favorecer la microxigenación y que los vinos evolucionen, que cada añada exprese al máximo el año climatológico y el terruño, el hormigón da mejor resultado.

Cava Francoespañol

Chozas Carrascal también elabora un cava con esa marca, un brut nature reserva con al menos quince meses de botella. Y, marca de la casa, también mira al norte de los Pirineos al escoger el Chardonnay como la mitad de su vino base.

La variedad clásica de los champanes se fermenta una parte en barrica y se acompaña más tarde con el Macabeo de Requena. Se trata de reinterpretar el vino espumoso partiendo de la variedad autóctona, pero dándole el cuerpo del Chardonnay y, a la vez, una sofisticación que pide cada vez más el bebedor de cava que no se queda en el postre, sino que acompaña toda la comida con él. “Es un cava gastronómico, con un carbónico cremoso”, lo define María José López.

Nuestra anfitriona no se cansa de divulgar las bondades del cava: “Si no sabes con qué maridar una comida, escoge el cava porque va con todo”. Reconoce que en Valencia ha habido “un giro de 180 grados” en la percepción de los cavas valencianos, que han acompañado la calidad de los bodegueros con la “cultura del cava” de los consumidores, y que cada vez más se deciden por él para comer y no solo para brindar, pero que todavía hay que hacer más hincapié en este sentido.

Con este cava y los vinos, Chozas Carrascal es una de las bodegas que ha revitalizado el nombre de Valencia en lo que a vinos de calidad se refiere, colocando su nombre en las cartas de grandes restaurantes y logrando que críticos tan afamados como Peñín respalde con altas puntuaciones todo este esfuerzo.   

Los hijos y nietos del fundador siguen la tradición familiar