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Barómetro de la Recuperación: Vocación y abandono en las aulas de 0 a 3 años

Barómetro de la Recuperación: Vocación y abandono en las aulas de 0 a 3 años
Publicado a 14/05/2025 18:23 | Actualizado a 20/05/2025 18:05

Comprometidos con ofrecer una visión integral del tejido empresarial valenciano, desde el Barómetro de la Recuperación de Economía 3 venimos realizando un seguimiento continuado de los estragos que dejó la DANA del pasado 29 de octubre en el tejido productivo de la Comunitat Valenciana. Nuestro foco no se ha limitado a las grandes empresas o infraestructuras públicas, sino que se ha extendido también a aquellos proyectos empresariales más pequeños y vulnerables, pero no por ello menos fundamentales.

En este contexto, las escuelas infantiles privadas merecen una atención especial: son centros educativos privados que, además de cuidar y formar a los más pequeños, desempeñan un papel crucial en la conciliación familiar y en el funcionamiento del sistema productivo. En este reportaje profundizamos en la situación de varias escuelas infantiles ubicadas en municipios como Catarroja, Massanassa o Paiporta, algunas de las zonas más castigadas por el temporal.

Más de seis meses después, muchas de estas escuelas siguen sin poder reabrir o lo han hecho a duras penas, arrastrando deudas, pérdidas materiales y una sensación de abandono por parte de las Administraciones. Lo que une a todas ellas es la falta de un marco claro de actuación, la confusión burocrática y, sobre todo, la ausencia de reconocimiento institucional hacia un sector que, pese a su indiscutible función educativa, sigue siendo tratado como un servicio asistencial.

Mamá Pato (Paiporta)

«Le dije a mi hermana: Olvídate del cole, esto no lo reflotamos». Con estas palabras recuerda María Castells, dueña de la escuela infantil Mamá Pato (Paiporta), los días posteriores a la DANA. Castells, junto a su hermana Charo, es propietaria de esta escuela infantil con más de 30 años de trayectoria, donde el agua llegó a superar los dos metros y medio de altura. Al estar ubicada en la parte más baja de Paiporta, la escuela quedó completamente arrasada, «de suelo a techo», rememora María Castells.

La directora asegura que han tenido que empezar «de cero», ya que tras las inundaciones no quedó absolutamente nada en el centro: «Cuando digo nada, es nada, ni fontanería, ni calefacción, ni electricidad».

Las dos hermanas estuvieron a punto de no volver a abrir la escuela debido a los numerosos obstáculos surgidos desde el día de la tragedia. Primero apareció un agujero en el edificio y la UME les prohibió el acceso. El Consorcio de Seguros, además, ha sido «una pelea», y no fue hasta el pasado 19 de marzo cuando les asignaron un perito. Las obras de reconstrucción comenzaron a finales de ese mes y, apenas hace unos días, lograron recibir un primer adelanto económico. Hasta entonces, todo el dinero ha salido de su bolsillo y de donaciones particulares. «El otro día una chica me dio 300 euros y con eso he comprado los reproductores de música», señala.

En estos momentos, las trabajadoras del centro —seis tutoras, tres personas de apoyo en el comedor y la cocinera— se encuentran todavía en situación de ERTE, a la espera de que la escuela reabra sus puertas, previsiblemente el próximo mes de julio. Sin embargo, María y su hermana Charo no perciben ningún ingreso, aunque continúan pagando su cuota como autónomas. «Eso no nos lo han solucionado. Aquí todo sale, pero nada entra», lamenta María Castells.

En cuanto a la implicación de la Administración pública, la dueña explica que la Conselleria de Educación abonó en noviembre una ayuda correspondiente a la enseñanza subvencionada, destinada a los niños que no asistieron a clase. «No hemos recibido nada más. Entiendo que somos una escuela privada, pero no se han preocupado nada», critica.

María, de 59 años, y Charo, de 61, se plantearon «seriamente» no volver a abrir el centro. Han pasado meses difíciles en los que incluso les ha costado conciliar el sueño. «Esto es lo que sabemos hacer, lo que nos apasiona, es nuestro sueño. ¿Y ahora, con 59 años, a dónde vas? ¿Quién te va a contratar?», se pregunta.

Más de medio año después de la DANA, el coste emocional de la tragedia sigue siendo palpable. No obstante, María asegura que, por ahora, el hecho de tener la mente ocupada con la reconstrucción les impide pensar demasiado en todo lo vivido. «Creo que cuando bajemos el ritmo en agosto empezarán a aflorar muchas cosas, porque ahora tenemos la mente centrada en salir adelante», concluye.

Escoleta de Maru (Catarroja)

Han pasado más de seis meses desde que la DANA del 29 de octubre arrasara buena parte de la comarca de l’Horta Sud. En Catarroja, una de las llamadas «zonas cero», el paso del agua dejó tras de sí decenas de infraestructuras públicas y privadas inutilizadas. Entre ellas, la Escoleta de Maru, que a día de hoy sigue sin poder reabrir sus puertas.

Ana Pérez, su directora, relata con firmeza y un punto de resignación la situación: «No hemos podido volver a abrir todavía por el retraso de las ayudas del consorcio. Todo lo que hemos hecho hasta ahora ha sido gracias a la solidaridad de entidades privadas». La imagen que describe de lo ocurrido es devastadora, especialmente teniendo en cuenta que se trata de un centro educativo: «La riada entró por una puerta y salió por la otra, llevándose todo el mobiliario y causando daños estructurales graves».

A pesar del panorama, el equipo de la escoleta decidió ir más allá de una simple reparación: «Nos hemos dado cuenta de que no basta con volver a abrir. Trabajamos con niños muy pequeños y no podemos permitirnos que haya humedades o fallos estructurales. Hemos decidido mejorar lo que teníamos».

Esta visión de futuro, sin embargo, choca con la falta de apoyo institucional. Ana recuerda que desde hace años las escuelas infantiles del municipio están organizadas en una asociación para poder coordinarse ante la ausencia de directrices claras por parte de las Administraciones. «Ni Conselleria ni el Ayuntamiento nos guían, más allá de los aspectos burocráticos. Somos nosotros quienes tenemos que actuar por nuestra cuenta y riesgo».

Una de las grandes reivindicaciones del sector es ser reconocidas como parte integral del sistema educativo. Aunque desde hace unos años la escolarización de 0 a 3 años está subvencionada por la Generalitat, Ana lamenta que esa incorporación al sistema aún no se refleje en el trato recibido: «Queremos que se nos tenga en cuenta en el Consell Escolar, en las decisiones sobre Educación. Somos educación desde cero años».

El día de la DANA, Ana y su equipo recibieron un aviso por WhatsApp desde la concejalía de Educación de Catarroja, solo con información relativa a los colegios públicos. «Nuestros niños no se pueden ir solos a casa, y no puede ser que tengamos que ‘hacer lo que queramos’. Hablamos de que mi centro tiene capacidad para 41 niños. Por suerte, tomamos la decisión de cerrar a tiempo, pero otras compañeras no tuvieron esa posibilidad».

La falta de coordinación institucional se ha visto paliada por la red de colaboración entre las propias escuelas infantiles de la zona. «Hemos conseguido reubicar a los niños en centros de Torrent, Picassent, Valencia y la propia Catarroja. Hemos sido las propias escuelas quienes hemos gestionado todo esto. Por eso insistimos en que se considere el primer ciclo de Infantil como parte esencial del sistema educativo. Porque lo somos».

Escuela Infantil Bubo (Catarroja)

Silvia Domingo, administradora de Proyectos Educativos de la Escuela Infantil Bubo, recuerda con claridad cómo actuaron tras el desastre: «Nos pusimos las pilas desde el primer momento para buscar presupuestos. Sabíamos que todo el mundo iba a necesitar obras, así que nos movimos rápido. Tuvimos algo de suerte, y eso nos permitió reabrir pronto».

Pero lo que vino después no fue tan sencillo. El dinero que llegó del Consorcio de Compensación de Seguros apenas cubrió una parte de los daños materiales. «Nos pagaron una miseria por las pérdidas de equipamiento. Al menos fueron rápidos», cuenta Silvia. Lo más significativo, dice, ha sido el apoyo del sector privado: «Gracias a esas ayudas hemos podido recuperar mucho del material perdido».

La escuela, como otras de la zona, decidió cerrar siguiendo el ejemplo del Consistorio, que decretó el cierre de los centros públicos. Pero ahí empezó también el sentimiento de abandono: «Estamos en tierra de nadie. Somos centros educativos dependientes de la Conselleria, pero al ser privados, quedamos fuera de muchas ayudas». La comunicación con la Administración es uno de los grandes escollos. Silvia describe el caos: «Las indicaciones de Conselleria eran confusas, y la información nos llegaba tarde o teníamos que buscarla en su web. Todo lo hemos ido descubriendo por nuestra cuenta».

Actualmente, Bubo ha vuelto a abrir, pero con restricciones. «Tenemos un límite de plazas que se nos queda muy corto. Parece que las Administraciones piensan que los niños nacen a partir de los tres años», lamenta. «Los servicios e instrucciones son para entidades públicas a partir de esa edad, pero los niños de cero a tres también tienen derechos. No entendemos por qué se ignora esta etapa». Uno de los problemas más recientes ha sido la falta de agilidad en la gestión de matrículas: «Abrimos el 19 de febrero, pero Conselleria solo nos reconoció a partir del 1 de marzo. Los niños que llegaron antes no fueron dados de alta oficialmente, y tuvimos que asumir ese coste de nuestro bolsillo».

Por suerte, el episodio de la DANA ocurrió a última hora de la tarde, y no había niños en el centro. Pero la responsabilidad de cerrar recayo exclusivamente sobre las escuelas. «Estamos en un limbo. A veces somos educación, a veces poco más que entes extraños. Necesitamos otro estatus. Si somos centros educativos, que se nos trate como tal. La Constitución Española reconoce el derecho a la educación desde el nacimiento».

Silvia pone el dedo en la llaga: «El problema es que no es una etapa obligatoria, y no hay suficientes centros públicos. Funcionamos porque detrás hay gente con vocación. No podemos regirnos solo por criterios de rentabilidad». Seis meses después, aún no han recibido ni una llamada por parte de la Generalitat Valenciana: «Ni una. Nos sentimos totalmente abandonadas. Somos un servicio fundamental, no solo para los niños, también para las familias. Sin nosotras, muchas personas no podrían conciliar ni trabajar».

Menuts (Massanasa)

Menuts es una de las escuelas infantiles que han logrado reabrir tras el paso de la DANA, y lo han hecho además en un tiempo récord. El centro ubicado en el casco urbano de Massanassa reabrió sus puertas el 11 de noviembre, mientras que el situado junto al polígono industrial del municipio lo hizo el 16 de diciembre.

La propietaria de las escuelas Menuts, Elena Morales, destaca que haber sido propietaria de los locales y contar con recursos económicos propios para afrontar la reconstrucción fueron factores determinantes para poder reabrir cuanto antes. «Yo no habría podido reabrir solo con lo que me ha dado el Consorcio», asegura.

«La gente necesitaba dejar a los niños. Somos una empresa de servicios, nos pusimos las pilas y conseguimos abrir primero la escuela del pueblo para dar servicio a los dos centros. Como no venían todos los niños, comenzamos ofreciendo el servicio desde uno solo», explica.

En su caso, los trabajadores no tuvieron que acogerse a un ERTE, ya que el personal de un centro fue reubicado en el otro. La escuela más próxima al polígono fue la más afectada por la riada, debido a la gran cantidad de barro que entró en las instalaciones.

«Al ser tan corrosivo, todo tuvo que tirarse: cunas, hamacas, ordenadores, lavadora, lavavajillas… todo. Y lo que no se rompió en ese momento, acabó estropeándose después por la humedad», subraya.

En cuanto al Consorcio de Seguros, señala: «Puedo dar gracias porque hay gente a la que todavía no le han pagado, y a mí sí». No obstante, aclara que, más allá de los seguros —«que si pueden darte menos, te van a dar menos»—, fue fundamental la ayuda recibida de muchas familias y organismos a través de donaciones. «De eso aún no me he recuperado, de la cantidad de gente que nos ayudó», añade emocionada.

Sin embargo, lamenta que la Administración «tardó un poco» en reaccionar, y que la ayuda recibida, de 5.000 euros, cubría solo una parte muy pequeña de los desperfectos.

Elena Morales insiste en varias ocasiones en que su principal objetivo ha sido que los padres y los niños «estuvieran contentos», y que su esfuerzo se ha centrado en eso. «Desde el principio he querido transmitir tranquilidad. Para mí era importante que no vieran lo que pasaba fuera. Estar en casa viendo todo lo que ocurría era muy difícil, pero entrabas en la escuela y era otro mundo», concluye.

Piezas clave del ecosistema educativo

La reconstrucción tras una catástrofe natural no solo se mide en metros cúbicos de barro retirado o en millones de euros en ayudas gestionadas. También se mide en resiliencia, en el tiempo que se tarda en volver a abrir una puerta, en la energía emocional invertida en no tirar la toalla y en el coste personal que muchas de estas emprendedoras —porque la mayoría son mujeres— han asumido para mantener vivo un proyecto educativo. Las escuelas infantiles aquí retratadas no solo han tenido que rehacerse físicamente, sino también sostener a sus equipos humanos, a las familias que dependen de ellas y, en muchos casos, a sí mismas.

Más allá de los muros de estas escuelas se extiende una reflexión de mayor calado: ¿qué lugar ocupa la etapa educativa de 0 a 3 años en nuestra estructura social y económica? Si estas escuelas son esenciales para que miles de familias puedan conciliar y para garantizar la igualdad de oportunidades desde la primera infancia, ¿por qué siguen sin el respaldo institucional que merecen?

La DANA ha dejado al descubierto no solo las deficiencias de los sistemas de prevención o respuesta, sino también la necesidad urgente de replantear el estatus de estas escuelas como lo que son: piezas clave del ecosistema educativo.

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