Jueves, 25 de Abril de 2024
Pulsa ENTER para buscar

Alicante -Washington, la odisea de viajar hasta casa

Paqui Lillo, Periodista y en residente en Estados Unidos

Miradas furtivas, la cabeza gacha. Todos sospechamos de todos, hasta de uno mismo. El silencio y la confusión lo domina todo. Pasajeros deambulando por las terminales, algún atrevido que se toma un café en mesas lo más separadas posibles, tiendas cerradas, otras abiertas que quieren hacer el agosto.

Lo que importa es llegar al destino, cueste lo que cueste y no me refiero sólo económicamente sino al tiempo. Cruzar medio mundo si es necesario, pero llegar.

Primera parada Madrid. Todo en orden. La conexión de vuelos es correcta y hay pocas aglomeraciones. No puedo evitar un suspiro de alivio. Entonces, piensas en tu familia, divididas por el charco y sigues hacia el siguiente control.

La afluencia de personal varía según se acerca la hora de embarque, pero lo que no varía son esas sonrisas temblorosas, donde todos nos cubrimos la cara con cualquier cosa que tenemos a mano. En mi caso utilizo un fular que me dio mi hermana.

Parece invierno porque los jerséis de cuello alto abundan entre los pasajeros. Para muchos es su mascarilla personal. Dicen que no sirve de mucho, más bien de nada, pero da seguridad, te sientes más cerca de la salvación. Iba también provista de guantes de latex. Tenía 3 pares que me había dado mi otra hermana, uno para cada vuelo que iba dejando atrás.

En cada sala de espera de cada puerta de embarque todos escribimos impulsivamente, sin control, pidiendo un consejo, un “ojo” amigo que te leyera, que sintiera esa respiración pausada cuando cruzabas otro control de pasaportes, o ese texto a hurtadillas con emoticonos de estupor justo antes del interrogatorio del oficial de seguridad de turno.

Segunda parada Londres. La distancia de seguridad es más estricta, pero agradeces que el personal te oriente y te dirija a la siguiente parada. Ahora entiendo el valor de haberme sacado los papeles para vivir en Estados Unidos. Todo es más fácil, porque, de alguna manera, eres uno de los suyos, o al menos eso crees.  Y no te sientes como uno de aquellos pobres emigrantes que intentaban llegar a la isla de Ellis allá por el 1900 en busca de una nueva vida en América. Al menos nadie de nosotros teníamos ampollas en los pies, aunque sí corazones acongojados y preocupados.


Por fin anuncian mi puerta de embarque. Todos en las colas, ya la distancia de seguridad no importaba. Un miembro de la compañía aérea anuncia que sólo ciudadanos y residentes legales podían embarcar en ese avión

En el avión, una niña tose y su madre aterrorizada le cubre la boca y le dice en voz alta que se cubra con el pañuelo que le ofrece. Todos se giran hacia ellas, ¡Ay, si las miradas matasen!

Al llegar a Heathrow, en las puertas de embarque a Nueva York y Chicago, se hace patente el primer caos. Colas en los mostradores para gestionar cambios, pues ya solo en 13 aeropuertos pueden aterrizar vuelos procedentes de los países donde el coronavirus se ha expandido como la pólvora. Entonces veo como el número de vuelos cancelados va en aumento en las pantallas. Respiro hondo, el mío no aparece entre ellos.

Por fin anuncian mi puerta de embarque. Todos en las colas, ya la distancia de seguridad no importaba. Un miembro de la compañía aérea anuncia que sólo ciudadanos y residentes legales podían embarcar en ese avión. No importaba si se había estado en países de alto riesgo como Irán, China, Italia o España. No se hacían preguntas. El pasaporte azul estadounidense y la famosa “tarjeta verde” era nuestro verdadero billete de entrada.

Eché un vistazo rápido a mi alrededor: era difícil describir la expresión en los rostros de los pasajeros ¿estábamos a salvo o estábamos todos en peligro?

El avión estaba relativamente lleno. Nueve horas después aterrizamos en Dulles International Airport, ni que decir tiene que esta vez nadie aplaudió como en otras ocasiones después de un vuelo transatlántico.

Última parada, llegaba la hora de la verdad. Entonces, fue la avalancha de conexiones con el móvil. Todos nos afanamos en pasar de la tecla de modo avión al On. Familiares, amigos, conocidos, todos comunicándose vía Whatsapp.


Los típicos interrogatorios de cinco minutos se redujeron en esta ocasión a una pregunta: ¿Dónde ha estado?

Había estudiantes universitarios llamando a sus padres, sonriendo triunfadores porque otros amigos no habían corrido con la misma suerte. Sus vuelos habían sido desviados, devueltos al país de origen y todavía no habían embarcado con destino a USA, pero nosotros ya estábamos pisando suelo estadounidense.

Se oían los anuncios en las pantallas de las televisiones sobre las atracciones culturales y turísticas, nadie les prestaba atención. Las miradas dirigidas al suelo, al paso de cada pasajero avanzando lentamente en esa cola interminable. Tres horas de espera, exhaustos, bostezando, pero nadie tosiendo y cada vez un poco más cerca del oficial de turno con guantes y mascarilla.

Los típicos interrogatorios de cinco minutos se redujeron en esta ocasión a una pregunta: ¿Dónde ha estado? De nuevo silencios sepulcrales, miradas furtivas y confusión. Monosílabos, el click de la fotografía de rigor, las huellas digitales y nos enviaban a otra cola, esta vez más reducida donde unos sanitarios nos tomaban la temperatura, después de estar compartiendo techo durante horas con miles de seres humanos.

Por debajo de los 99º F, sin tos, sin estornudos, sólo había una recomendación: 14 días en cuarentena. Daba igual, ya habías estado expuesto en la vieja Europa. La directriz era no salir de casa, solo lo puedes salir imprescindible.

Con un documento firmado para entregar de nuevo al agente de aduanas, el interrogatorio y el control llegaba a su fin. Desde allí atisbé mi maleta, la salida por fin y todos nos dirigimos a ella sin dudarlo, a paso ligero.

Nuestro vuelo Londres-Washington había sido como nuestro Winnipeg, el vuelo de la esperanza del siglo XXI. Ahora solo cabe esperar que todos cooperen aquí también, porque esto es una crisis mundial real y desgraciadamente no es el guion de una película de ciencia ficción.

Así que tras 48 horas cambiando vuelos y trayectos y otras 24 horas de vuelos, llegué a casa, sintiéndome afortunada. Me quedo en casa y lo hago pensando en todos los que no han llegado.

Turismo-sostenible
ESAT-ranking1-300
Caixa Ontinyent emancipar-te
Ruta de las barracas Alcati

Dejar una respuesta