Fernando Sánchez Castillo cambia muñecos de guerra por post-its en el IVAM

Fernando Sánchez Castillo cambia muñecos de guerra por post-its en el IVAM

La primera víctima de la guerra es la verdad. No todos los tópicos responden a realidades, pero desde luego este sí. Sobre la icónica imagen Muerte de un miliciano atribuida a Robert Capa y Gerda Taro, a día de hoy se duda si la foto en realidad fue obra de alguno de ellos dos o si se la apropiaron; parece casi demostrado que el miliciano no estaba cayendo abatido en ese momento, sino posando; en definitiva, lo único casi, casi seguro (pero tampoco mucho) es que el hombre era natural de Alcoi.

«Si lo que estamos viendo es verdadero o falso es un misterio que pertenece al propio juego del arte. Aunque la foto de Capa-Taro sea falsa, no por eso es menos válida», afirmó Fernando Sánchez Castillo (Madrid, 1970), creador la exposición Fake Games. El monumento colectivizado, que se presentó ayer en el IVAM. Para el artista, el miliciano es la figura más icónica de la Guerra Civil porque «por su postura parece un Cristo al que le falta la Virgen detrás para convertirse en una ‘Pietá'».

«Fake Games es un proyecto específico para el IVAM, como todos los que exhibimos en la Galería 6«, declaró el director del museo, José Miguel G. Cortés, quien añadió que «la obra de Fernando Sánchez Castillo ha recorrido medio mundo y es la primera vez que expone en València».

Fernando Sánchez Castillo

El comisario Miguel Caballero, el coordinador Ramón Escrivà, el director José Miguel G. Cortés y el artista Fernando Sánchez Castillo. | E3

La instalación principal de la muestra es una «brigada» de 4.000 pequeñas figuras del famoso miliciano anónimo convertidas en pequeños juguetes, fijos y con plataforma para que se queden plantados, es decir, a la antigua usanza de los soldaditos de plástico. Es lo que Sánchez Castillo denomina monumento expandido, sin pedestal, a escala de juguete y que busca el intercambio con la ciudadanía. De hecho, a la entrada de la galería hay post-its y bolígrafos a disposición de los visitantes. Quienes así lo deseen, y sean mayores de 15 años -la edad mínima que se estableció para apuntarse a las milicias- podrán llevarse una de las figuritas a cambio de dejar una reflexión personal, no necesariamente vinculada a recuerdos de sus abuelos o bisabuelos sobre la Guerra Civil aunque la escena invite de una forma más que evidente a ello.

Así, como dijo el artista, «lo que vaya a quedar al final de la exposición será un sorpresa»; por tanto, «es una obra abierta, un monumento colectivizado». G. Cortés, por su parte, definió este ejercicio como “otra manera de estar en un museo, que hace que se replantee sus funciones; vamos buscando nuevas maneras de interacción”.

En palabras de Miguel Caballero, comisario de la exposición, «Fernando Sánchez Castillo ha utilizado una inspiración muy valenciana como es el juguete, tan tradicional tanto en València como en Alicante”. La contraposición de la instalación de los pequeños milicianos frente a la monumentalidad clásica no es sólo una cuestión de tamaño, sino también discursiva: «En los grandes monumentos el discurso es cerrado, pero los juguetes pequeños están abiertos a ser reinterpretados por quienes juegan con ellos”.

Este elemento es, sin duda, el gran protagonista de la exposición. Pero no se queda ahí. También se exhibe un miliciano de juguete auténtico de la época de la guerra, que pertenece al Museo del Juguete de Cataluña, en Figueras. Esa figura procede de una de las más importantes fábricas de juguetes de Ibi, que los trabajadores colectivizaron durante los años de la contienda. Este muñeco de hojalata es el único modelo que ha llegado hasta nuestros días, ya que tras la victoria de Franco, quienes tuvieran alguno se tuvieron que deshacer de él rápidamente. Un simple juguete pasó a convertirse en una amenaza vital.

Francisco Sánchez Castillo

Fake Games. El monumento colectivizado. | E3

Así, juega te que juega, se sube a la segunda planta de la galería donde descubrimos que los límites entre la guerra y el juego -esas batallitas que montábamos de niños con nuestros muñequitos de indios y vaqueros, o con los videojuegos tan guays- llegaron mucho más lejos de lo que cualquiera hubiera podido imaginar en guerras reales de los Siglos XIX y XX. Reunidas en vitrinas se muestran alrededor de 700 fotografías con soldados retratándose, en momentos de descanso, haciendo como que se matan entre sí o que ya se han muerto. Jugando a la guerra en la guerra. Muriendo de mentira un rato y puede que de verdad al siguiente. Una risa. Bueno, algo habría que hacer para matar el tiempo. (Ya paro).

“La necesidad de representarse muriendo o matando”, la calificó Fernando Sánchez Castillo como “souvenirs de la propia muerte” que forman parte de «la cotidianidad de la guerra que no se muestra en los libros de Historia”.

Todo es poco para subrayar la puerilidad de la guerra. El infantilismo enfermo de matarse o morir por un ponme ahí unas fronteras, devuélveme lo mío que te crees que es tuyo o un quita ese dios de ahí que vengo yo con el único y verdadero; si te mato bien y si me matas también, porque pondrán mi nombre a una calle o me harán un monumentazo bien grande. En teoría, pueden recoger su pequeño miliciano a cambio de su reflexión sobre fondo amarillo hasta el 1 de marzo, pero me da la impresión de que habrán volado mucho antes.

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