Viernes, 19 de Abril de 2024
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Inversión, competitividad y costes laborales

Profesor de Economía de la Universidad Cardenal Herrera CEU

Enrique Lluch

Durante los días que me pongo a escribir este artículo he oído en la radio cómo nuestro presidente ha ofrecido a empresarios japoneses la gran oportunidad que supone para ellos invertir en España, debido a la bajada de nuestros salarios y a la ventaja comparativa que esto nos da con respecto a la inversión en otros países europeos.

Más allá de la polémica que estas afirmaciones han generado (con las posteriores declaraciones del ministro Montoro en el Parlamento y la réplica de los representantes de la oposición), querría hacer una reflexión sobre esta manera de competir en un entorno global. Y antes de comenzar con ella quiero recordar que, al mismo tiempo, vieron la luz informes sobre la valía de los aprendizajes de nuestros jóvenes en el sistema educativo en cuanto a capacidad lectora, matemática y de otras materias. Nuestros resultados se encuentran entre los peores de la Unión Europea.

Parece que estamos vendiendo trabajadores baratos y no demasiado bien formados ¿Es esto lo que nos interesa?

Competir por precios

Quiero empezar indicando que pensar que somos atractivos por nuestros bajos costes salariales es abundar en un error que, considero, ha sido más general de lo que desearíamos. Me refiero a mantener la idea de que tenemos que ser un país que compita en el entorno internacional, por los bajos precios de nuestros productos y del factor trabajo.

Si bien es verdad que esto pudimos hacerlo bien cuando contábamos con una moneda propia que se devaluaba constantemente, abaratando nuestros bienes y servicios con respecto a los de otros países, llevamos un tiempo lo suficientemente largo con el euro para saber que esto ya no es posible.

De hecho, este ha sido uno de los grandes errores estratégicos que mantenían muchas de las empresas que se han venido abajo en los últimos años. Hemos pensado que no podíamos competir por precios contra las importaciones asiáticas (cosa que es cierta), y hemos dejado de hacerlo, cerrando industrias y centros de producción que empleaban a gran número de personas.

Las empresas que no pensaron así, las que se dieron cuenta de que sus competidores no son las empresas asiáticas sino las europeas, los que vieron que ahí era donde podemos gozar de ventajas comparativas si buscamos un producto con mayor valor añadido y a un buen precio, son las que han podido superar sus malos momentos de una manera más exitosa.

Pero este no es el único motivo que me impulsa a opinar que esta estrategia es equivocada y no puede dar sabrosos frutos a largo plazo. También deberíamos pensar sobre qué clase de inversión nos conviene en nuestro país.

Las inversiones que interesan

Aunque algunos puedan pensar que nos interesa cualquier clase de inversión sea la que sea, yo no lo veo así. Cuando un inversor viene a hacer dinero a nuestro país gracias a sus bajos salarios, pueden suceder, por lo menos, dos cosas que creo que no son convenientes para nosotros.
Por un lado, seguramente traerá aquellas partes del proceso productivo que menos valor añadido tienen (donde más interesante es el trabajo barato), por lo que la recepción de conocimiento y los efectos multiplicadores de la inversión serán menores. Por otro lado, en el momento encuentre países más baratos, seguramente cambiará la ubicación de sus plantas industriales hacia ellos, lo que hace que este tipo de inversiones sea más volátil que otras.

Es interesante también reflexionar hasta qué punto esta inversión extranjera atraída por nuestros bajos salarios (si es que al final llega; cosa que dudo, ya que hay muchos lugares del mundo y en Europa con costes salariales inferiores a los nuestros), es atractiva para mejorar la renta per cápita de nuestro país.

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Se puede pensar que crear empleo siempre es bueno, que es mejor que las personas trabajen a que permanezcan en el desempleo. Siendo esta afirmación cierta, también lo es que, si hacen esto con unos salarios muy bajos, su situación personal se deteriora y la riqueza del país no crece todo lo que debería en la medida en que gran parte de las rentas generadas por la actividad acaban saliendo al exterior para pagar a los inversores extranjeros.

Por todo ello, creo que debemos reorientar nuestra manera de plantear nuestras fortalezas y la búsqueda de inversores y empresas que promocionen el tejido productivo español.

En primer lugar, debemos ser conscientes de que debemos competir con las empresas europeas, con aquellas que producen bienes de un alto valor añadido; que no compiten solo por precios. Nuestra referencia no debe ser China, Vietnam o Camboya, sino Alemania, Italia o Francia. Pensar que podemos seguir fabricando bienes baratos y de baja calidad para Europa es poco menos que una ilusión sin fundamento.

Trabajadores productivos e inversión interna

Esto supone, en segundo lugar, que nuestra competencia debe basarse en trabajadores productivos, que tengan una buena formación técnica y humanística, y que sepan responder a los desafíos que siempre conlleva el día a día económico y social. Trabajadores que no se caractericen por sus precios baratos, sino porque, gracias a su productividad y sus competencias, a la larga salgan baratos.

Por último, creo que más que buscar la inversión extranjera, que no tiene por qué ser negativa pero que no es la panacea, debemos potenciar la interna. Tenemos un tejido empresarial que se desmorona ante nuestros ojos sin que parezca que podamos hacer nada para apoyarlo. Tenemos empresarios, inversores y trabajadores competentes, que pueden llevar adelante modelos de negocio y empresas exitosas en el mundo entero.

Esta es la inversión que creo que debemos promocionar a través de políticas industriales y económicas que apoyen a empresas que creen empleo de calidad y tengan proyectos de emprendimiento o de ampliación, que no se basen solo en unos costes laborales reducidos, sino en un saber hacer y en una excelencia técnica, que les lleve a ser más productivos y competitivos a nivel internacional.

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