Viernes, 19 de Abril de 2024
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¡Qué bien se malvive en España! O eso creo…

Ignacio Herrero

Ignacio Herrero

Socio Director General. Ahora Soluciones.

Siento la carga de cinismo del título, pero voy a explicarme narrando algunos hechos aislados que he vivido últimamente y exponiendo la conclusión a la que me llevan. Por ejemplo, hace unas semanas, el jueves día dos de mayo, pedí un presupuesto de unos toldos a tres empresas. Las seleccioné al azar tras buscar en Google «toldos en Valencia».

A día de hoy, una todavía no me ha llamado. Las otras dos vinieron en 5 y 7 días respectivamente a tomar medidas. De estas, la primera no me ha pasado oferta todavía. De la segunda me llamaron el viernes 10 para darme los precios por teléfono (no de todas las opciones).

Los pedí detallados por correo electrónico. El martes no me habían llegado. Llamé. Me dijeron que tenían problemas «con el servidor». Todavía no me ha llegado el dichoso correo electrónico. A día de hoy, no tengo oferta de ninguno de los tres. Lo juro…, es verídico.

¿Lo paga el Estado?

Hay otro tema que me ronda desde hace semanas tras asistir a una conferencia de un alto cargo político. Estaba hablando acerca de la Sanidad. No soy experto en esos temas y la persona que hablaba goza de una inmejorable reputación, así que nada voy a criticar sobre lo que están haciendo y le deseo el mayor de los éxitos.

Pero sí hay un dato que me llamó la atención: se dijo que la Sanidad Pública es un bien y un derecho a salvaguardar y que, frente a modelos como el norteamericano, en el que, cuando naces sabes que vas a necesitar en torno a 50.000 euros para pagar tus gastos sanitarios, en España no es así porque «la sanidad la garantiza y paga el Estado».

También se dijo que el coste por habitante varía entre 1.200 euros y 1.600 euros al año (en función de las diferentes Administraciones autonómicas). Las cuentas parecen claras: si tenemos una esperanza de vida de 80 años, la media del coste por habitante asciende a 100.000 euros. ¡El doble que en Estados Unidos!, pero aquí «lo paga el Estado».

Por cierto, si decido contratar un seguro con una compañía privada y no hago uso de la sanidad pública, no tengo la posibilidad de descontarme nada. Por favor, sí estoy confundido en mi observación, agradeceré cualquier comentario que me saque del error.

Excursión en bicicleta

A principios de mayo fui de excursión en bici desde mi casa hasta El Saler. Salí desde Rocafort, pasé por Godella, continuando por Burjasot y entré en Valencia aproximadamente a la altura del Palacio de Congresos. Desde ahí me dirigí hasta el viejo cauce del río, que fui bajando hasta llegar al Ágora. De nuevo subí al carril bici que transcurre por la antigua zona de contenedores y que nos llevó hasta Pinedo para finalizar en El Saler.

No voy a comentar nada sobre el fantástico día que hizo, ni del picnic que disfrutamos. Lo que me llamó la atención, y que pude observar con mayor tranquilidad un domingo por la mañana, es que no podría decir dónde termina Rocafort y dónde empieza Godella. Dónde termina Godella y donde empieza Burjasot. Dónde termina Burjasot y dónde empieza Valencia.

Pero, en esa calle mantenemos tres Ayuntamientos, triplicando infraestructuras, cargos políticos y demás gastos que conllevan. Ni aun pudiéndolo pagar le vería sentido.

Derroche y despilfarro

Así que no puedo evitar observar con sorpresa como, en plena crisis, empresas privadas ejercen su actividad con una terrible falta de profesionalidad. Tengo que objetar del derroche público y de la despreocupación con la que gestionan nuestros dineros. Y reflexiono sobre cuánto mejor nos iría si se aplicasen criterios de razón y sentido común con la misma velocidad que lo hacemos en la vida privada.

En consecuencia, tengo que pensar «¡Qué bien se malvive en España!». Y sí: siento la dosis de cinismo. Y no quiero que nadie se sienta molesto. Menos aún aquellos que realmente están en una situación crítica, luchando con todas sus fuerzas sin conseguir salir adelante. Lo peor es que en muchísimos casos no es culpa suya.

Pero es que, de otro modo, si no es porque estamos acomodados, acostumbrados o frustrados, no entiendo cómo nos permitimos no estar luchando por cada oportunidad que se presenta; cómo nos permitimos el enorme derroche público y cómo nos permitimos la lentitud en la toma de decisiones y en su ejecución. Tal vez es que alguien ya ha hecho los cálculos y sabe hasta donde llegará nuestro desaliento y resignación.

No quiero entrar en un debate político. Da igual lo que yo pueda decir o hacer, que nada va a cambiar en el plano general (no así en lo particular o cercano); al menos hasta que pasen dos generaciones que tengan como objetivo un cambio cultural, de valores, de normas éticas, y que no tengan un simple «el presente es lo único que existe» como fondo de pantalla del móvil.

Solamente pretendo exponer y concluir sobre la falta de eficacia y eficiencia. Y sobre qué rápido se podría arreglar todo…

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