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El Palmar, una comunidad forjada por la pesca y la gestión colectiva

Publicado a 03/05/2025 19:30 | Actualizado a 05/05/2025 18:09

Hablar de El Palmar es hablar del corazón de La Albufera de Valencia, una pedanía de la capital que encierra una gran riqueza histórica y patrimonial, profundamente ligada a la cultura valenciana. En su novela ‘Cañas y barro’, Blasco Ibáñez explicaba que El Palmar recibía su nombre porque «era remotamente una isleta cubierta de palmitos». Según relataba el escritor valenciano, en siglos pasados bajaban hasta allí gentes de Torrent y otros pueblos dedicados al comercio de escobas; se asentaban temporalmente en la isla y, tras abastecerse de palmitos para todo el año, abandonaban el lugar.

El registro censal más antiguo que se tiene de El Palmar data del año 1854. En aquel momento, la población contaba con 65 barracas de una sola planta, una de dos alturas y una procedente de Pinedo, sumando un total de 289 habitantes. Ya en 1871, al integrarse toda la pedanía dentro del término municipal de Ruzafa, El Palmar pasó a formar parte del municipio de Valencia. Sus habitantes, junto con los pescadores de Catarroja, fueron los primeros en establecerse de manera fija en la zona de La Albufera, para protegerse de las inundaciones y los temporales que afectaban regularmente el entorno.

El Palmar, una comunidad forjada por la pesca y la gestión colectiva

Las viviendas tradicionales de El Palmar, conocidas como barracas, respondían en muchos casos a una tipología específica llamada «barraca de culata». Este modelo se basaba en una distribución tipo passadís, es decir, con espacios alineados lateralmente, una puerta de entrada en la fachada principal y una parte trasera más angosta. En la planta superior, accesible mediante una pequeña escalera, se encontraba el altillo, donde se almacenaban cosechas y, antiguamente, se criaban gusanos de seda.

Una pedanía basada en comunidades de pescadores

Los pescadores de El Palmar han demostrado que es posible mantener una forma de vida sostenible y organizada basada en la pesca tradicional, siempre que haya una buena gestión comunitaria. Es decir, no pescaban cada uno por su cuenta, sino que lo hacían como comunidad, siguiendo normas comunes que ellos mismos establecían.

A partir del año 1867, empezaron a organizarse de forma más oficial. Se crearon normas claras que indicaban cuándo se podía pescar, cómo debía hacerse y cómo se pagaban los impuestos por lo pescado. Lo importante es que, por primera vez, esos pagos se hicieron en dinero (metálico) y no con productos (especies), como se hacía antes.

En ese mismo momento nació una tradición: el sorteo de los redolins. ¿Qué son los redolins? Son lugares concretos dentro de la Albufera donde la pesca es más productiva, especialmente para capturar anguilas y lubinas. Para que todos tuvieran las mismas oportunidades, se organizaba un sorteo para asignar estos lugares entre los pescadores.

Este sorteo era fundamental para la economía de las familias: quien salía primero en el sorteo podía elegir la mejor zona de pesca, llamada la Sequiotxa, donde se capturaba más cantidad y, por tanto, se ganaba más dinero. De este sorteo dependía muchas veces el sustento de toda una familia durante el año.

Por eso, el día del sorteo era el más importante del año en El Palmar. Era una jornada festiva: la gente se vestía con sus mejores galas y preparaban paella de pollo y corral, usando animales que se habían criado en casa y que se reservaban especialmente para ese día tan señalado.

La pesca, Bien de Interés Cultural

La pesca artesanal que se practica en El Palmar es tan importante desde el punto de vista cultural e histórico que ha sido declarada Bien de Interés Cultural. Sin embargo, en los últimos años, el sector pesquero ha sufrido una gran reducción de especies valiosas. Por ello, la Comunidad de Pescadores de El Palmar ha impulsado varios proyectos para proteger el entorno, como aplicar técnicas con bajo impacto ambiental, fomentar el uso responsable de los recursos naturales y recuperar métodos de pesca tradicionales que tienen valor cultural y son respetuosos con el medio.

Además, esta Comunidad de Pescadores es una de las instituciones más antiguas del Derecho Consuetudinario Valenciano, junto con el famoso Tribunal de las Aguas. Es decir, son organizaciones que se rigen por leyes no escritas, basadas en la costumbre, y llevan siglos funcionando. De hecho, en su fachada hay una placa de cerámica que dice que fue fundada el 10 de septiembre de 1250 por privilegio del Rey Jaime I el Conquistador.

Otro aspecto a destacar en la historia del pueblo fue el embarcadero desde donde salía una barca conocida como el Ravatjol. Esta barca llevaba la pesca diaria desde El Palmar hasta el centro de València, navegando por el canal del Portet hasta llegar a El Perellonet. En ese embarcadero también paraban los autobuses y llegaban los periódicos, así que era un punto muy importante de comunicación.

Al principio, el Ravatjol era solo una barca de vela sin motor, que se movía gracias al esfuerzo de una persona que la arrastraba con una cuerda atada a la proa. El escritor Blasco Ibáñez ya hablaba de esta barca en sus novelas, y usaba sus historias para retratar la vida cotidiana en aquella época, cuando El Palmar era casi una isla.

Una comunidad que vive de la gastronomía

En la actualidad, El Palmar, con alrededor de 700 habitantes, basa su economía principalmente en el turismo y la gastronomía tradicional valenciana. Este pequeño enclave, situado en pleno corazón del Parque Natural de la Albufera, se ha convertido en un destino muy popular tanto para visitantes locales como para turistas nacionales e internacionales.

Basta con señalar que en una pedanía tan reducida en población existen más de 30 restaurantes, un dato que habla por sí solo del peso que tiene la restauración en su economía. En estos establecimientos se puede degustar la auténtica paella valenciana, elaborada con ingredientes de la zona y siguiendo la receta tradicional. También son muy apreciados platos como el all i pebre, guiso típico de anguila con patata y ajo, o la llisa adobada, una especialidad de pescado marinada muy característica de esta zona.

Además de su oferta gastronómica, El Palmar ofrece otras experiencias como los paseos en barca por la Albufera, que permiten disfrutar de la belleza del lago y de sus atardeceres, o visitar algunas de sus barracas tradicionales, construcciones emblemáticas que representan la arquitectura popular valenciana y que evocan el modo de vida rural de siglos pasados.

Barraca del Tío Aranda, una joya de El Palmar

En el entorno privilegiado de El Palmar y del Parque Natural de la Albufera, donde conviven la tradición pesquera, la gastronomía local y la arquitectura, surgió el Club Deportivo Empresarial Alcatí, impulsado hace más de tres años por Grupo Economía 3.

Este proyecto tiene como propósito contribuir a la preservación del ecosistema de La Albufera y, al mismo tiempo, mantener viva la tradición cultural valenciana. Para ello, se basa en tres ejes: la protección de la arquitectura tradicional, la puesta en valor de la gastronomía local y el impulso de la vela latina.

El Club ofrece un espacio pensado para el encuentro entre profesionales, donde directivos y emprendedores pueden desarrollar actividades, reuniones o encuentros en un entorno distinto al habitual, en contacto con el paisaje y las costumbres de la zona. De esta forma, se crea una conexión entre el ámbito empresarial y el patrimonio cultural de la Comunitat Valenciana.

El Club Alcatí se articula en torno a tres ubicaciones destacadas dentro del parque. La Casa y Motor del Tancat de l’Alcatí, la Barraca de Fang i Pallús, y, en el corazón de El Palmar, la Barraca del Tío Aranda, considerada la más antigua de toda la zona. Esta última cuenta con un alto nivel de protección patrimonial, comparable al de monumentos como la Lonja de la Seda o la Catedral de València.

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