El minado de criptomonedas es un proceso complejo y difícil de comprender. En la actualidad, el precio de criptomonedas como el Bitcoin ha caído hasta los poco más de 18.000 dólares; pero de 2016 a 2017, la criptomoneda triplicó su valor. Apenas cuatro años después, a finales de 2021, la divisa digital alcanzaba su máximo histórico y superaba los 60.000 dólares. Este abrupto crecimiento en un espacio tan corto de tiempo disparó la popularidad del activo y las criptomonedas pasaron a estar en boca de todos. Pero, ¿de dónde salían las famosas «criptos»?
Existe un número limitado de criptomonedas y el proceso mediante el cual se generan más se conoce como «minar». Este consiste en la utilización por parte de la red Blockchain de recursos de particulares a cambio de monedas digitales. ¿Qué recurso? Su hardware. Las transacciones llevadas a cabo en la cadena de bloques requieren una verificación; los mineros utilizan la capacidad de procesamiento de sus ordenadores para verificar las miles de estas interacciones que ocurren por segundo en red. A consecuencia de este proceso, se pueden generar, por ejemplo, Bitcoin.
El auge de las criptomonedas atrajo a muchos inversores y curiosos dispuestos a adquirir activos digitales. Paralelamente, creció el número de «mineros» interesados en poner sus aparatos al servicio del minado para obtener Bitcoins a cambio. No tardó en aparecer quien vio en ello una oportunidad y surgieron granjas de minado de criptomonedas.
Según Santiago Escobar, profesor de la Universidad Politécnica de Valencia (UPV) y del Valencia Research Institute for Artificial Intelligence (VRAIN), el minado requiere realizar «un cálculo computacional alto». Ello exige que «ejecutes un algoritmo en un ordenador y dicho algoritmo consume un gran número de recursos. Los mineros se han dedicado a ganar dinero montando las granjas, montando grandes aparatos con gran conexión para ser los primeros en minar, en resolver ese cálculo computacional», explica Escobar.
La minería de criptos deja países en la oscuridad
Mantener funcionando la red que permite los procesos de minado requiere de un gran gasto energético. Es por ello que, a mediados de 2021, el Gobierno chino, incluyó la minería de criptomonedas en su lista negra de industrias en las que está restringida o prohibida la inversión. El país asiático era uno de los lugares en los que más granjas de minados se habían establecido.
Un estudio realizado por la Universidad de Cambridge en 2021, equiparó el consumo energético anual producido por la minería de criptomonedas con el de países como Argentina o Noruega. Por aquel entonces, dicho gasto era de 121,05 TWh al año. Según el Bitcoin Energy Consumption Index, el pasado mes de julio dicho gasto alcanzó el máximo histórico anual de 204 TWh.
El veto chino motivó que muchas empresas se establecieran en su vecino, Kazajistán, que contaba un elemento fundamental para esta nueva industria: energía barata debido a que se produce mediante la quema de carbón. Por el país afloraron rápidamente las granjas de criptominado, hasta el punto de que allí se estableció la mina de Ekibastuz, que fue durante mucho tiempo la más grande del mundo.
Indudablemente la llegada de estas factorías se ha traducido en riqueza, pero también apagones en hasta seis regiones del país, debido a la sobrecarga de las centrales eléctricas por el alto consumo de las granjas de criptomonedas. El Gobierno kazajo racionó el consumo y estableció una serie de tarifas especiales como consecuencia.
Dejar atrás la minería
La semana comenzaba con pánico en el mercado de las criptomonedas, tras el anuncio el pasado jueves de que Ethereum decía adiós a la minería. La fusión, conocida como «The Merge», consiste en un cambio de la cadena de nodos por el que se ha pasado de la prueba de trabajo (proof of work) a la de participación (proof of stake). El cada vez más elevado coste de la energía está haciendo que el minado resulte poco eficiente; con su nuevo sistema de verificación, Ethereum pretende reducir en un 99,95% su consumo energético.
Santiago Escobar explica que, cuando se establecieron los protocolos del Blockchain, se añadió el concepto de la «prueba de trabajo» (un agente externo que verifique una transacción) para evitar fraudes. El haber escogido esta opción ha llevado a todo esto, pero hay otras empresas que durante años han pensado otras opciones. En la actualidad, ejemplifica el profesor, existen los Smart Contracts, que es hacia donde camina Ethereum.
«Un Smart Contract es la idea de que hay un contrato que, a diferencia de los contratos estáticos tradicionales, son contratos que incorporan una especie de pequeña inteligencia artificial que hay dentro del propio sistema. Este contrato está programado con unas reglas y va haciendo transacciones, comprobando o, por ejemplo, en el caso de una hipoteca, el contrato podría ir actualizándote los tipos de interés», afirma Escobar.