Decir Sogea es decir autobús

Decir Sogea es decir autobús

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Un Sogea en el Puente del Real. Archivo José A. Tartajo

Para la playa y para cruzar de punta a punta la ciudad; de noche y de día; con estraperlo, amenaza de bombardeo o con gasógeno; con bandera bicolor o republicana, València tuvo en servicio durante décadas a sus entrañables Sogeas. Durante muchos años, decir Sogea en València equivalía a decir autobús. 

El acrónimo del nombre de una compañía de transporte urbano (Sociedad General de Autobuses), impreso millones de veces en los billetes, terminó por ser utilizado por el público como identificación de un transporte concreto. Y es que, entre resoplidos y toses, con más averías de las recomendables, los autobuses de aquella lejana empresa, durante la República, la guerra civil y la posguerra, se hicieron tan populares que entraron en la vida de las gentes.

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Los Sogeas no fueron los primeros autobuses en circular por la ciudad. Desde muy temprano, València usó los omnibús –automóviles para servicios especiales–, y después los autobuses, que fueron dando servicio como alternativa a las líneas ferroviarias. Pese al enorme uso que los ciudadanos hacían de los tranvías, los autobuses, sin embargo, tuvieron siempre muy buena acogida. De ahí que en 1927, el Ayuntamiento concediera a la compañía Levantina de Autobuses, S.L., la explotación de un servicio de autobuses urbanos.

La Compañía de Tranvías y Ferrocarriles de Valencia (CTFV), presidida por Ignacio Villalonga, no quiso quedarse atrás en un campo de competencia que no requería de costosas infraestructuras. Nació así la empresa Valenciana de Autobuses, S.A. (Vasa), que empezó a tomar las líneas servidas por autobús, que robaban pasaje a la red de ferrocarriles metropolitanos de vía estrecha, popularmente conocida como “trenet”.

Prioridad a los poblados marítimos

Como siempre ha ocurrido en la historia de los transportes valencianos, el enlace de la ciudad con los poblados marítimos y las playas era el servicio más popular y rentable.  Pero los autobuses de esta red prestaron también servicio en líneas que, partiendo de la plaza de Castelar, conectaban con los barrios de Monteolivete y Fuente San Luis, así como servían a los vecinos de la calle de Sagunto.

Siempre había clientela dispuesta para esos trayectos: desde la madrugada a la noche, veinticuatro horas al día. Desde las madrugadoras “peixcateres”, hasta los noctámbulos más empedernidos, encontraban un servicio de autobús que les llevara desde la orilla del mar al centro de la ciudad. Los anuncios de prensa de los últimos años de la dictadura lo confirman. Un punto de vida nocturna tan popular como Las Termas, o un balneario playero como Las Arenas, deben parte de su vida al tranvía o al renqueante y popular autobús.

La crisis del 29 subió el precio de los combustibles, pero los autobuses no se rindieron en su batalla en paralelo a los tranvías. Cuando la República llegó, en 1931, València era una ciudad bien servida por unos y otros; siempre en pugna por el céntimo. Siempre atentos al fútbol, la playa, las grandes fiestas de la ciudad, la vida intensa de los mercados o la creciente demanda de los escolares o el trasiego de una tarde compras, València tuvo una nube de autobuses en el diario movimiento de la vida.

Llega la Sogea

Fue en 1935 cuando la empresa Sociedad General de Autobuses (Sogea) remplazó a Levantina de Autobuses. El momento era de conflictividad social muy alta: las huelgas de transportes de 1934 duraron más de una semana en dos fases distintas, abril y octubre. Pero los Sogeas urbanos comenzaron a hacerse especialmente populares: los primeros vehículos nuevos que se pusieron en uso, matriculados en 1938, fueron cinco de la marca Mercedes, de frontal plano y espectacular estrella de tres puntas sobre el radiador.

Uno de ellos es reconocible, convertido en hospital de campaña, en los reportajes de prensa que se realizaron en los frentes de Teruel. Los vehículos tenían puerta de salida por la trasera y el anagrama Sogea, hecho con elegantes letras metálicas, los hacía fáciles de localizar.

Hubo una huelga, de nada menos que dos semanas, cuando estalló la guerra civil. Pero después se puso en marcha un modelo de incautación popular, protagonizado por la CNT en la mayor parte de las compañías, que permitió que hubiera continuidad en el servicio. Como en los tranvías, los comités populares controlaron la empresa; como en ellos, fue forzoso incorporar a las mujeres para el servicio de cobro, en ausencia de los hombres que marchaban al frente.

En los periódicos menudearon los llamamientos a pagar el billete, porque no pocos entendían que una revolución de signo popular empezaba por disponer de transporte gratuito. Desde luego, la carencia de combustible fue el problema sustancial de los años de la guerra, más allá de algunas penosas jornadas de bombardeos, que afectaron al regular funcionamiento de las líneas.

La posguerra valenciana

Los balances técnicos al término de la guerra civil presentaban un panorama desolador. Tanto en los tranvías como en los autobuses había sido preciso canibalizar vehículos por falta de piezas, al tiempo que los talleres mostraban las huellas de los bombardeos. Durante los años que siguieron, los servicios de los tranvías y “trenets” fueron víctimas de los muy frecuentes cortes de electricidad y los autobuses sufrieron la penuria general de combustible que extendió la utilización de los sistemas de generación de gasógeno.

Fueron años de penuria general. Años en los que el transporte urbano ya no servía solo para la playa, las compras o las fiestas, sino que eran escenario de penosas excursiones a la huerta, en busca de patatas o boniatos con los que poder alimentar a la familia. El autobús, el Sogea, padeció junto a sus usuarios la más terrible carestía; los modelos de la economía, en años autárquicos, reducían el servicio a lo esencial, recauchutaban las ruedas y se las ingeniaban para recomponer las piezas averiadas.

En febrero de 1941, la Compañía de Tranvías y Ferrocarriles de Valencia (CTFV) pidió al Ayuntamiento poder suprimir el “lujo” de la duplicidad del servicio -tranvía o autobús- en los casos en los que el recorrido era redundante o superpuesto. La única excepción se estableció con las líneas que servían a los poblados marítimos, siempre las más solicitadas. La empresa, forzada por las necesidades del momento, empezó a coordinar los servicios que estaba dando a una población que superaba con creces los 100 millones de viajeros al año.

En 1942, CTFV, Vasa y Sogea pusieron en marcha, junto con el Ayuntamiento, planes de racionalización, que también incluyeron la creación de líneas nuevas. En el plano interno, se procedió a la homogeneización de cocheras y talleres de Portalet y a la venta de los terrenos del antiguo Quemadero, en la calle Sanchis Bergón, donde estuvieron ubicadas las caballerizas de los tranvías de tiro de sangre.     

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