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El Gambito cumple 75 años y el Burjassot 70

El Gambito y el Burjassot son dos clubes históricos, dos pilares valencianos del sofisticado y apasionante universo del ajedrez. Dos equipos señeros que han escrito algunas de las mejores páginas de nuestro ajedrez a lo largo de varias décadas. El Gambito, fundado en 1942, celebra en 2017 su 75 cumpleaños. El Burjassot, fundado en 1947, conmemora esta temporada su 70 aniversario.

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Pocos clubes habrán en España, si es que hay alguno, con una trayectoria más prolongada y fértil a lo largo de tantos años. Esa historia tenaz no habría sido posible sin el esfuerzo y el amor al ajedrez de sus jugadores y directivos. Hablemos de ellos y de los orígenes de ambos clubes.

Vicente Adell Bonilla, una persona buena como pocas, era en 1942 un jubilado de Renfe, que apenas sabía jugar al ajedrez, pero al que le apasionaba el espectáculo -porque espectáculo es- ver a dos personas enfrentadas ante un tablero durante horas, ajenos a cualquier cosa que no fuesen los lances del medio juego y los finales, las comidas al paso, los enroques, los peones a punto de coronar, los jaques mates y los reyes ahogados.

Vicente Adell tenía tiempo libre y pensó que sería una buena idea fundar un club de ajedrez. Ese mismo año lo hizo. El empeño le motivaba. Él se encargaría de proponérselo a unos cuantos aficionados y él buscaría un local donde se pudieran jugar las partidas amistosas diarias y las de campeonato.

Recorrido en busca de local

Además se haría cargo del aspecto más trabajoso, el de atender los gastos del equipo (comprar tableros, piezas y relojes, pagar la licencia federativa…), con ayuda de las socorridas papeletas de lotería. Un faenón que Adell, como presidente del club, llevaba a cabo con disciplina y hasta entusiasmo. Ya apenas quedan directivos así.

El señor Adell encontró la primera sede del Gambito en el bar San Francisco, cerca de la Estación del Norte, en el entorno de la Gran Vía Germanías (Valencia). El bar cerró y Adell tuvo que buscar otro sitio para que el club pudiera celebrar sus actividades. No tardó en encontrarlo: la Casa de Utiel, en la confluencia de Germanías y la calle Alicante,

El Gambito, años 80, durante el Campeonato de España en Benidorm.

El Gambito, años 80, durante el Campeonato de España en Benidorm.

albergó durante unos veinte años al Gambito.

Allí se jugaron inolvidables partidas amistosas y partidas de competición. Tras la muerte del señor Adell, en la década de los setenta, y el cierre de la Casa de Utiel, el club, obligado por diversas circunstancias, ha tenido numerosas sedes: Dénia 50, la Casa Castilla-La Mancha (en dos de sus locales), La Protectora (calle Maximiliano Thous, cerca de la calle Sagunto), la Colmena (en la finca roja), El Rancho de Mislata y, desde hace dos años, el Centro Instructivo Musical de Mislata.

Después del señor Adell, los presidentes del club han sido los añorados Federico Tatay y Vicente Soriano, ya fallecidos, y en la actualidad Rafa Marí, que ‘fichó’ por el Gambito en 1959. El Gambito, no en su mejor momento deportivo pero aún lleno de energía y calidad de vida, sigue en pie.

El libro de Ramón Roig

En los aspectos principales, la historia del Gambito y el Burjassot son similares. Ramón Roig cuenta la del Burjassot en su muy bien documentado libro (con fotografías llenas del sabor de épocas pasadas) ‘Club de Ajedrez Burjassot. 50 aniversario. 1947-1997’. La investigación de Roig fue ardua, ya que resulta difícil encontrar informaciones adecuadas, pero el resultado es ejemplar.

“A principios de los años 40, Burjassot, al igual que muchos otros pueblos españoles, estaba dormido en la siesta de la posguerra y sus habitantes tenían pocas diversiones en que pasar sus ratos de ocio, salvo el cine y el fútbol. Por aquel entonces, un grupo de señores se reunían todas las tardes en un bar de la localidad para jugar al ajedrez”, cuenta Roig. “La incorporación de nuevos jugadores iba en aumento y la necesidad de buscar un nuevo local se estaba haciendo muy apremiante”.

Históricos del Burjassot. Ramón Roig en el centro.

Históricos del Burjassot. Ramón Roig en el centro.

La búsqueda dio resultado y el local elegido fue el Bar Cervellera, de tan intenso recuerdo para varias generaciones de ajedrecistas valencianos. En 1947, el nombre del equipo pasó de ser ‘La Cuadriga’ a llamarse Club de Ajedrez Burjassot (entonces con una sola ese). Su primer presidente, Rafael Gaeta, “cargó con la inmensa tarea que traía consigo el desarrollar y consolidar la nueva sociedad (…). Los inicios del recién creado club estuvieron encaminados a crear una base sólida económica y, para ello, lo primero que se hizo fue señalar una cuota a todos los socios, así como la de vender lotería para, de esta manera, hacer frente a los gastos necesarios”.

Los deportes minoritarios se ven obligados a subsistir de ese modo. Algunos seguimos reivindicando que esta manera vulnerable de existir cambie un día de estos y que la federación abone, al menos, los viajes en las competiciones oficiales. De momento toca esperar.

El Burjassot, al igual que el Gambito, no tiene en la actualidad el brillo deportivo que tuvo en tiempos pasados. Es complicado mantener la vigencia y vitalidad de una entidad formada por jugadores amateurs. Exige mucha entrega por parte de unos directivos que, como decía antes, cada vez son más difíciles de encontrar. La actual sede de juego del veterano club es el Círculo Católico, en la calle Bautista Riera de Burjassot. Un local tranquilo en cuyas paredes lucen decenas de fotos de momentos destacados del equipo.

Nombres destacados

Tanto el Gambito como el Burjassot han sido campeones de Valencia por equipos en varias ocasiones. Han disputado con buenos resultados campeonatos de España. En las filas de ambos equipos se han forjado muchos campeones individuales de Valencia. Relatar todos esos triunfos convertiría esta crónica en un censo largo y literariamente bastante burocrático. Me limitaré a reseñar nombres destacados (imposible hacerlo de modo exhaustivo) de esta historia viva del ajedrez valenciano.

Del Gambito, como directivos, Vicente Adell Bonilla, Vicente Adell hijo, Federico Tatay y Rafael Marí. Como jugadores de partidas rápidas: el maestro Pérez, José Ramírez, Vicente del Rincón (con fama, posiblemente justa, de ser el peor jugador del mundo). Como mirones: Ernesto García. Como jugadores: Carlos Seguí, María Luisa Gutiérrez (fue varias veces campeona de España de ajedrez femenino), doña María y doña Carmen (en la década de los sesenta, las dos señoras, ya en su madurez, salían solas de casa por la noche para jugar partidas del social en la Casa de Utiel), José Ferrandis, Ramón Navarro, Rafa Marí, Juan Zapater, Mario Alonso, Jaan Eslon, Korchnoi (sí, Korchnoi jugó con el Gambito), Ricardo Calvo, Miguel Uris, José Antonio Garzón (el mejor historiador español de ajedrez), Salvador Blasco, Rafael Simón Sánchez, Juan Carlos Badenes, Carlos Morenilla (jugador, directivo y capitán del equipo), Mike Ferri, Macián, Paco Guillem, Fernando Mancebo, Melchor Conejero, Carlos Carbonell, Raúl Carbonell

Del Burjassot, en su labor de directivos: Rafael Gaeta, Emilio González, Ramón Roig, Miguel Gantes, Antonio Álvarez, José Cabo, Rafael Arroyo (actual presidente), Fernando López Fernández… Ante el tablero, antes o ahora, con una afición inagotable: Emilio González, Gantes, Roig, Manuel Villalonga, Barella, Quiñonero, Arturo Marín, Francisco Alonso, Ramón Oltra, Perdiguero, Germán Muñoz, José Luis Corona, Fernando López Fernández, Javier Buenafé, Vicente Cabo… Algunas de estas figuras nos dejaron hace tiempo (González, Barella, Villalonga…). Sus compañeros guardan viva memoria de ellos. Se les recuerda con afecto y emoción.

Esencia cultural

El ajedrez, además de un juego-ciencia basado en el combate, es también, quizá sobre todo, un escenario cultural, no muy bien analizado bajo ese planteamiento de lucha creativa, en la que tienen un relevante papel la psicología y el ánimo para mantener un duro enfrentamiento durante cuatro horas o más.

El ajedrez es composición musical, geométrica y matemática. El ajedrez alcanza en sus manifestaciones más bellas el arte de lo inaudito. Hay problemas de ‘juegan (blancas o negras) y ganan o hacen tablas’, que superan su condición de composiciones intrincadas para convertirse en milagros espaciales, cuya solución radica precisamente en aceptar las leyes de lo aparentemente imposible.

Las mejores partidas de los más grandes jugadores de la historia (Morphy, Steinitz, Capablanca, Alekhine, Tal, Fischer, Kasparov, Carlsen…), no son solo ajedrez. Son una fiesta de la imaginación y la lógica; a menudo de una lógica escondida, y el reto es encontrarla. Son un prodigio construido sabiendo que el tiempo de juego es limitado y que la mente humana no es capaz de analizar 200.000 variantes o más por segundo, como sí pueden hacerlo las máquinas sin despeinarse.

Malditas computadoras de ajedrez, malditas. La perfecta frialdad de sus análisis ha minado la emocionante incertidumbre del ajedrez, en el que también hay que tener en cuenta el error. Caiga sobre estas máquinas sin corazón toda la ira de la limitada y hermosa mente de los seres de carne y hueso. ¿Acaso no sería absurdo que en una maratón los coches compitiesen con los humanos?.

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