Viernes, 19 de Abril de 2024
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Función versus Responsabilidad Social de la Empresa

Profesor de Economía y Empresa de la Universidad CEU-Cardenal Herrera

Enrique Lluch

Enrique Lluch

Si realizásemos una encuesta entre la población en la que preguntásemos de una manera franca por los motivos que nos llevan a desear que existan las empresas y que no desaparezcan de la sociedad, encontraríamos un elevado porcentaje de encuestados (pienso que la mayoría) que nos darían los siguientes dos motivos: En primer lugar, porque las empresas producen bienes y servicios útiles para la sociedad.

Su existencia es imprescindible para que estos tengan calidad y cumplan realmente su función en beneficio de las personas. Y segundo, porque las empresas crean empleo que, a su vez, permite a la gente lograr unos ingresos suficientes para vivir con dignidad.

Esto no debería sorprendernos, ya que estas son las dos funciones sociales esenciales que cumplen las empresas en una sociedad. Una función económica externa, hacia los otros, que facilita el acceso a aquellos bienes y servicios que necesitamos o deseamos para vivir. Otra función económica interna, que ayuda a quienes componen la empresa a ganarse la vida de una manera digna y a que colaboren con otros en la construcción de una sociedad mejor.

Esta sabiduría popular nos dice que lo importante de las empresas y lo que necesitamos de ellas es que cumplan estas dos funciones. Al mismo tiempo, se sabe que, para lograrlo, las empresas deben ser rentables. Si los ingresos no son superiores a los gastos, la sostenibilidad de la empresa en el tiempo no está garantizada y se compromete la consecución de su importante función social. Pero esta rentabilidad no es lo más importante para la sociedad ni para el buen funcionamiento de una comunidad. Solo importa en la medida en que es condición necesaria para que se cumpla con la función social de la empresa. Es esta última la que da sentido a la rentabilidad y a la que esta debe estar subordinada.

A pesar de que lo que acabo de decir parece tan obvio que no habría que insistir más en ello, con frecuencia escuchamos que lo importante de las empresas no es su función social, sino que logren el máximo rendimiento para sus propietarios-accionistas. Esta concepción de la actividad empresarial pone el máximo rendimiento a corto plazo como su meta más importante a la que hay que subordinar la función social de la empresa.

Las empresas que funcionan con este criterio, dejan a un lado los intereses de la sociedad, de los trabajadores, de los clientes, de los proveedores y solamente los promocionan o defienden cuando es un medio útil para lograr ese máximo rendimiento. Si no es así, no los tienen en gran consideración.

Estas empresas tienen la escala de prioridades contraria a lo que la sociedad les demanda: lo primero no es solo la rentabilidad, sino el sacar un gran rendimiento para remunerar a los propietarios-accionistas, y la función social de la empresa es algo que hay que fomentar si nos permite llegar a lo primero, pero que siempre queda en segundo término.

El reconocimiento de esta contraposición entre el objetivo empresarial y lo que la sociedad demanda a la empresa, ha llevado a que en estos últimos tiempos se intente fomentar lo que se ha venido a denominar la Responsabilidad Social Empresarial o corporativa (RSE). Las compañías cuya única finalidad es la de maximizar el rendimiento para sus accionistas, con el conocimiento de que esto no siempre es positivo con la sociedad en su conjunto, realizan una serie de prácticas que intentan suplir esta carencia.

Llevan adelante unos planes que indican a la sociedad que, a pesar de que su política principal puede repercutir negativamente en los objetivos sociales, ellos han decidido lograr la maximización del rendimiento con un compromiso voluntario de llevar a cabo actuaciones que beneficien a la sociedad en su conjunto. Esto lo reflejan en memorias de RSE en la que se introducen todas aquellas medidas que pretenden lograr estos fines sociales (medioambientales, laborales, conciliación de la vida familiar y laboral, lucha contra la desigualdad, voluntariado corporativo, ayudas a ONG, políticas especiales para los más desfavorecidos, cumplimiento de la LISMI, etc.).

Estas políticas, con frecuencia, quedan lejos del corazón de la empresa. Los especialistas en este tema propugnan desde hace tiempo que si la RSE no se impregna en toda la compañía como un núcleo alrededor del que giran todas sus políticas y su día a día, la RSE queda como una simple operación estética que puede dar sus réditos de comunicación y en las consecuencias positivas de algunas acciones emprendidas, pero que no impide los comportamientos empresariales negativos para la sociedad (aunque positivos para los propietarios-accionistas).

Por ello, el verdadero cambio que necesita la sociedad es que las empresas pasen de la Responsabilidad a la Función Social de la Empresa. Es decir, no se necesitan empresas que sean responsables socialmente, sino empresas que sepan que su labor empresarial es social en sí misma y que la intenten llevar adelante de una manera coherente, priorizando esta importante función por delante de cualquier otra. Ello supone, como ya he señalado al principio, que la rentabilidad necesaria para poder desarrollar sus funciones sociales pasa a ser un requisito necesario, pero secundario en la escala de prioridades, y que la mejora de las condiciones laborales, del entorno geográfico y medioambiental, la honradez en los comportamientos empresariales, etc. pasan a ser los ejes y las prioridades a los que hay que poner al servicio la necesaria rentabilidad de la empresa.

Evidentemente, esto no quita que haya que competir en el mercado o que en ocasiones haya que tomar decisiones duras cuando las cosas van mal y la escasa o nula rentabilidad obliga a adoptar políticas poco sociales. Pero es evidente que estas decisiones no deseadas se van a tomar de distinta manera si la prioridad es la maximización de beneficios que si la prioridad es la función social de la empresa. Y esto no solo porque las acciones puedan ser diferentes, sino porque ante una misma acción las maneras de realizarla también serán distintas, y no solo las acciones importan, sino que también importan los modos…

Por ello, si queremos que la RSE esté en el corazón de la empresa y pase a ser el centro de toda su actuación, debemos cambiar el concepto y apostar por aquellas empresas que ven su Función Social (FSE) como el objetivo al que hay que subordinar todo lo demás.

No es necesario inventar nada nuevo, solamente volver a que las dos funciones principales de la empresa: ofrecer bienes y servicios útiles para la sociedad y servir de cauce de realización y de ingresos para aquellos que la componen, tengan el sitio central de las prioridades de la empresa y todo se subordine al cumplimiento de estas funciones.

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