TSMC impulsa su expansión en EE.UU. con inversión récord de 165.000 millones
Con la tensión entre EE. UU. y China recrudeciéndose cada vez más, TSMC lidera una reconfiguración global de la industria de semiconductores con una masiva apuesta por la producción en territorio estadounidense
Desde 2020, los semiconductores se han convertido en el eje geoeconómico y geopolítico más candente entre Estados Unidos, China y Taiwán. En ese año, la pandemia intensificó la escasez global de chips, mientras que las sanciones del gobierno de Trump a TSMC y restricciones a exportaciones tecnológicas desencadenaron una reconfiguración de la cadena de suministro. TSMC, líder mundial en fabricación avanzada, emergió como actor clave.
La disputa tecnológica escaló en 2022 con la aprobación del CHIPS Act en EE.UU.: un paquete de casi 280.000 millones de dólares para fomentar la producción doméstica de semiconductores, incluyendo subsidios clave para TSMC.
En paralelo, EE.UU. implementó controles de exportación avanzados dirigidos al sector chino, limitando su acceso a herramientas y tecnología de última generación
TSMC: de Taiwán a Arizona, un movimiento estratégico
Desde mayo de 2020, TSMC anunció planes para construir su primera fábrica avanzada en Phoenix, Arizona, destinada a producir chips de 5 nm, una ruptura con su anterior política de mantener tecnologías obsoletas en EE.UU.
En 2022, duplicó dicha inversión a 40.000 millones de dólares, respaldada por subvenciones y préstamos gubernamentales. A principios de 2025, TSMC logró comenzar la producción en masa de chips avanzados de 4 nm en Arizona, alcanzando la paridad en rendimiento con sus plantas en Taiwán.
Además, acordó producir chips de 2 nm en instalaciones futuras, apuntando hacia una expansión tecnológica notable.
En marzo de 2025, TSMC anunció una ampliación adicional de 100.000 millones de dólares, elevando su inversión total en EE.UU. a 165.000 millones. Este paquete incluye tres nuevas fábricas, dos plantas de empaquetado avanzado y un centro de I+D, con la promesa de generar decenas de miles de empleos y un impacto económico de más de 200.000 millones de dólares.
Repercusiones geopolíticas y tensiones cruzadas
La profundización de los lazos entre TSMC y EE.UU. ha generado tensiones con Pekín. Este miércoles, el gobierno chino acusó a Taiwán de «ceder» TSMC a EE.UU., alertando del impacto en su economía y su capacidad de desarrollo autónomo. Zhu Fenglian, portavoz del Ejecutivo chino, emplazó al gobierno taiwanés a rectificar ese camino “traicionero”.
EE.UU., por su parte, ha endurecido su postura: Trump anunció recientemente un arancel del 100% a los semiconductores importados, con exenciones para empresas que produzcan en suelo estadounidense, como TSMC. Lejos de verse como una deslocalización, Taiwán defiende que se trata de una expansión estratégica que no mina su industria local.
Este movimiento refleja una tendencia más amplia de “friendshoring”: reforzar cadenas de suministro confiables dentro del entorno político afín, una estrategia impulsada por la inestabilidad global, tensiones en torno a Taiwán y el temor a rupturas en los flujos económicos entre grandes potencias.
¿Por qué controlar los semiconductores es tan estratégico?
Más allá de su valor económico, los semiconductores son la base de prácticamente toda la tecnología contemporánea: desde smartphones y ordenadores, hasta redes de inteligencia artificial, armamento avanzado, satélites y sistemas de telecomunicaciones. Quien domine la capacidad de producir chips de última generación no solo lidera la economía digital, sino que también adquiere una ventaja determinante en el ámbito militar y en el desarrollo de tecnologías emergentes como la computación cuántica. La carrera por los chips es, en realidad, una lucha por definir quién tendrá el control de las herramientas que darán forma a la próxima era tecnológica.
El dominio de esta industria también ofrece un poder de influencia global. Al controlar la producción y el suministro de chips críticos, una potencia puede establecer vínculos de dependencia con otros países, condicionando su acceso a tecnología clave.
Este “poder de palanca” ha sido utilizado históricamente en otros sectores —como la energía—, pero en el caso de los semiconductores, el impacto es más transversal: cualquier interrupción en su suministro puede paralizar desde la industria automotriz hasta la defensa nacional. De ahí que la relocalización de la producción a territorios aliados sea vista como una cuestión de seguridad nacional, no solo de competitividad económica.
Borja RamírezGraduado en Periodismo por la Universidad de Valencia, está especializado en actualidad internacional y análisis geopolítico por la Universidad Complutense de Madrid. Ha desarrollado su carrera profesional en las ediciones web de cabeceras como Eldiario.es o El País. Desde junio de 2022 es redactor en la edición digital de Economía 3, donde compagina el análisis económico e internacional.
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