Un recorrido por la costa Amalfitana, la costa divina
El encanto de la jet set y el atractivo de unos paisajes únicos sobre las laderas de las montañas que bajan directamente al mar, le valieron el apodo de Costa Divina. Una zona, de las muchas especiales que tiene Italia, bañada por el mar Tirreno, bella, que parece deslizarse hasta las orillas del agua sobre escarpadas laderas. Las casas de sus pueblos se extienden sobre pendientes mirando en todo momento el mar, y han sabido cultivar y aprovechar las terrazas de las laderas para disponer de huertos. Es, además, el lugar del origen del limoncello, y en sus poblaciones se pueden encontrar obras arquitectónicas y artísticas muy destacadas.
Justamente todas las poblaciones que recorren la costa fueron declaradas Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO (13 sino me equivoco), y eso conlleva que se ponga mucho mas cuidado en su conservación y preservación. Todos estos núcleos -163 en total- se encuentran conectados por una carretera estatal que requiere, eso sí, armarse de muchísima paciencia en verano. Lo ideal es navegar entre estos pueblos y sus calas, que están relativamente cerca, viendo el paisaje único desde el mar.
La carretera, retorcida permanentemente sobre el angosto relieve de la costa, incluso con algunos pasos de un solo vehículo, tiene algo que la hace muy especial, pero hay que tener una paciencia infinita e ir con mucho cuidado, excepto si vas fuera de temporada.
El turismo en esta zona no es un fenómeno reciente, ya era habitual en la época romana. Giovanni Boccaccio ya escribía sobre esta costa en el Decamerón, pero no fue realmente hasta mediados del pasado siglo cuando celebridades norteamericanas la popularizaron como área vacacional, disparando su fama. Gran influencia tuvieron también películas como Roma de Federico Fellini y otras muchas.
Un recorrido ideal
Lo ideal es coger una Vespa, tomárselo con calma y disfrutar de recorrer sus carreteras, pueblos y gastronomía. En mi caso escogí alojarme en Sorrento, cruzar la montaña y visitar el cercano pueblo de Positano, posiblemente uno de los más famosos y visitados junto a Amalfi. Pero hay que estar en forma porque es el pueblo de las escaleras donde hasta las calles tienen peldaños. Sus casas son de colores, algunas incrustadas en la roca, otras colgando sobre la ladera y viendo el mar.
En estos pueblos aparcar es prácticamente imposible, por eso la opción de la moto es genial. Es maravilloso perderse por su casco antiguo, sus tiendecitas de recuerdos, tomarse un limoncello en una terraza o sus sandalias hechas a mano. Hay muchas zonas peatonales que te permiten llegar hasta la iglesia matriz del pueblo, la playa y el puerto, una zona animada y frecuentada, con un ambiente ideal.
Una de las vistas más bonitas desde la playa es la de la iglesia de Santa Maria Assunta, junto a la Playa Grande de Positano, a los pies de una amalgama de coloridas casas. Además, podrás encontrar diversos restaurantes como Chez Black y lugares de cócteles como Il Blu Par Positano.
Si seguimos el recorrido, nos encontramos con Praiano, donde podemos caminar por su centro histórico y maravillarnos con el encanto de sus calles y su verticalidad. También podemos dejarnos llevar por los atardeceres, que dicen ser los más románticos de la Costa Amalfitana, o bajar a Marina di Praia, una encantadora cala con chiringuitos. En verano, todo esto es un verdadero privilegio.
La costa de Amalfi
Continuamos y llegamos a Amalfi, la población que da nombre a esta costa. Fue una república independiente desde el año 839, llegó a tener 70.000 habitantes y fue una potencia marítima en el comercio. Lamentablemente, en 1343 un gran tsunami destruyó la parte baja del pueblo y hoy su puerto ha perdido importancia. Sin embargo, su historia ha dejado una población preciosa, con la Catedral como uno de sus puntos imprescindibles.
También es esencial subir a Ravello, un pueblo situado en lo alto de una colina, con miradores espectaculares, un casco antiguo medieval muy bien conservado y villas rodeadas de amplios jardines. Aunque no está directamente sobre la playa, la vista de Ravello es imprescindible. Además, es recomendable conocer los jardines de las villas Cimbrone y Rufolo, pasear por su coqueto centro histórico y disfrutar de la deliciosa gastronomía italiana.
Sería largo hablar de cada pueblo y de cada rincón, y puedes intuir que un solo día se queda muy corto. Sin embargo, no puedo dejar de sugerir el siguiente pueblo, Minori. Aquí, en el paseo junto a la playa, se encuentra una de las pastelerías más famosas de Italia: Sal de Riso. A mí me encanta, y es el lugar perfecto para detenerse y disfrutar de su dulce «ricotta & pera».
La ruta continúa, disfrutando de cada rincón y de cada parada. Otro punto obligatorio es la población de Cetara, un precioso y auténtico pueblo de pescadores, famoso por su salsa de anchoas (colatura di alici), que, combinada con la pasta, da lugar a un plato delicioso. Sin duda, este es un viaje para ir y volver.
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