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Cómo hemos cambiado: del fantasma de la deflación al pánico inflacionario

Desde hace ya más de un año y medio la inflación está siendo la gran protagonista del ámbito económico a nivel mundial. De este modo, el descontrol generalizado en el encarecimiento de los precios -que padecemos desde el último tercio de 2021- se ha convertido en el mayor quebradero de cabeza de gobiernos e instituciones (bancos centrales a la cabeza).

Sin embargo, esta situación no siempre ha sido así. Durante, prácticamente, una década ya casi se nos había olvidado la importancia crucial de esta variable en el desarrollo de la actividad económica. De hecho, hace no tanto su fenómeno opuesto, la deflación, fue una de las grandes preocupaciones de las principales economías occidentales.

Cómo hemos cambiado: del fantasma de la deflación al pánico inflacionario

En consecuencia, en Economía 3 analizamos la evolución de este factor determinante que condiciona aspectos esenciales como el crecimiento económico, la creación de empleo, el comercio internacional, los tipos de interés, etc. A partir de datos facilitados por el Instituto Nacional de Estadística (INE) repasamos la trayectoria de la inflación en nuestro país en este último decenio.

En 2022 la inflación marcó su récord en 36 años

El promedio de la inflación en nuestro país se situó en el 8,4% durante el año pasado. La cifra registrada supone el encarecimiento generalizado de los precios más altos desde el 1986, cuando estos se dispararon un 8,8%.

Tras el desplome de los precios debido a la pandemia -la economía padeció una paralización de la actividad económica sin precedentes-, los estímulos de los bancos centrales y los gobiernos, unidos a una oferta que fue incapaz de dar respuesta a la creciente demanda poscovid, causaron una fuerte irrupción de la inflación. Así, y tras varios ejercicios ‘desaparecida’, la inflación volvió a escena en 2021 (3,09%).

El conflicto bélico entre Rusia y Ucrania terminó de desatar la espiral inflacionaria en la Eurozona. Así, la revalorización de las materias primas -especialmente, las energéticas- acentuó la progresión de los precios, disparándose esta por encima del doble dígito en no pocas ocasiones durante el año pasado. En España, por ejemplo, el IPC alcanzó su cénit en el mes de julio (10,8%).

Cuando su ausencia era una pesadilla para el BCE

El mandato único, según sus propios estatutos, del Banco Central Europeo es que la inflación se mantenga en el entorno del 2%. Cuando se alcanza ese objetivo se entiende que una economía disfruta de una situación de estabilidad de precios.

El año 2023 ha comenzado su andadura con una inflación próxima al 6%. Es decir, tres veces por encima de lo recomendable. Sin embargo, y aunque ahora nos resulte muy lejano, hace no mucho la principal preocupación en la Eurozona era la deflación.

La deflación consiste en una caída generalizada de los precios prolongada en el tiempo. A simple vista puede resultar positiva (los bienes y servicios cuestan menos), pero sus consecuencias son mucho más peligrosas que las de la propia inflación.

Cuando la caída de los precios se vuelve duradera la economía entra en un peligroso círculo vicioso. Al caer los precios, cae la demanda de bienes y servicios, y los consumidores ante unas expectativas de precios a la baja retrasarán sus decisiones de compra esperando precios más bajos. A su vez, las empresas ven reducidos sus beneficios, al tener que bajar más los precios para poder tener ventas. Finalmente, y como consecuencia de ello, las empresas se ven obligadas a reducir costes (menos empleados) por lo que la demanda vuelve a caer y la economía entra en un peligroso bucle sin salida.

Esto es lo que ocurrió en la zona euro durante casi una década. Así, como podemos observar en el gráfico, en España durante 2014 y 2016 los precios retrocedieron un 0,15% y un 0,20%, respectivamente. En 2020 la deflación fue del 0,32%. No obstante, en esta ocasión la caída de los precios atendió a las circunstancias extraordinarias del coronavirus.

Por aquel entonces -y para que la inflación repuntara-, el máximo regulador monetario del viejo continente inundó el mercado de dinero gratis (tipos al 0%), favoreciendo el gasto público y el endeudamiento de empresas y familias. Tan solo unos años después, la coyuntura es diametralmente opuesta. ¡Cómo hemos cambiado!

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