La eterna incomodidad del Sr. Blasco
Se nos acusa a los valencianos de no saber casi nada de Blasco Ibáñez. Yo mismo sé mucho menos de él que del divino Stefan Zweig, del arrasador Houellebecq, de la cruel Patricia Highsmith, de mi adorado F. Scott Fitzgerald o del genio (ya se le puede llamar así) Roberto Bolaño. Tranquilidad, la lista no es infinita. En realidad, ni siquiera sé por qué se le llama Blasco Ibáñez y no Vicente Blasco. La cuestión es: ¿debo sentirme culpable por ello?
El legado material dejado por el -esto sí que lo sé- universal escritor ha protagonizado una de las más fuertes polémicas de la semana. El 31 de diciembre expiró el convenio alcanzado en 2012 a través del cual el Ayuntamiento de València cedía los fondos de Blasco a la Fundación que lleva su nombre, y se depositaban en la Casa-Museo de la Malvarrosa. El ruido comenzó cuando la Fundación señaló «que no se daban las condiciones» para renovar la colaboración y advirtió del serio peligro de que los fondos, al volver a ser propiedad exclusiva del Ayuntamiento, seguramente acabarían depositados en la Biblioteca Nacional de Madrid y los valencianos perderíamos un patrimonio histórico-artístico de incalculable valor.
Mientras el alcalde Joan Ribó apelaba a una solución amistosa, señalaba la implicación del consistorio en la celebración del Año Blasco Ibáñez en 2017 y reivindicaba como capital para la ciudad la figura del escritor, y pedía la implicación de la Generalitat, llegaban encendidos comunicados en su contra a las redacciones. Costaba entender la razón de la pelea y sobre todo, por qué quienes en realidad estábamos en la picota éramos los valencianos. Finalmente, la Fundación decidió llevar a los tribunales al Ayuntamiento.
Para entender la situación había que descolgar el teléfono. Fuentes cercanas al Ayuntamiento nos situaron en el mapa del problema. La nieta del escritor, Gloria Llorca Blasco-Ibáñez, dividió hace veinte años el legado en dos partes: una para la Fundación que ella misma creó, y otra para la corporación municipal. La intención fue la mejor, pero el problema era cuestión de tiempo. Cosa de las soluciones salomónicas: la Fundación pretende unir las dos mitades bajo su nombre, y si no lo consigue, será su parte la que pueda salir de València.
La Casa-Mausoleo
Ángel López, secretario de la Fundación Blasco Ibáñez, nos explica que «La Fundación pretende defender el legado y conseguir que se le dé la importancia que tiene. Si se le diera la importancia y los recursos necesarios, jamás hubiéramos planteado ningún tipo de contencioso. El problema de fondo es que a la memoria de Blasco no se le hace ni puñetero caso en realidad, otra cosa es la palabrería. La misma colección está en la Casa-Museo, propiedad del Ayuntamiento, desde hace 20 años y las piezas de plata están negras de no limpiarlas, no se digitalizan los fondos, no se promueve la visita de escolares y familias, y lo único que se pretende es cubrir el expediente”.
«Esta batallita no es nueva», prosigue López. «La misma situación se produjo en 2012. En aquel momento se hicieron gestiones ante las administraciones públicas valencianas. Muchas instituciones preferían no aparecer acogiendo un legado por cuestiones de sintonías políticas con quienes gobernaban entonces. No lo acogían ni en la Biblioteca Valenciana; ofrecimos el Fondo Blasco en tres ocasiones a la Universitat de València…Nos dijeron que si recogían los fondos, el Ayuntamiento cortaría ayudas y subvenciones, es decir, les presionaban. Entonces ya vimos que la única solución era salir de aquí. Nadie se atrevía en València y en Madrid sí. Y comentamos varias veces que sabíamos que si los fondos se iban a la Biblioteca Nacional, jamás volverían, porque es la condición que ponen».
Según López, en la actualidad, la Fundación cuenta con una dotación de 10.000 euros anuales y el Ayuntamiento les propuso aumentarla en 2.000, «con la condición de que se inviertan en la Casa-Museo, que es del propio ayuntamiento y, además, no tiene presupuesto propio. No es serio. Comprendo que quien ignora el problema pueda pensar que la Fundación es el malo de la película, porque queremos privar a los valencianos de los fondos del escritor. Todo lo contrario, queremos que lo disfruten, pero disfrutarlo de verdad. Nosotros, a la Casa-Museo le llamamos la Casa-Mausoleo».
¿Cómo han podido cambiar tanto las cosas en apenas un año? La Fundación y el Consistorio fueron de la mano durante el Año Blasco, y ahora, si nada lo impide, acabarán en los tribunales. «Reconozco que hizo un gran esfuerzo en 2017, pero en 2018 volvimos a cero. Nos hemos hartado de pedir condiciones dignas y del ninguneo de las administraciones públicas. El Ayuntamiento no tiene dinero ni ganas, que la Generalitat tampoco, y la Diputación dice, textualmente, que Blasco está amortizado y no va a hacer nada por él». En cambio, «en EE.UU. hay varias universidades con cátedras exclusivas sobre el escritor. Dos de ellas incluso nos ofrecieron una importante cantidad de dinero. Obviamente, dijimos que no, porque lo queremos para los valencianos».
El famoso gran desconocido
Pero, ¿es todo una cuestión de dinero? Como se ha dicho, ni en los presuntos años de abundancia se mejoró en nada la situación. Hablamos de Blasco Ibáñez y seguro que hay algo más que el simple y vil metal. Es algo mucho más interesante.
«Blasco es un total, total desconocido para los valencianos. Se conocen los tres tópicos que se han hecho correr. Que si para la derecha era un republicano revolucionario y, para colmo, anticlerical, y para la izquierda no era nacionalista, no escribía en valenciano y, además, se hizo rico con su trabajo, sin robar a nadie, y vivió muy bien la última etapa de su vida».
Para intentar lastimarnos lo menos posible y no irnos a la cama atenazados por la culpabilidad, consultamos al escritor y editor Toni Sabater, autor de València, ciutat de Campanars y la muy reciente Insistències en la llum, de Llibres de la Drassana.
«El problema de la incomodidad política de Blasco Ibáñez no es de ahora, porque es un personaje muy controvertido. El valencianismo político que pueda representar Compromís bebe en buena parte de su legado, pero también lo niega. De alguna manera, el blasquismo representó un movimiento en el que algunos se acercaron mucho al valencianismo pero es una persona muy contradictoria. Herederos suyos como Azzati tuvieron muy malas palabras para el valencianismo político, aunque él no las tuvo expresamente. El regionalismo que acabó derivando en el valencianismo estaba asociado, salvo alguna excepción que él conoció muy de cerca como Constantí Llombart, al conservadurismo, a cierto aire de naftalina en todo, a gloria de la antigüedad sin mirar el presente ni el futuro. Ese valencianismo primitivo a él no le resultaba atractivo, y es lógico. Venía de una fuente muy afrancesada y muy revolucionaria totalmente opuesta. La incomodidad de la derecha valenciana es completa. Salvo alguna honrosa excepción, siempre lo vio como un demonio.
En Blasco se da una cosa muy singular, y es que a la vez que quema un poco por todos lados, nadie renuncia a él expresamente ni quiere desligarse de él, precisamente porque está muy enraizado en él imaginario colectivo valenciano».
Ángel López asegura tener los documentos firmados por Gloria Llorca Blasco-Ibáñez que garantizarían el fallo a su favor. «En el año 97, doña Gloria hizo una escritura de donación al Ayuntamiento de València, que no ponemos en duda, en ella hay una cláusula por la que la donante se reservaba la opción de revocar esa donación y reintegrar parte o todo el legado a la Fundación en un plazo máximo de dos años». ¿Será inevitable llegar ahí?
«Hemos llegado a la conclusión de que, aunque se cambie el signo del ayuntamiento, siguen siendo igual de impermeables a la figura de Blasco. Pero somos optimistas, por no decir ilusos, porque creemos que alguien, en algún momento, tomará alguna iniciativa y se encauzará el tema».
Señor Blasco, es usted un puñetero. ¿Cómo es capaz de habernos metido en este lío 90 años después de hacer como que se moría? ¿Qué vamos a hacer con usted?
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