Miércoles, 24 de Abril de 2024
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En 25 años, el viajar ha pasado de lujo a necesidad

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Cuando hablamos de turismo, generalmente realizamos más énfasis en el turismo que viene a España. Es lógico que así sea al tratarse de un país entre los tres primeros del mundo en número de turistas y donde la “industria” turística es un elemento clave del desarrollo económico. Pero, en general, no suelen aparecer reflexiones sobre cómo ha cambiado o evolucionado nuestra actividad como turistas cuando salimos al extranjero. Sin embargo, un breve repaso por los cambios que se han producido en estos 25 años, evidencia la tremenda evolución que la sociedad y la economía española han vivido en este periodo. Nuestra forma de viajar es un reflejo claro.
 
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Durante la década de los 80, los viajes de larga distancia estaban reservados casi a una élite social, pues raro era el valenciano que había realizado un crucero y, cuando una pareja de novios hacia su viaje de luna de miel, debía ser algo espectacular, porque casi pensaba que no viajaría más.

Los viajes por Europa eran intensísimos: debíamos ver el máximo de cosas posible en el menor tiempo, mediante recorridos maratonianos y visitas fugaces. Y esquiar era un lujo para una minoría. Cuando veíamos como el Rey pasaba las navidades en Baqueira, todavía se acrecentaba más esa imagen de “escapada para la elite”.

La década de los 90 se inicia con una intensificación de los vuelos especialmente fletados a destinos; los popularmente conocidos como chárteres, consiguiendo mayor eficiencia de costes, contrataciones masivas y la posibilidad de facilitar a todo el mundo el acceso a nuevos destinos y a unas vacaciones diferentes de las que hasta ahora había realizado.

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El Caribe, la gran tentación

Recuerdo el primer lanzamiento de Cancún, con un programa que se llamaba “México a la española”, rondaba el inicio de la década (1990 o 1991) y de golpe y de repente estaba al alcance de muchos disfrutar de unas vacaciones en el Caribe. No se había iniciado el desarrollo urbanístico de la Riviera Maya, ni existía el aeropuerto de Punta Cana.

A lo sumo, un complejo en Playa Bávaro, que abría las puertas a un desarrollo turístico con fuerte inversión española en toda la costa, al que llegábamos desde el aeropuerto de Santo Domingo, tras varias horas de autobús por una carretera interminable. Hoy casi ocurre lo contrario: raro es el valenciano que no ha estado en Cancún, en Riviera Maya y/o en Punta Cana.

Se empezaba a generar la necesidad de disfrutar de un buen viaje al año. Cada año asistíamos a destinos que se ponían de moda y los valencianos empezaban a acostumbrarse a ir eligiendo cada año un destino nuevo, en principio y fundamentalmente en verano, algo que luego fue evolucionando con la mejora de la economía familiar y la posibilidad de coger vacaciones fuera de los periodos estivales, ya que muchos destinos no son precisamente ideales en este periodo del año.

Muchos destinos (Miami, Bali, Marrakech…) se ponían de moda porque una “celebrity” pasaba allí sus vacaciones o su luna de miel. Lo notábamos enseguida. Si Julio Iglesias nos abrió las puertas para conocer Miami cuando se desplazó allí a finales de los 80, la boda de su hija Chabeli, en 1993, y su viaje a Bali, provocó una oleada de peticiones a este destino.

Eran ellos, los famosos que salían en todas las revistas, los que, de repente, ponían un destino de moda, casi sin querer, con su sola presencia y difusión en medios. Años antes, durante la emisión del programa del “Un, dos tres, responda otra vez”, cuando la noche del viernes estaba dedicada a Marruecos, sabíamos que la semana siguiente todos querrían ir a este destino.

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Nieve, Erasmus y turismo de escapada

Los grandes viajes, exclusivos de una elite social, habían empezado a popularizarse: Rusia, Argentina, México, India, Egipto, Brasil, China, Cuba, etc. Y era apasionantes esta época con los clientes, porque sentías que estaban haciendo el viaje de su vida, que lo vivían con una intensidad inusitada y por fin estaba a su alcance.

Destinos como Islas Canarias, a las que viajaban muchos españoles en verano, empezaban a recibir una gran competencia en el propio mercado nacional, a través de destinos emergentes con similar coste: Túnez, Turquía, Grecia o Marruecos. Cada año aparecían destinos con chárteres nuevos y se producían verdaderas oleadas de viajeros rumbo a estos países.

Las semanas blancas pusieron el deporte del esquí al alcance de casi todos y lo que había sido hasta entonces considerado un lujo, fue convirtiéndose en algo habitual poco a poco. Este fue uno de los principios de viajar gracias a una afición. Tal vez, el esquí fue para muchos su primer viaje ligado a un deporte. Ya no buscábamos solo viajar en verano, en vacaciones, sino también una escapada en invierno.

Y las becas Erasmus hicieron el milagro de que los universitarios empezaran a viajar por la geografía europea, perdiendo el miedo a salir de su país, al desconocimiento del idioma y otras muchas cosas. Viajar empezaba a convertirse en algo normal y cotidiano.

Este desarrollo contribuyó a hacer realidad la evolución iniciada a principios del presente siglo: las escapadas cortas. Ya no vamos a Italia una vez en la vida, con un recorrido demoledor de doce días, sino que empezamos a elegir unos días en Roma, más adelante haremos otra escapada a Venecia, etc. Al haber estudiado fuera, conocemos amigos no solo del país en el que estudiamos, sino de otros países. Los jóvenes universitarios de los 90 empiezan a desarrollar un hábito de viaje, inexistente en décadas anteriores.

Nuevas tendencias

En el siglo XXI siguen apareciendo nuevas tendencias. Ya no solo viajamos por vacaciones; empezamos a viajar por nuestras aficiones o motivaciones. Viajes ligados al deporte, la formación, el arte, la gastronomía, los espectáculos musicales, la cultura, la religión, etc. Y empezamos a vivir el viaje como parte de nuestra vida. Se incrementan los “city breaks”: escapadas cortas a una ciudad. Se inicia una segmentación del viaje inexistente antes, y se viaja varias veces al año, cada vez con una motivación diferente.

Paralelamente a todos estos cambios, a finales de los 80 y principios de los 90 cambiaron las comunicaciones de una forma vertiginosa. Estábamos acostumbrados a utilizar el telex y apareció el fax, sustituyendo rápidamente a este. Pero es que a los pocos años aparecía el correo electrónico, y muy pocos eran capaces de entender las consecuencias que tendría este cambio en la forma de comunicarnos.

Y con el correo electrónico llegó internet, rompiendo todas las barreras existentes para el acceso a la información. Internet ha cambiado nuestros hábitos a la hora de buscar destinos y de seleccionarlos. Y poco a poco van entrando en escena los sistemas de valoración de terceros, las fuentes de referencia, las valoraciones de otros viajeros, creando un ecosistema de información nunca vivido con anterioridad.

Pero ya no nos basta solo con viajar; no nos conformamos con cualquier cosa y empezamos a valorar las experiencias. Queremos vivir cosas singulares, experiencias diferentes y únicas. Pasamos del conocimiento a la emoción y cualquier motivo es bueno para un viaje: vacaciones, disfrutar de la afición favorita, fin de año, ver a un amigo en otro país, etc. Nadie piensa ya que viajar sea un lujo, sino algo que forma parte de nuestra vida y nos acompaña, nos abre la mente, nos permite conocer nuevas culturas, interactuar y disfrutar de aquello que deseamos. Y todo ha ocurrido en solo 25 años.   

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