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El Pasaje y el castillo de Ripalda

Redacción E3
Publicado a 13/06/2016 11:35

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Fallecido el conde de Ripalda en el año 1876, es cuando comienza a cobrar presencia pública la labor de su viuda, condesa de Ripalda, Josefa Paulín de la Peña. Esta dama, de origen francés, que heredó propiedad y títulos nobiliarios, mostró a Valencia su capacidad emprendedora. Tomó la administración de las fincas rústicas y, por lo que a las urbanas se refiere, desarrolló una remodelación urbanística de importancia para la ciudad.

La casona familiar, situada en la plaza de Mariano Benlliure, fue derribada para dar paso al Pasaje de Ripalda, que comunica la plaza con una encrucijada clave de la ciudad, como es la calle de San Vicente, a la altura de lo que entonces era la plaza de Caixers. Era el lugar más transitado de la ciudad y doña Josefa, al estilo de lo que había visto en París y Milán, quiso traer a Valencia, a pequeña escala, una galería comercial cubierta, donde hubiera también cafés y restaurantes. En 1889, el año en que París estrenó la torre Eiffel, abrió el Pasaje, que tenía un coqueto hotel y dos cafés, el Inglés, donde se daban conciertos nocturnos, y el Hungría, más popular e inclinado a la cervecería. El Gran Hotel Ripalda es destacado por albergar, unos años después, el primer ascensor hidráulico que fue visto en la ciudad.

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La operación inmobiliaria de doña Josefa la completó haciendo realidad el sueño burgués de construirse un palacio a las afueras de la ciudad. Quería que pareciera un castillo medieval, que tuviera una estampa romántica y soñadora de trovadores y princesas. Y el arquitecto valenciano Joaquín María Arnau, uno de los mejores de la generación que puso en pie la calle de la Paz, hizo posible el sueño entre 1889 y 1891. La leyenda dice que la propietaria fue vista muchas veces trepando a los andamios, negociando con el maestro de obras, dando instrucciones de derribo de lo que no cuadraba con su sueño, sin reparar en gastos. El palacio de Ripalda surgió en lo que entonces eran “las afueras”, junto a Viveros, en el arranque de la Alameda. Situado junto al jardín de Monforte, junto a huertos de fresas como el del Santísimo. Su bella estampa pasó a ser la postal preferida de Valencia durante la Batalla de Flores, que otro emprendedor valenciano, el barón de Cortes de Pallás, creó ese mismo año. De aquella nueva zona de Valencia tendría que partir, según los sueños que arrancan del año 1898, una avenida recta que llegaría hasta el mar en forma de bulevar.

Doña Josefa solo pudo disfrutar cuatro años de su mansión de cuento de hadas; falleció en 1895. En la hermosa finca de las afueras siguió viviendo la hija mayor de la familia, VII condesa de Ripalda, que dio grandes fiestas campestres en alguna Pascua y cenas distinguidas por Navidad. Tras la guerra civil –la heredera murió en 1942–,  el castillo estaba en decadencia y el Ayuntamiento accedió al deseo de la propiedad de derribarlo. En su lugar se levantó el edificio que hoy llamamos La Pagoda.

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