Ingenieros geomáticos reivindican su papel ante la crisis climática
Redacción E3
En los últimos años, llenar la cesta de la compra en España se ha vuelto progresivamente más caro. Lo que comenzó como una subida moderada de precios se ha transformado, en apenas un lustro, en un fenómeno estructural que afecta a millones de hogares.
Productos básicos como el aceite de oliva, los huevos, la leche o el azúcar han visto cómo sus precios se disparaban muy por encima del promedio de la inflación, empujados por una combinación de crisis globales, tensiones logísticas y fenómenos climáticos extremos. En muchos casos, el encarecimiento acumulado supera el 40 % o, incluso, el 200 % en apenas cinco años.
Este fenómeno, lejos de explicarse por una sola causa, responde a una compleja red de factores interrelacionados: desde el impacto de la guerra en Ucrania y la escasez de materias primas hasta las disrupciones postpandemia y el aumento del precio de la energía. A ello, se suman los costes regulatorios, la escasez de mano de obra en el campo y una demanda global creciente. El resultado es una presión constante sobre el bolsillo de los consumidores, especialmente en los hogares con menos recursos, que han tenido que modificar sus hábitos de compra y alimentación.
Desde finales de 2018 hasta mediados de 2025, la cesta de la compra en España ha experimentado una subida media del 38 %, según datos de la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU), destacando especialmente el encarecimiento del aceite de oliva (que llegó a protagonizar subidas del 225 %), el azúcar (+91 %) y el zumo de naranja (+81 %).
En el conjunto de los alimentos, la inflación interanual alcanzó un pico del 15,3 % en 2022, el incremento más elevado en 34 años.

Algunos productos básicos reflejan incrementos dramáticos: la leche subió más del 30 %, los huevos un 26 %, la carne entre un 13 % y un 14 %, la fruta fresca un 12 % y las hortalizas y legumbres un 10 % interanual en 2022.
En los últimos meses, aunque la inflación general ha comenzado a moderarse –con un 2,3 % en junio de 2025, según el Instituto Nacional de Estadística (INE)–, los alimentos siguen siendo un grupo sensible, con subidas persistentes o incluso repuntes en productos frescos como carne, frutas, verduras o huevos.
En 2025, por ejemplo, los precios de frutas frescas han crecido hasta un 12,6 % en el último año, acumulando una subida del 47 % desde el estallido de la crisis inflacionista.
La mayoría de los expertos coinciden en que el aumento de precios responde a choques globales sobre la oferta, mientras que los márgenes de la distribución y fabricación apenas han sido responsables. Según el Gobierno, el 95 % de la inflación de precios de alimentos en 2022 se debió a costes.
Estos incluyen el incremento de materias primas, fertilizantes, piensos y energía, empujados por tensiones geopolíticas como la guerra de Ucrania, así como disrupciones en la cadena de suministro postcovid, junto a fenómenos climáticos extremos.
El sector energético también ha jugado un papel clave: la subida de precios del gas, la electricidad o los carburantes ha encarecido todos los escalones de la cadena agroalimentaria, desde el campo hasta el retail. Además, factores regulatorios como nuevas tasas, exigencias de envases reciclables o normativas de bienestar animal han incrementado los costes de producción y distribución.
Otra razón puntual ha sido la crisis de los huevos: la gripe aviar en EE. UU. provocó la pérdida de millones de aves y desencadenó una escasez global. En España, el precio de los huevos ha aumentado un 66 % en cuatro años, convirtiéndose en el producto con mayor subida dentro del supermercado.
Huevos: en supermercados como Mercadona, Carrefour o Día, una docena de huevos medianos subió hasta un 25 % en 2025. Mercadona, por ejemplo, los vende ahora a unos 2,60 euros. Esta ‘ovoflación’ ha impactado también a sectores como la hostelería y la panadería.

Aceite de oliva: aunque su precio llegó a hundirse un 48 % desde abril de 2024, la subida acumulada hasta entonces había sido de alrededor del 33-44 % por fenómenos climáticos, reducida cosecha y escasez global de aceite de girasol.
Carne de vacuno y ovino: registran tasas interanuales cercanas al 14,5 %, impulsadas por una menor producción y una demanda creciente, tanto doméstica como de exportación. Algunos cortes se han convertido ya en artículos de lujo, según la percepción del consumidor.
Este encarecimiento ha provocado cambios en los comportamientos de compra. Según testimonios recogidos por Euronews, algunas familias han recortado gastos en productos como ternera o frutas favoritas, priorizando opciones más asequibles o reduciendo el consumo de frescos.
Cáritas y otras entidades en Canarias advierten que los más afectados son los hogares de renta baja, que destinan una proporción mayor de sus ingresos a alimentación.
Pero a la subida de precios se suma otra estrategia silenciosa que ha ganado terreno en los últimos años: la reduflación. Se trata de una práctica por la cual los fabricantes reducen la cantidad de producto que ofrecen sin modificar el precio o, incluso, aumentándolo ligeramente. El envase se mantiene casi igual, pero su contenido mengua. El resultado es una pérdida de poder adquisitivo para el consumidor, que paga lo mismo (o más) por menos.
Este fenómeno no es nuevo, pero se ha intensificado desde 2021, cuando el aumento de costes energéticos y de materias primas llevó a muchas marcas a optar por esta vía para mantener márgenes sin elevar precios de forma tan visible. Según la OCU, se han detectado más de 200 casos de reduflación en supermercados españoles entre 2022 y 2025, afectando a productos tan cotidianos como cereales, galletas, embutidos, papel higiénico o detergentes.
Los ejemplos son múltiples y afectan a primeras marcas: paquetes de galletas que pasan de 200 a 180 gramos, yogures que antes incluían cuatro unidades y ahora solo tres, o latas de atún con 15 gramos menos por unidad. Incluso en productos como el papel higiénico, el número de hojas por rollo se ha reducido sin modificar el número total de rollos por paquete, generando confusión en el consumidor.

Aunque no es ilegal, esta práctica ha generado debate y malestar. Organizaciones de consumidores y algunos partidos políticos han exigido una mayor transparencia y regulación, reclamando que las etiquetas indiquen claramente la variación en el contenido del producto. Por ahora, la legislación europea no obliga a destacar los cambios en la cantidad si el peso o volumen está correctamente especificado, lo que deja al comprador en desventaja si no compara con atención.
En este contexto inflacionario, la reduflación actúa como una segunda capa de encarecimiento, más sutil pero igual de efectiva a la hora de erosionar el presupuesto de las familias. A la subida de precios se suma así una pérdida silenciosa de cantidad, que obliga a los consumidores a estar más atentos que nunca en cada visita al supermercado.
Borja RamírezGraduado en Periodismo por la Universidad de Valencia, está especializado en actualidad internacional y análisis geopolítico por la Universidad Complutense de Madrid. Ha desarrollado su carrera profesional en las ediciones web de cabeceras como Eldiario.es o El País. Desde junio de 2022 es redactor en la edición digital de Economía 3, donde compagina el análisis económico e internacional.
Redacción E3