La geopolítica del silicio: el mineral que sostiene el poder tecnológico mundial
El silicio se ha convertido en el nuevo petróleo del siglo XXI: clave en la rivalidad entre Estados Unidos y China, la seguridad global y el control de la industria tecnológica mundial.
El silicio se ha convertido en el recurso más estratégico del presente. No por su escasez -es el segundo elemento más abundante en la corteza terrestre-, sino por la complejidad tecnológica que exige su transformación en semiconductores. En la actualidad, controlar la cadena de valor del silicio significa dominar el núcleo de la economía digital, la inteligencia artificial, la ciberseguridad y, en última instancia, la arquitectura del poder global.
Durante el siglo XX, el petróleo definió la política internacional: guerras, alianzas y hegemonías se tejieron en torno al control de los hidrocarburos. En el XXI, el equivalente geoestratégico es el silicio, pero con una diferencia crucial: no se trata de una materia prima escasa, sino de una cadena de producción extremadamente sofisticada y concentrada en pocos actores.
La dependencia ya no está en el acceso al recurso, sino en la capacidad industrial y tecnológica para transformarlo en chips. Esto desplaza el poder de las reservas naturales a las empresas y estados capaces de diseñar, fabricar y proteger esa cadena.
Un oligopolio tecnológico
La producción mundial de semiconductores está repartida entre unos pocos nodos críticos, creando vulnerabilidades comparables -e incluso superiores- a las del petróleo en el siglo pasado. La cadena del silicio no solo está concentrada: está fragmentada en distintas geografías, lo que la convierte en un sistema interdependiente y frágil.
- Taiwán (TSMC): epicentro global de los chips más avanzados. Su ‘escudo de silicio’ no solo sustenta su economía, sino que actúa como garante indirecto de seguridad frente a China. Un ataque sobre la isla provocaría una disrupción global.
- Corea del Sur (Samsung, SK Hynix): pieza clave en memoria y almacenamiento digital.
- Países Bajos (ASML): monopoliza la maquinaria de litografía ultravioleta extrema (EUV), sin la cual no existe la fabricación de última generación.
- Estados Unidos: conserva el control de la innovación en diseño (Nvidia, Intel, Qualcomm) y de la diplomacia coercitiva, imponiendo vetos y sanciones que limitan el acceso de China a tecnologías clave.
- China: invierte ingentes recursos en su autosuficiencia, consciente de que la dependencia de sus rivales constituye una vulnerabilidad estratégica.
La tecnología como arma geopolítica
La guerra tecnológica entre Estados Unidos y China ha convertido al silicio en un instrumento de poder. Washington impone controles de exportación sobre chips avanzados y maquinaria, buscando frenar el ascenso tecnológico de Pekín en sectores críticos como la inteligencia artificial o la defensa.
China responde con restricciones en minerales estratégicos (galio o germanio), vitales para semiconductores y energías renovables. Este intercambio recuerda a los embargos petroleros de la OPEP en los años setenta: recursos aparentemente técnicos que se transforman en armas diplomáticas.
Riesgo sistémico: un ‘talón de Aquiles’ global
La pandemia de la covid-19 expuso la fragilidad de la cadena global de semiconductores: industrias enteras -automóvil, telecomunicaciones, defensa- quedaron paralizadas por la escasez. A diferencia del petróleo, que puede almacenarse y transportarse con relativa facilidad, los chips requieren procesos de producción continuos, complejos y costosos.
Esta vulnerabilidad sistémica ha impulsado un nuevo mercantilismo tecnológico. Por una parte, Estados Unidos aprobó el Chips Act para relocalizar fábricas y reducir dependencia de Asia. Por otra, la Unión Europea lanzó el European Chips Act, con la ambición de duplicar su cuota de mercado global para 2030. Además, China, a través de planes quinquenales y subsidios, busca cerrar la brecha con TSMC y ASML.
Silicio y seguridad: más que economía
El control del silicio no es solo una cuestión de competitividad industrial: afecta directamente a la seguridad nacional. Los chips avanzados alimentan sistemas de misiles, satélites, redes de inteligencia y algoritmos de inteligencia artificial con aplicaciones militares.
En este sentido, la dependencia de semiconductores foráneos puede convertirse en una vulnerabilidad estratégica equivalente a la dependencia energética en la Guerra Fría. Un bloqueo en el estrecho de Taiwán o una sanción tecnológica podría paralizar la capacidad operativa de ejércitos enteros.
El futuro de la geopolítica global se está escribiendo en torno al silicio. El país que consiga dominar esta cadena de valor dispondrá de la llave del poder digital y, con ella, de la capacidad de condicionar a aliados y rivales.
La pugna actual recuerda a los grandes choke points del pasado, pero trasladados al mundo digital: la maquinaria de ASML en Países Bajos, las fábricas de TSMC en Taiwán o las obleas de Samsung en Corea son los nuevos puntos de estrangulamiento del orden mundial.
En última instancia, la geopolítica del silicio no es solo una batalla por chips, sino por la definición misma de la hegemonía en el siglo XXI: si el petróleo alimentó la supremacía militar-industrial de Estados Unidos en el siglo XX, el silicio decidirá quién lidera el mundo en la era digital.
Sara MartíCoordinadora editorial. Graduada en Periodismo por la Universidad Jaume I, estoy especializada en contenido web y ediciones digitales por el Máster en Letras Digitales de la Universidad Complutense de Madrid. Mi experiencia en el mundo de la comunicación abarca desde el institucional hasta agencias y medios de comunicación. Al día de la actualidad empresarial y financiera en Economía 3 desde marzo de 2021.
Las claves del nuevo escenario económico analizado en Cinteligencia 2025
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