Los resultados arrojados por las urnas colocan como ganadores de las elecciones italianas a la coalición encabezada por Giorgia Meloni, líder de Fratelli d’Italia, Matteo Salvini, de La Lega, y Forza Italia, del incombustible Silvio Berlusconi. En total, el bloque de los tres partidos ha conseguido aglutinar el 43% de los votos; muy por delante del 27’6% de votos obtenido por el bloque de izquierdas y el 14’7% del Movimiento 5 Estrellas, que se presentaba en solitario.
De esta forma, la hasta ahora diputada podría convertirse en la primera mujer presidenta de Italia. El bloque de derechas ha logrado obtener una clara mayoría en ambas cámaras del parlamento, lo que les permitirá gobernar con libertad. No obstante, no han logrado la mayoría de tres quintos que le permitiría realizar cambios constitucionales con mayor facilidad.
La lideresa de Fratelli d’Italia llega al gobierno de un país que, como la mayoría de sus vecinos europeos, atraviesa momento turbulentos. La inminente aprobación de los presupuestos, el descontento debido al aumento del coste de la energía, así como la inflación, son sólo algunos de los muchos desafíos que el nuevo gobierno deberá enfrentar. Italia es, junto a Alemania, uno de los países de la Unión Europea (UE) que más dependía del gas ruso y se espera una contracción de hasta el 2% de su PIB para el año que viene.
Una economía en horas bajas
Pese al carácter soberanista que predomina en la coalición ganadora, que incorpora como segunda fuerza una Lega que pedía en 2018 que el país abandonase el euro; no parece que esa sea la dirección en que se encamina el futuro del país. El contexto económico, la dependencia de los Fondos Next Generation y la deuda pública italiana, que alcanza ya el 150% del PIB, no dejan margen a la improvisación.
Una de las principales medidas económicas de la coalición ha sido la de moderar los impuestos. Giorgina Meloni se ha caracterizado durante la campaña por unas propuestas de gasto relajadas y la búsqueda de un equilibrio presupuestario que reduzca la rigidez burocrática de la administración. Muchas son, no obstante, las incógnitas que envuelven las futuras decisiones económicas de Meloni, de las que se puede suponer que se interpretarán en clave nacionalista.
Para Frédéric Mertens, profesor y coordinador del grado de Relaciones Internacionales de la Universidad Europea, el Gobierno que está por formarse no tiene excesivo margen de maniobra.
«La situación económica de Italia no atraviesa una situación óptima, con esa crisis económica permanente que tienen desde hace años. Es un país al que le cuesta levantar la cabeza en términos económicos y, especialmente, en términos de mercado laboral. Además, hay que tener en cuenta que existe un desequilibrio notable entre el norte y el sur. Un sur que depende de la financiación pública que proviene, en gran parte, de los fondos europeos», explica el profesor.
Italia quiere un cambio, pero el margen es limitado
Muchos expertos leen los resultados electorales en términos estrictamente nacionales. Durante los últimos años, los votantes italianos han escogido como gobernante entre diversas alternativas; desde los populistas del Movimiento 5 Estrellas en solitario, a en alianza con La Lega…En estas elecciones el descontento se ha traducido en una gran abstención, cercana al 50%, y la elección de la línea más dura de Fratelli d’Itallia, con la esperanza de que un gobierno marcado a la derecha pudiera revertir la situación del país.
Esas son, en grandes rasgos las expectativas del electorado italiano con respecto a la ganadora de las elecciones. Pero siempre hay un «pero», y es que ella sola no puede gobernar. Necesita formar una coalición. Antes de la puesta en marcha de la coalición, cada socio político ha pisado fuerte.
«Giorgina Meloni ha suavizado sus discursos más radicales para poder captar el centroderecha y poder fagocitar a los votantes de Forza Italia, de Silvio Berlusconi, que premian un discurso más moderado. En Italia saben bien que el «jackpot», la inyección de capital, son los fondos europeos. Teniendo esto en cuenta, y más allá de las reacciones iniciales de la bolsa, iremos viendo una cierta moderación en la coalición y ello favorecerá la estabilidad», afirma Mertens.
Un euroescepticismo diluido
Esta nueva coalición tiene homólogos políticos en otros países de la UE, principalmente Hungría y Polonia. Sin embargo, ambos países con serios problemas con la Unión en términos de percepción de los fondos europeos. Hungría, ejemplifica el profesor Mertens, podría ver suspendidas las ayudas por valor de 42 billones de euros por no cumplir con los requisitos europeos. Los Fondos Next Generation obligan al gobierno italiano a moderar su discurso y seguir las normas europeas, puesto que necesitan este dinero.
«Uno de los próximos pasos que tiene que dar la nueva coalición es el de formar un gobierno. Uno de los próximos retos que tienen por delante es la aprobación de los presupuestos en Italia, y a través de ello mediremos las fuerzas centrífugas de la coalición. Veremos también la influencia pedagógica y de persuasión de ese gobierno respecto al parlamento italiana», afirma Mertens.
En este sentido, cabe recordar que ningún presupuesto nacional europeo puede aprobarse sin contar con el visto bueno de la Comisión Europea (CE). Cabe pensar que el nuevo gobierno deberá adecuar sus presupuestos a las líneas marcadas por Europa. Sin embargo, es posible que en ese ejercicio de control técnico que ejerce la Comisión, pudiera darse cierta «manga ancha» política para desescalar una posible radicalización del Ejecutivo.
Italia, por tanto, no está en posición para bloquear ninguna decisión política europea. No va a jugar en la línea húngara, que tampoco han continuado ni siquiera los polacos, todos ellos necesitan a Europa y su dinero.
Un mensaje interno y sonido de tambores
Si bien económicamente no cabría esperar grandes cambios debido a las razones esgrimidas, ¿podría interpretarse este resultado electoral en un mensaje de los italianos hacia Bruselas? Para Frédéric Mertens, «es más un mensaje de sanción contra los propios partidos gobernantes italianos. No es un voto sanción contra Europa, sino más bien un voto sanción contra la política interna italiana».
Sin embargo, los gobiernos europeos atraviesan momentos complicados debido a la guerra de Ucrania. Las batallas de ese conflicto se están librando en las estepas de Jersón, pero también en los despachos de Bruselas. En Moscú saben que a los europeos les duele que les toquen el bolsillo y que Ucrania no les para lejos, pero tampoco cerca, y han decidido apretar. Tras meses con los precios de los combustibles, las materias primas y la inflación disparadas, es cuestión de tiempo que los europeos empiecen a hacerse preguntas.
«Si visitamos la hemeroteca, las primeras explicaciones dadas por el gobierno español a las críticas sobre el precio de la electricidad han sido que «la inflación es la guerra». Pero esto no es cierto, la inflación en España llevaba produciéndose durante el año previo a la invasión de Ucrania. Ocurre que el chivo expiatorio de los gobiernos está siendo Rusia. Hasta ahora, los italianos que han votado, porque no olvidemos la enorme abstención, lo han hecho en clave de prueba y de sanción a los partidos tradicionales, pero no podemos descartar que se traslade al ámbito europeo», sentencia el profesor Mertens.