El profesor de la Universidad de Alicante, Joan Borja (Altea, 1968), ha ganado el Premio València de Ensayo, convocado por la Institució Alfons el Magnànim y el mejor dotado del circuito literario valenciano en el género, por su obra Enric Valor, memòries. El libro recorre la existencia -que Borja define, con razón, como «una montaña rusa»– del escritor que ocupa uno de los lugares más prominentes de la literatura en valenciano. A pesar de haber conocido la pobreza -y la riqueza, arruinándose varias veces-, Enric Valor (1911-2000) no sólo obtuvo los mayores reconocimientos en vida – Premio de las Letras Valencianas de la Generalitat Valenciana (1985), Premio de Honor de las Letras Catalanas (1987), Doctor Honoris Causa en las principales universidades-, sino que, cosa que seguramente no llegó ni a imaginar, pudo ver cómo en las escuelas se estudiaban sus Rondalles valencianes y La flexió verbal se convirtió en el manual de referencia de la asignatura de Valenciano.
Joan Borja, licenciado en Filosofía y Letras y doctor en Filología Catalana, nos atiende desde su casa en Altea, en una entrevista en la que muestra su entusiasmo por la figura del escritor alicantino.
-El Premio València de Ensayo no es cualquier cosa…
-La verdad es que sienta muy bien. Recientemente estuve en un acto de homenaje a la escritora Carmelina Sánchez-Cutillas, donde se dijo que precisamente en los tiempos difíciles, la cultura es capaz de redimir la adversidad. Y exactamente eso es lo que me ha pasado con el premio, que la cultura me ha revivido, me ha hecho muy feliz, y además, aunque ya sé que es una cuestión de poca broma, la obra ha sido resultado de la pandemia, porque si no hubiera sido por eso no hubiera tenido tiempo de presentarla.
-¿La has realizado durante estos meses?
-La tenía en marcha desde hace casi un año, pero en una fase muy inicial. La pandemia, además de liberarme del tiempo que dedico a dar clases, hizo que se prorrogara el plazo de presentación de entrega casi un mes y medio. Por eso, aunque es un libro que hubiera hecho en cualquier caso, es un hijo de la pandemia. Quiero pensar que habrá generado muchos más hijos. Tener a todos los escritores confinados es un peligro público. Veremos qué pasa en el año 2020-21, porque históricamente, grandes obras literarias han sido hijas de pandemias: en nuestra lengua, el Quadern gris, de Josep Pla, L’Espill de Jaume Roig, y claro, el Decamerón de Bocaccio. La literatura también nace de la excepcionalidad.
–Enric Valor, memòries. ¿Cómo se hace uno a la idea de escribir unas memorias que no son las propias?
-El libro tiene un secreto que quiero remarcar por encima de cualquier otra consideración. Se puede decir que está a caballo entre la realidad y la ficción, pero se basa una conversación con Enric Valor Hernández, hijo del escritor, por lo que he dispuesto de una memoria viva que es el hilo conductor del discurso. El libro cuenta con tintas de diferentes colores, y cada una representa una voz diferente, una polifonía que construye la memoria de Enric Valor. La tinta más importante es la de su hijo, porque es una conversación de principio a fin que da paso al resto de voces, como si fuera un caleidoscopio.
Es una idea que perseguía desde hace años, porque la vida de Enric Valor es brutal. Atraviesa el Siglo XX valenciano como ninguna otra. Está en cada momento crucial de la historia de los valencianos y en primera línea. Es hijo de una familia rica y terrateniente de Castalla que quedó totalmente desposeída por la plaga de la filoxera, que destruyó las viñas de sus campos y les arruinó. Tuvieron que salir de Castalla a Elda con una mano delante y otra detrás. Allí se encontró con la Revolución Industrial en su apogeo, y entró en contacto con el movimiento sindicalista en plena efervescencia. De ahí pasó al Alicante de la República, donde trabajó en el histórico semanario Tío Cuc, que tenía una gran tirada y donde publicó sus primeros cuentos en valenciano. Aquella Alicante tenía una personalidad que después se desdibujó como consecuencia de la Guerra Civil, donde, curiosamente, casi lo matan los republicanos debido a su pasado de “señorito” terrateniente.
–Y además, pasó por la cárcel y salió vivo, cosa extraña en aquellos tiempos de gatillo fácil.
-Entró en la prisión mucho más tarde de la Guerra Civil, en el año 66. Le condenaron por valencianista, en una época en que, de nuevo como una montaña rusa, volvía a ser rico gracias a una empresa de recambios de automóviles que fundó. Pero la prensa del Movimiento persiguió a él y a compañeros suyos que publicaban clandestinamente en valenciano, la Falange les desposeyó de sus pertenencias, y pasó dos largos años en la Cárcel Modelo de Mislata. Salió de nuevo con una mano delante y otra detrás. Pero su estancia en prisión realmente no tuvo que ver directamente con la Guerra.
Curiosamente, esa estancia en prisión le vino casi tan bien como a mí el confinamiento, ya que en su celda comenzó a escribir sus Rondalles, lo que considero como una imagen icónica de la cultura valenciana. Justo la mitad de Rodalles valencianes, un canon de la literatura valenciana, fueron escritas en prisión.
-Has recibido el premio en la categoría de Ensayo, pero escuchándote me viene a la cabeza una historia muy novelesca. ¿Es un ensayo novelado, un ejemplo de cómo se mezclan entre sí los límites entre géneros en la actualidad?
-Yo no creo en las etiquetas, y siempre he defendido que la creatividad humana fluye desde las fronteras que hay entre las convenciones. Dudé sobre si presentaba este original al Premio de Novela, siendo consciente de que no sería una novela al uso del mismo modo que tampoco es un ensayo al uso. Pero me la repamfinfla. Al final, la literatura es el juego, el prodigio o el arte de la comunicación, la fantasía de las palabras, sin encasillamientos. Aunque, desde luego, también es un libro que propone hacer pedagogía sobre el Siglo XX valenciano.
-La historia acaba con final feliz, porque a pesar de todo, llegó a conocer la gloria en vida.
-Además de todos los premios que recibió, llegó a ser nominado al Premio Nobel. Fue un hombre que reinventó los caminos de la literatura, y no perdamos de vista que cuando salió de prisión ya tenía casi 60 años, no era ninguna joven promesa y aún tenía prácticamente toda su obra literaria por escribir. Y logró algo que nadie había conseguido hasta ese momento: hacerse rico escribiendo en valenciano. Su vida, desde luego, supera a la ficción.
Por eso quiero mostrar mi agradecimiento a Enric Valor Hernández, por abrirme no sólo las puertas de su casa, sino también de su corazón y de su memoria. Me facilitó documentos inéditos, como el testamento ológrafo, que da pistas importantes sobre sus avatares económicos, y la parte conservada de una última e inacabada novela, titulada Un habitatge per a l’eternitat, escrita en clave de autoficción y ambientada en València en 1945. En ella trataba su gran secreto vital: mantenía a dos familias ya que no se pudo divorciar de su primera esposa, y deja entrever su profunda amistad con el guitarrista Narciso Yepes, a quien influyó y apoyó mucho, aspecto que está biográficamente comprobado.
En la obra no habla en primera persona, sino a través de otro personaje, pero tiene una doble lectura clarísima. Lo que se conserva de la novela, 24 páginas mecanografiadas, está transcrito en mi libro, y además también pude acceder al arco argumental, también mecanografiado en dos páginas, por lo que hablamos de una obra que estaba bastante madura. Pero no sé si no la acabó porque estaba bastante mayor, o quizás porque pensó que no valía la pena jugar con una ficción tan evidentemente vinculada a él.