Se cumplen ahora 50 años del anuncio de la ubicación en Puerto de Sagunto del IV Plan Siderúrgico integral de España. La efímera vida de Altos Hornos del Mediterráneo y su traumático final, en los años 80, es un atractivo y doloroso episodio de la economía valenciana, sobre el que se ha vertido mucha tinta y, al mismo tiempo, muchas lágrimas.
Puedo afirmarles categóricamente que la IV Planta Siderúrgica vendrá a Sagunto”. El 19 de octubre de 1968, Faustino García Moncó, ministro de Comercio, abrió la puerta de muchas expectativas y esperanzas, tanto en el sindicalismo como en el empresariado valenciano. Las autoridades valencianas de entonces no ocultaron su enorme satisfacción.
El ministro, que había venido a inaugurar la VI Feria del Mueble y la tercera edición de la Feria del Metal, utilizó como portavoz el nuevo y flamante edificio de la Cámara de Comercio, en la calle Poeta Querol. Pero la inauguración oficial de esa sede se dejó para un nuevo viaje ministerial, el 12 de noviembre.
En el viaje de octubre, García Moncó venía a dar a València dos noticias positivas: la aceleración de las obras del Plan Sur, para que estuvieran concluidas en pocos meses; y la certeza de que la siderurgia que debía completar a las asturiana y vasca, se instalaría en el Puerto de Sagunto, para aprovechar la experiencia de unos hornos de acero que venían trabajando desde los años veinte, con el objetivo de inyectarles nueva energía en un momento de franca languidez.
“Lo único que no está resuelto -dijo el ministro en su discurso-, y en eso no podemos todavía pronunciarnos, es en el cuándo. Pero no tengan ustedes duda alguna de que será el emplazamiento que hemos señalado”.
Carrusel de ofertas
De este modo, García Moncó salió al paso de una especie de carrusel de ofertas que se desató en varias regiones, como consecuencia del modo en que el Gobierno llevó el asunto de fundar una nueva acería integral. Se desató una traca de proyectos, entre los que el más adelantado llegó a ser el formulado en Galicia.
Así, siguiendo órdenes superiores, el ministro atajó rumores y pugnas inútiles: la siderurgia se ubicaría en Sagunto. Era una decisión tomada por la comisión delegada del Gobierno para Asuntos Económicos, en sesión presidida por el propio general Franco y lo único que faltaba saber era cómo y cuándo empezaría su actividad.
De ese modo, también se cortaba la ya tradicional romería que, con puntualidad de reloj, ponía a un comité de sindicalistas de Altos Hornos de Sagunto ante todos los ministros que viajaban a València, fueran de ámbito económico o no.
A todos, durante varios años, se les entregó un dosier, con la esperanzada petición de que el Puerto, que languidecería sin acero, fuera sede de una moderna factoría siderúrgica, dotada de un tren de bandas en caliente, la instalación suprema y más moderna, la que proporcionaba bobinas de chapa de alta calidad.
Un brusco parón
Fue preciso esperar tres años. En 1971, finalmente, quedó constituida la empresa Altos Hornos del Mediterráneo (AHM), en la que participó accionarialmente, además del Estado a través del Instituto Nacional de Industria (INI), Altos Hornos de Vizcaya (AHV) junto con un potente socio americano, la United States Steel y algunos bancos y cajas españoles como acompañantes minoritarios.
Curiosamente, la decisión gubernamental de abrir una nueva acería respondía a la creciente demanda del sector. Desde la década de los sesenta había previsiones más que optimistas sobre el crecimiento del consumo de acero en España, sobre todo en los sectores de la construcción de viviendas, en los astilleros para la industria naval y en la fabricación de coches.
En los tres ámbitos había previsiones de incremento de la demanda, que llegaron a ser de casi el 20 % para 1971. Sin embargo, la crisis del petróleo de 1973 trajo muy rápidas secuelas y demostró que los efectos de una mala racha, en ese tramo final del siglo XX, iban a ser muy extendidos y, sobre todo, repentinos.
A partir de 1975, la siderurgia saguntina empezó a perder dinero: 3.000, 5.000, 7.000 millones de pesetas de pérdidas en una anualidad, lo que amenazó la estabilidad de una empresa que había tenido tres años iniciales especialmente brillantes. Comenzó la preocupación por la reducción de plantillas y los duros ajustes laborales no se hicieron de esperar.
Las secuelas fueron inmediatas en la calle: el sindicalismo más reivindicativo de la economía valenciana estaba allí y no le resultó nada difícil unir sus esfuerzos a la tarea de reclamar democracia y derechos laborales en aquel tiempo en que, muerto el dictador, la historia se estaba contando de nuevo.
La crisis de los ochenta
Con todo, el tiempo de la gran prueba estaba por llegar y empezó a desencadenarse en los últimos años de los setenta, cuando se tuvo que decidir la ubicación del tren de bandas en caliente en alguna de las acerías en funcionamiento.
El famoso informe realizado por la ingeniería japonesa Kawasaki señaló que el lugar óptimo era Sagunto, lo que desencadenó gran alarma en las organizaciones sindicales de Altos Hornos de Vizcaya y de la asturiana Ensidesa.
En tal coyuntura, el pronunciamiento de Jacques Delors como máximo representantes europeo de la política económica, fue definitivo. Si el origen del entonces Mercado Común, hoy Unión Europea, fue la creación de una política común del carbón y el acero, no se iban a dar pasos atrás al respecto, y para proteger a las acerías francesas de Fos-sur-Mer, en el Mediterráneo, la decisión europea fue que era necesario sacrificar la planta saguntina.
España tuvo que ajustar su potencial siderúrgico a las capacidades exigidas por un Mercado Común, con el que estaba en proceso de integración. Al Gobierno entonces de Felipe González -en concreto a Carlos Solchaga, titular de Industria y Energía-, y al presidente autonómico Joan Lerma y su conseller Segundo Bru, todos ellos cabezas visibles de Ejecutivos del PSOE-, les tocó pechar con las amargas decisiones derivadas de un necesario cierre de la planta que se había anhelado durante tantos años.
Orden de cierre
La orden de cierre fue acordada en Consejo de Ministros en febrero de 1983. Ni que decir tiene que el Puerto de Sagunto y toda la comarca temía la ruina. Casi 4.000 familias comían de los recursos de la fabricación de acero: un cierre sería traumático. La orden desencadenó un año 1983 memorable en lo que se refiere a protestas, encierros, cortes de carreteras, manifestaciones y viajes para visitar a cuantas autoridades quisieran recibirles.
Solo en 1983 hubo quince huelgas generales en la zona, muchas con desagradables resultados de enfrentamientos y tensiones. Con todo, los hornos altos se apagaron para siempre y la factoría cerró el 5 de octubre de 1984 dejando sin trabajo a 3.332 trabajadores.
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