Entre Alaska y Pekín: una semana que puede redefinir el tablero geopolítico
La histórica reunión en Alaska y el vencimiento del acuerdo comercial marcan la agenda geopolítica global de la semana.
El aire gélido de Alaska no será lo único helado este viernes. A miles de kilómetros de Kiev, en un escenario insólito pero significativo para una cumbre de este calibre, Donald Trump y Vladimir Putin se verán cara a cara el 15 de agosto, con la guerra de Ucrania como telón de fondo y la incógnita de si este encuentro será un primer paso hacia la paz o un episodio más en la larga serie de oportunidades perdidas. La cita, anunciada por Trump con su habitual mezcla de grandilocuencia y opacidad, llega en un momento en que ambos ejércitos parecen exhaustos, las líneas de frente apenas se mueven y el precio humano sigue creciendo cada noche.
Trump insiste en que puede lograr lo que, según él, Joe Biden nunca pudo: cerrar un acuerdo porque «él no es Biden». En su propuesta preliminar, ha esbozado una fórmula de intercambio territorial que, a su juicio, beneficiaría a ambas partes. No ha dado detalles, pero sí ha insinuado que Volodímir Zelenski tendría que firmar, una línea roja que el presidente ucraniano ya ha rechazado con firmeza.
Para Kiev, cualquier acuerdo que excluya a Ucrania es «una solución muerta». Pero en el juego de poder entre Washington y Moscú, la prisa de Trump puede ser su mayor debilidad: Putin la detecta y la capitaliza, exigiendo concesiones a cambio de una paz aparente.
Sin embargo, el gran ausente en Alaska será Europa. Ni la UE ni Zelenski estarán en la mesa. Esta exclusión alimenta el riesgo de que el acuerdo, si lo hay, nazca desequilibrado. Ucrania afronta tensiones internas: desde protestas por reformas anticorrupción cuestionadas hasta un debate generacional sobre si prolongar una guerra que ya ha dejado cicatrices imborrables. Mientras tanto, Moscú se presenta dispuesto a negociar, pero con objetivos que trascienden lo territorial: reducir la influencia de la OTAN en Europa Central y asegurar que Ucrania nunca escape de su órbita política.
El cálculo de Moscú y la prisa de Washington
Putin llega a Alaska con una agenda clara: romper el aislamiento internacional y obtener, aunque sea de forma tácita, un reconocimiento de sus «anexiones» de 2022. Curiosamente, los rumores apuntan a que el Kremlin podría flexibilizar sus exigencias territoriales, quizá como gesto inicial para arrancar concesiones estratégicas más importantes. Para Putin, un alto el fuego que mantenga a Ucrania debilitada y sin garantías de seguridad occidental ya sería una victoria.
En cambio, para Trump, la reunión representa tanto una oportunidad como una trampa. La narrativa de «yo puedo arreglarlo» puede seducir a parte de su base política, pero una concesión excesiva a Rusia podría desencadenar críticas internas y fracturar alianzas internacionales. Analistas como Tatiana Stanovaya advierten que las «causas profundas» a las que Putin alude no son más que demandas veladas de capitulación ucraniana. La historia muestra que Moscú sabe usar las treguas para reorganizarse y ganar tiempo, como hizo en Georgia y Bielorrusia.
El riesgo es que un mal acuerdo no congele el conflicto, sino que lo enquiste bajo un barniz diplomático. La tregua podría dar aire a una generación ucraniana que sueña con la paz, pero también podría hipotecar el futuro del país, dejándolo vulnerable hasta que un cambio biológico —la salida de Putin— altere el tablero. Y en geopolítica, apostar por la biología es una estrategia tan incierta como arriesgada.
Pekín y Washington: la tregua que expira
Mientras Alaska acapara los focos, en Pekín y Washington se juega otra partida crítica. La tregua comercial entre las dos mayores economías del planeta expira este martes, y las negociaciones para extenderla penden de un hilo. En mayo, ambas potencias acordaron una reducción drástica de aranceles que había frenado una guerra comercial casi total, pero el alivio ha sido temporal. En la última ronda en Estocolmo, China mostró voluntad de diálogo, mientras EE. UU. advirtió que sin un acuerdo los aranceles podrían volver a niveles prohibitivos: hasta el 85 % para las importaciones chinas.
Trump ha añadido tensión al exigir que Pekín cuadruplique sus compras de soja estadounidense, una condición que Pekín considera inaceptable. Por su parte, China reclama «igualdad, respeto y beneficio mutuo», un lenguaje diplomático que, en la práctica, significa resistirse a aceptar términos que considere humillantes. Cualquier descalabro en estas conversaciones podría reactivar una guerra comercial con capacidad para sacudir las cadenas globales de suministro y desestabilizar mercados.
Hay además un ingrediente explosivo: la sombra de sanciones por las importaciones chinas de petróleo ruso. Si Washington las impone, Pekín podría interpretarlo como una agresión directa en el mismo momento en que Trump intenta sellar un acuerdo con Putin. El riesgo de que estas dos negociaciones —la de Alaska y la de la tregua comercial— se crucen y se condicionen mutuamente es real, y en el tablero internacional, las piezas no se mueven de forma aislada.
Un rompecabezas global
La coincidencia temporal de la cumbre Trump–Putin y el vencimiento de la tregua comercial con China configura una semana decisiva para el equilibrio global. En un extremo del tablero, una guerra europea que puede reconfigurar las fronteras y alianzas del continente. En el otro, la pugna económica entre Washington y Pekín, con implicaciones para toda la economía mundial.
Si Trump logra un acuerdo con Putin, podría reforzar su imagen como negociador capaz de cerrar conflictos imposibles. Pero un pacto mal calibrado podría minar la confianza de Europa y fortalecer la percepción de que las potencias nucleares pueden salirse con la suya. Del mismo modo, si EE. UU. y China fracasan en renovar la tregua, el impacto en los mercados podría restar brillo a cualquier logro diplomático en Alaska.
En última instancia, lo que está en juego no es solo el desenlace de dos negociaciones puntuales, sino la manera en que las grandes potencias se relacionan en un mundo interdependiente y competitivo. Entre el hielo de Alaska y las salas de negociación en Pekín, esta semana podría sentar las bases de un nuevo ciclo geopolítico, con todas las oportunidades y peligros que eso implica.
Borja RamírezGraduado en Periodismo por la Universidad de Valencia, está especializado en actualidad internacional y análisis geopolítico por la Universidad Complutense de Madrid. Ha desarrollado su carrera profesional en las ediciones web de cabeceras como Eldiario.es o El País. Desde junio de 2022 es redactor en la edición digital de Economía 3, donde compagina el análisis económico e internacional.
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