Ignacio Peyró, Instituto Cervantes: «Siempre estamos al borde del fin del mundo»
El periodista Ignacio Peyró es una de las plumas más interesantes del actual panorama literario español. Entre sus obras destacan «Pompa y circunstancia. Diccionario sentimental de la cultura inglesa», el delicioso «Comimos y bebimos. Notas de cocina y vida», o «Ya sentarás cabeza. Cuando fuimos periodistas».
Además de escritor, en la actualidad es director del Instituto Cervantes en Roma, como lo fue antes de la institución en Londres. Hasta hace no tanto, Peyró se dedicaba exclusivamente al periodismo, aunque su firma todavía puede encontrarse como columnista en El País y El País Semanal.
Y es precisamente en el ámbito de la comunicación donde destaca su labor como asesor de diversas personalidades de la política nacional. Como parte de esta experiencia, sus seis años de asesor en el Gabinete de la Presidencia del Gobierno de Mariano Rajoy, donde llegó a dirigir la unidad de discursos.
Aguas cruzadas
-Me gustaría comenzar esta entrevista hablando del mundo de las letras, algo de lo que usted sabe bastante. Este mundo, aunque bello, en ocasiones puede resultar algo ingrato. Usted, sin embargo, ha logrado labrarse una carrera exitosa. ¿Qué fue lo que le llevó en una primera instancia al periodismo?
El periodismo y la literatura tienen algo de aguas cruzadas, y en España esa es una tradición particularmente importante. El escritor se acercaba al periódico para ser leído y -según los casos- llegar a fin de mes con cierta honra con columnas, crónicas, críticas, etc. Hoy ese camino es más difícil, claro: nacido en 1980, mi padre compraba el periódico a diario y mis sobrinos ya no saben ni lo que es.
He tenido la suerte de tener editores y directores de medios que han apostado por lo que uno hace, aun a sabiendas de que no escribo de temas de llegada masiva, y menos ahora al ocupar un puesto institucional en el que lo decente es polemizar poco. Si uno siente la necesidad de vivir de esto, nadie garantiza éxito ni felicidad ni suerte.
De hecho, y sin romantizarlo en absoluto, en la vida del escritor, como en la de tantos artistas, suele haber un punto al final de fracaso: incluso un Vargas Llosa tiene obras malas o mediocres que, sin embargo, acometió con sus mejores fuerzas. Así que no hay que olvidar agradecer lo que uno tiene, porque no es ningún derecho natural y todo podía haber sucedido de otra manera.
Y escribir y leer -digamos, esa vida de escritor- es uno de los privilegios más hermosos de la vida, un gran placer.
Asomarse al ágora
-Existe cierto debate recurrente acerca de la situación en que se encuentra la profesión. La inmediatez tras la irrupción de las redes sociales, las fake news… ¿cómo valora el momento por el que atraviesa el sector?
Hay que tener en cuenta que las redes sociales son hoy la mejor, por no decir la única, manera de darse a conocer. Aunque puede haber quien haga de su escasez virtud y no esté en ellas, pero las seguirá mirando de reojo.
Gracias a las redes uno puede en ocasiones aportar lo suyo, ser dueño de sus palabras, que ya es decir mucho. Eso te asegura que, siendo tú mismo, puedas tener una llegada que, de otra manera, no tendrías. Al estar en el Cervantes, claro, debo huir de tonterías y polémicas, que dan mucho tráfico: pero es también una bendición huir de eso.
Por otra parte, creo que la influencia en los medios de comunicación de Twitter, que es la gran red social con incidencia en la opinión pública, ha sido un poco desproporcionada. Ver noticias en referencia a lo que ocurre en esa red social me hace pensar que quizá debiéramos mirarla menos al escribir.
Aun así, debemos pensar que Twitter no es, ni más ni menos, que lo que siempre habíamos soñado: una plataforma donde la gente puede expresarse libremente y donde poder sondear los estados de opinión de forma anticipada, aunque sea una demoscopia un poco parda.
Un oficio precario
-En su libro «Ya sentarás cabeza. Cuando fuimos periodistas» usted escribe que «El Madrid de la prensa ofrece estas curiosidades: uno empieza el día en el Ritz, al mediodía está en el Intercontinental, termina la tarde en el Palace y –por supuesto– sigue siendo igual de pobre». ¿Qué tiene el periodismo que lo hace tan atractivo pese a lo precario?
Al periodista, en general, le es dado algo placentero para mucha gente, como es escribir y, al mismo tiempo, da una cierta ilusión de estar ahí. Yo cuando estaba en el Congreso tenía la sensación de que estaba «donde había que estar».
Ahora, el periodismo tiene muchísimas moradas. Uno puede estar haciendo periodismo farmacéutico o veterinario, pero hay un cierto periodismo, un periodismo clásico, que te da la sensación de estar ahí y de llegar a un gran número de gente. Ese es el veneno que tiene.
El periodismo escrito, más en concreto el opinativo, va siendo cosa de gourmets
De hecho, a mí me gustaba todo y he hecho de todo, desde dirigir a pulir la crítica taurina. Pero el periodismo que a mí me ha gustado siempre, que es el escrito y más en concreto el opinativo, va siendo cosa de gourmets.
La Institución
-En la actualidad usted dirige el Instituto Cervantes de Roma. ¿Cómo es su día a día al frente de la Institución?
El Instituto Cervantes es una institución bastante compleja en el sentido de que es muy completa. Nosotros tenemos trabajando a 21 personas y numerosos profesores colaboradores. Contamos con una pata académica y una pata institucional o diplomática que está muy ligada a una pata cultural.
El primer eje, el académico, es donde buscamos autofinanciarnos. Lo hacemos con clases de todos los grupos, a todos los niveles, de español y lenguas cooficiales. También con cursos de formación para profesores de español con nuestros títulos propios. De igual forma contamos con la certificación, fundamentalmente el diploma DELE, que es el que acredita de forma oficial conocimientos de español de acuerdo con el marco europeo de las lenguas.
Esta actividad académica está enfocada a todas las edades. Somos, por ejemplo, proveedores oficiales de clases de español para universidades, pero también ofertamos excursiones para colegios, charlas tête-à-tête… Hay un trabajo ingente que hacer, también comercial, que es una parte muy empresarial de nuestra acción.
Otra parte esencial es la promoción cultural, que se hace a través de un programa que elaboramos en conjunción con nuestra sede central, la embajada y una multitud de actores culturales y académicos allá donde estemos: de lo que se trata es de trabajar con los mejores actores locales -y con aliados naturales como las embajadas hispanoamericanas- para dar a conocer lo nuestro y acercar culturas a través del trabajo conjunto en confianza.
Muy ligado a esta cuestión cultural se encuentra la institucional. Somos una representación de nuestra lengua y nuestra cultura y, para ello, tenemos interlocución con organismos, instituciones, agentes públicos y privados a este respecto.
Conocer el Estado
-Me gustaría pasar a hablar de su experiencia en política. Usted formó parte del Gabinete de la Presidencia del Gobierno, llegando a encargarse de los discursos del presidente. ¿Qué valora más de aquella etapa de su carrera?
Lo que valoro más es exactamente el motivo por el que fui allí: tener una experiencia del otro lado. Una experiencia de lo público como ciudadano, como administrado; pero al mismo tiempo, y de modo relevante, una experiencia como periodista y como escritor.
Es decir, a mí me parece que, sabiendo los riesgos que hay de alineamiento con una causa específica y demás, yo pensaba que cruzar esa puerta me iba a permitir tener unos conocimientos y vivencias que, de otra manera, no iba a tener.
Desde un lugar como la Moncloa, uno ve cómo funciona el Estado
Creo que, siendo el periodismo un oficio bastante impuro, y habiendo muchos periodistas que admiro que han tenido cargos parecidos, yo pensaba que también lo podía hacer. Lo mejor de todo es que, desde un lugar como la Moncloa, uno ve cómo funciona el Estado. Esa es una experiencia bastante impresionante y que no tiene precio. Se aprende: se madura o se envejece sin darse uno cuenta.
– ¿Qué herramientas específicas de esta experiencia cree que es más útil aplicada al mundo de la empresa?
Ante todo, el conocimiento de cómo funciona lo público -su organización, sus jerarquías, pero también sus inercias- y el trato con el alto funcionariado. Se desarrollan algunas sensibilidades que están presentes en el ámbito privado -materia de control presupuestario, de cautela al contratar, etc.- pero aquí de modo perentorio.
Dos aspectos principales
– ¿Qué cualidades debe tener un buen comunicador? ¿Estas son innatas, como la sensibilidad, o pueden aprenderse con la formación adecuada?
Todo se mejora, evidentemente cualquier instrumento con el que vengas es estupendo, pero se puede aprender y mejorar.
A mí me parece que lo más importante en realidad son dos cosas: en primer lugar, siendo muy poco romántico, sobre todo cuando uno ha hecho de escritor de discursos, que es una labor muy romantizada, es muy importante saber que lo principal es no equivocarte en lo que vas a decir. No es lo mismo un 2,4% que un 2,5%. No vayas de memoria, ve a las fuentes. La seguridad es muy importante.
Otra cosa que es importantísima es realmente la rapidez, a nadie se le oculta.
-¿Cómo se compagina una vertiente más corporativa, y quizá rentable, de la comunicación, con la expresión puramente literaria?
Creo que son registros distintos. Por ejemplo, en la prensa o en labores de comunicación, uno debe explicar qué ocurre con el Euribor con una objetivación y un ritmo concretos. Hay unas pautas de redacción en castellano que lo uniformizan todo con una cierta elegancia.
Está claro que cuanto mejor sepas escribir de una cosa, en general, mejor sabes escribir de otra. Eso que algunos dicen de que «el trabajar de periodista me ha fastidiado la prosa» suele ser una mentira. Al contrario, cuantos más registros tengas, mejor.
La función de la prensa
-Usted es buen conocedor de la prensa española y, además, también ha tenido la oportunidad de conocer la prensa extranjera en Londres y ahora en Roma. ¿Qué rasgo diría que caracteriza a la forma de comunicar en España?
En España tenemos algunas tradiciones periodísticas muy propias. Una de ellas sería un cierto articulismo de costumbres, la importancia de una prosa sólida o bella.
También somos un país muy de tertulia radiofónica y televisiva. Somos notablemente menos lectores de prensa que en otros lugares, pese a tener una tradición muy buena.
En España es la propia sociedad civil la que hace que la vida sea mucho más agradable
Es cierto que creo que, en general, somos un poco agónicos. Siempre estamos al borde del fin del mundo o de la guerra civil, generamos mucha tensión a través de los medios. Es una cosa curiosa, yo veo que en Italia los medios suavizan más bien la opinión pública. En España es la propia sociedad civil la que hace que la vida sea mucho más agradable en el trato diario de lo que una lectura de periódico daría a entender.
En lugares como Inglaterra utilizan los tabloides como una forma de canalizar malos humores de la sociedad.
-Atravesamos momentos convulsos. Como usted dice, a veces en la prensa da la sensación de que todo va mal. Sin embargo, sus textos a menudo extraen al lector del día a día y lo sitúan frente a realidades más benévolas. ¿El escritor debe ceñirse a su tiempo o puede rechazarlo?
El escritor es de su tiempo lo quiera o no. Incluso yendo en contra de su tiempo está levantando testimonio sobre su tiempo.
De hecho, muchas veces, la gente que tiene cosas más interesantes que decir, son los que no son del todo hijos de su tiempo.
Uno de los servicios del escritor es criticar su tiempo siempre que pueda.
Proyectos futuros
¿Está trabajando en algún proyecto literario en la actualidad o si veremos próximamente un nuevo libro suyo en las estanterías?
Espero que sí, hay varias cosas horneándose: unos diarios de los tiempos de la Moncloa, alguna cosa de Londres, algo más de articulismo y una sorpresa.
Vamos a ver si va saliendo todo poco a poco.
-Antes de pasar al último bloque de la entrevista, me gustaría volver a citarle, en esta ocasión de su libro Comimos y Bebimos. “Lejana ya la ilusión adolescente, enterrados los sueños de poder y de gloria, cumplidos todos los posibles desengaños con uno mismo, llega un momento en el que las epifanías de la vida se resumen en un desayuno con calma y algo de sol”. ¿Cómo le está tratando Roma en ese sentido?
Roma es maravillosa. Ciertamente los desayunos italianos no son el «english breakfast»; pero esta ciudad es un lugar bellísimo, interminable y eso es un privilegio y una gran suerte. No ha habido un día aquí que no lo agradeciera.
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