Nos pasamos meses, durante el confinamiento pandémico, la desescalada primera, segunda y consecutivas, escuchando a economistas, exministros, políticos y demás personajes televisivos teorizando sobre si la recuperación poscovid tendría forma de U, V, W o caeríamos en un agujero con un final difícil de vislumbrar.

Resulta que, pasados los momentos más duros de la pandemia -al menos en España, porque el desastre que tienen montado determinados países a los que ‘debemos admirar’ por culpa de su insuficiente tasa de vacunación es morrocotudo-, ya comenzamos, o comenzábamos, a ver hacia dónde se dirige nuestra economía. Y todo invitaba al optimismo, ciertamente. La respuesta europea, tantas veces cuestionada, sí parece estar a la altura en esta ocasión.

Sin embargo, hasta en esto parecemos estar tropezando. El desembarco del ‘Plan Marshall’ de las instituciones del viejo continente cada vez nos pone más cara de ‘¿Y el dinero pa’ cuándo?’, porque de promesas vamos sobrados, pero necesitamos realidades tangibles. Tenemos más proyectos que dinero para financiarlos. Al menos, de momento. Y esto empieza a parecerse a los fondos que tradicionalmente se han destinado a ayudas al alquiler de viviendas.

Una persona alquila un piso que, teóricamente, no puede pagar por sí sola. Y resulta que esa asistencia pública siempre acaba llegando mucho tiempo después de que el usuario haya tenido que hacer frente a estos pagos. Esto acaba implicando, necesariamente, una perversión en el fin último de esta iniciativa.

Pues resulta que tenemos proyectos, cientos, miles, pero no tenemos los fondos que deben sufragarlos. Porque, en el mejor -e improbable- de los casos, el montante europeo completo llegará en 2026. Y ese último tramo de transferencias habrá que convertirlo en adjudicaciones y ejecuciones. Háganse una idea de la fecha en la que podremos, realmente, percibir el efecto completo de estas ayudas para la recuperación del tremendo golpe de la pandemia.

Éramos muchos los que nos hemos mostrado satisfechos, esta vez sí y a diferencia de en el año 2008 y posteriores, con la respuesta de las instituciones comunitarias. Pero si en aquella ocasión ni siquiera hubo una intención que valorar, en estos momentos sí parecía haberla. Aunque, seamos justos, gran parte de la efectividad de esta respuesta también depende de la gestión que los estados hagan de los fondos. En fin, logren que los Fondos Europeos de Recuperación, Transformación y Resiliencia hagan honor a su nombre y no queden en agua de borrajas.