Martes, 16 de Abril de 2024
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Liderar en tiempos de crisis

José Luis Gascó,, Director del IUIT y del en Club de las Buenas Decisiones

Como recordaba Steve Farber, presidente de Extreme Leadership, en el número 75 de la revista Executive Excellence, parafraseando al experto en liderazgo Terry Pearce, ”hay muchas personas que creen querer ser toreros, pero frente a un morlaco de 600 kilos descubren que lo único que realmente querían era llevar el traje de luces y recibir aplausos”.

De la misma manera, hay muchos supuestos líderes que en realidad lo único que hacen es cuidar su imagen en tiempos de bonanza, pero sin comprometerse realmente con la función de dirigir, sin poner a sus compañeros, a sus empleados, y a continuación a todos sus grupos de interés, en el lugar central de su actividad y su actitud. “Yo soy yo y mis circunstancias”, como decía Ortega y Gasset, aunque muchas veces esa seguridad solo se muestra en circunstancias favorables, lo que resulta realmente fácil.

Un líder lo es cuando sus propios compañeros lo reconocen como tal, cuando es capaz de inspirar, de motivar, de cohesionar, de orientar, de identificar objetivos y direcciones para alcanzarlos, cuando promueve el trabajo en equipo, cuando es capaz de comprometerse con la innovación incluso radical que ese equipo es capaz de vislumbrar, cuando reconoce los méritos y disculpa los errores, cuando compromete su propio prestigio en el apoyo a su gente; cuando hace crecer a todo su equipo, cuando contribuye de manera decisiva a que las cosas ocurran y cuando, con el apoyo del equipo, evita cometer errores no forzados que puedan comprometer la trayectoria de la empresa, lo que no siempre es fácil en tiempos convulsos, como hemos podido ver recientemente con el error estratégico del pacto para la “derogación íntegra” de la Reforma Laboral en base a una supuesta necesidad táctica – que ni siquiera resultaba necesaria- para aprobar un nuevo estado de alarma, comprometiendo bienes tan importantes como el diálogo social, la credibilidad o la confianza.


Para eso no se necesitan líderes, sino buenos capataces que en realidad solo funcionan bien en entornos muy estables, que no son los que ahora tenemos y tras esta pandemia aún encontraremos menos.

Y eso dista mucho del toreo de salón que practican algunos de los que se consideran a sí mismos líderes y que, en realidad, no serían capaces de superar los momentos más críticos de la gestión, las pruebas de ese liderazgo que exigen situaciones nuevas y muy tensas como las que el coronavirus ha llevado a las empresas.

Pero es que en realidad es en estos momentos cuando los verdaderos líderes salen al ruedo. Esto es la empresa real, un conjunto de decisiones no estructuradas, no previstas -con información incompleta, con las aportaciones de todos para encontrar las mejores soluciones, catalizados por el líder-, de las que depende el futuro de la compañía. Con aceptación de la realidad, claro, pero sin resignación.

Dirigir en tiempos de bonanza, con decisiones que estaban predefinidas, es muy fácil. Cualquiera es capaz de hacerlo.

Un famoso romance medieval describe bien esta situación: “vinieron los sarracenos y nos molieron a palos, que Dios ayuda a los malos cuando son más que los buenos”. Y en realidad eso es lo que nos gusta, ser más que los otros. Más fuertes, más grandes, más ricos, más poderosos. Y dirigir así, salvo errores garrafales – que nuestra propia convicción de poder nos hace cometer con más frecuencia de lo razonable-, es relativamente fácil. Para eso no se necesitan líderes, sino buenos capataces que en realidad solo funcionan bien en entornos muy estables, que no son los que ahora tenemos y tras esta pandemia aún encontraremos menos.

Pero sin necesidad de obsesionarnos con los acontecimientos más recientes, solo observando el ranking de las mayores empresas del mundo hace 15 años, vemos que la mayor parte de las primeras empresas actuales prácticamente eran irrelevantes entonces. Seguramente los directivos de aquellas grandes compañías fueron incapaces de ver el nuevo mundo que emergía o no dieron credibilidad a señales que ya apuntaban en esta dirección, no confiaron ni prepararon a sus equipos en las nuevas herramientas que necesitaban las empresas, no apoyaron la innovación necesaria para progresar (en algún artículo anterior he comentado aquello que aprendimos hace muchos años en Marketing, “si no está roto, no lo arregles”, y que en estos tiempos de disrupción y cambio constante ha acabado con tantas empresas que en el pasado fueron líderes indiscutibles del mercado), no fueron capaces de inspirar a su gente ni de vislumbrar el futuro que llegaba a marchas forzadas.


Y en eso estamos, identificando a los verdaderos líderes que lejos de hundirse en un mundo confuso o de tratar de sacar ventaja injusta en este río aún revuelto, son capaces de ver la luz, de sobreponerse a esa gran catástrofe

Probablemente eran buenos directivos pero malos líderes. Podían dirigir bien a aquellos sarracenos del romance medieval, pero no a los cristianos, que sí habrían necesitado buenos líderes.

Y en eso estamos, identificando a los verdaderos líderes que lejos de hundirse en un mundo confuso o de tratar de sacar ventaja injusta en este río aún revuelto, son capaces de ver la luz, de sobreponerse a esa gran catástrofe que es siempre la guerra y que ahora libramos contra un enemigo poco visible pero muy agresivo. A los que de verdad serán capaces de ayudarnos a volver a mirar el horizonte, a definir nuevos caminos, intrincados, seguro, pero que nos permitan avanzar juntos.

Queremos ver a esos líderes con visión global y actuación local, ejemplares, inspiradores, próximos, catalizadores y desarrolladores de equipos, que transmitan confianza en todo momento desde la transparencia, especialmente en las etapas más críticas, capaces de llevar a sus organizaciones por los caminos más adecuados. Los directivos, como todos los trabajadores, son importantes, sin duda, sin ellos el día a día de las empresas no funcionaría, y sin día a día no hay futuro. Pero los líderes son imprescindibles porque sin visión de futuro, el día a día se convierte en una sucesión de sorpresas, alguna de las cuales nos puede tumbar.

Si no sabes adónde vas, cualquier camino sirve”, como decía Lewis Carroll en Alicia en el País de las Maravillas. El líder identifica el horizonte y marca el camino correcto. Lejos de resignarse, como decía, el líder contribuye de manera decisiva a que las cosas ocurran.

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