El ‘Viaje a la Alcarria’ de Cela

El ‘Viaje a la Alcarria’ de Cela

2017-marzo-cultura-cela-alcarria-1De entre los prosistas agrupados en la llamada “Generación de 1936”, cuya vinculación consiste en haber vivido la Guerra Civil de 1936 y su posguerra, encontramos nombres de muy alto vuelo. Prosistas como Camilo José Cela, Gonzalo Torrente Ballester o Miguel Delibes; poetas como Miguel Hernández (fallecido en la guerra), Luis Rosales, los hermanos Panero, Luis Felipe Vivanco y otros, que actuaron como líderes paternales de la izquierda durante la transición, caso de Gabriel Celaya y Blas de Otero.

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También el teatro produjo excelentes autores como lo son Buero Vallejo o Alfonso Sastre. Todos ellos tuvieron que conjugar la escritura con el ambiente dictatorial en que vivían, nadando entre dos aguas para que no descarrilara su obra literaria ni sus propias vidas.

¿Por qué sobre todos ellos parece volar la figura de Camilo José Cela? Sin duda, por su personalísima obra y los premios socioculturales que recibió, hasta el de más alta reputación: el Premio Nobel en 1989.

Pero para entender bien su éxito, tanto literario como personal, debemos reconocer el histrionismo con el que compuso un personaje casi teatral, comicastro, socialmente reconocido y aceptado, ambicioso en letras mayúsculas, y escritor de gran fuste, sobre todo en su primera etapa realista.

Cela dejó escritos tres libros magistrales: ‘La familia de Pascual Duarte’ (una visión sin piedad del espíritu humano); ‘La Colmena’ (donde la ciudad muestra su alma fragmentada y sus personajes viven sus historias como si compusieran un gran puzle); y en tercer lugar ‘Viaje a la Alcarria’, un libro que en principio no tendría nada de especial si no fuese por la íntima y lírica literatura con la que está escrito.

De todos los nombrados, en ‘Viaje a la Alcarria’ sobresale un Cela desconocido, dulce, suave, enamorado del hombre y de la tierra.

Contaba Cela que estaba aburrido de Madrid y un día se calzó las botas y se lanzó a recorrer la Alcarria. Fue un viaje más breve de lo que parece en el libro, donde se recogen aspectos minuciosos del paisaje y sus gentes, sus pueblos y su vida cotidiana. Cela tiene el gran acierto de no ser el protagonista, aunque deja entrever que está detrás de él. El viajero, sujeto de la obra, va deambulando por una Alcarria sin delimitar, una suerte de echarse al monte a ver qué pasa.

En él, Cela hace alarde de su prosa siempre segura, limpia, rica, que parece ir aprendiéndose no en los libros leídos, sino de la vida contemplada. Ahí, en la tierra de la Alcarria, renacen los nombres de los seres y las cosas, en un redescubrimiento milagroso obrado por la palabra.

Tras estos tres libros, y con contados aciertos, Cela se fue enclaustrando en un ensimismamiento absurdo. Se empeñó en ser novedoso y distinto en cada nueva obra, sacrificando la claridad y la calidad de su trabajo.

Perdió las riendas del caballo que montaba, y acabó vergonzantemente aceptando un galardón comercial y amañado, el Premio Planeta, después de haber sido ya coronado con todas las distinciones posibles, incluido el Nobel. Un acto que manchó su memoria y mostró, al final de sus días, la peor de sus ambiciones: la avaricia.

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