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El poderío naval mercante, en manos valencianas

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El glorioso “J. J. Sister” de la flota valenciana

Aunque ninguna placa lo recuerda, el 26 de julio de 1910 fue un día de gloria para la economía valenciana, para el Puerto de Valencia y para ese intangible, tan necesario, que podríamos llamar “poder valenciano” ante el Gobierno o “lobby valenciano”. Porque ese día, con todo fundamento, Valencia exhibió su poderío en el campo de la Marina mercante tras la fusión de dos compañías navieras de la tierra: La Roda Hermanos y la Compañía Valenciana de Navegación, de Antonio Lázaro, J. J. Sister y Vicente Puchol. La nueva firma, la Compañía Valenciana de Vapores Correos de África, era concesionaria de los vapores correos entre la península y Marruecos; y reunió en puerto 22 buques, siete de los cuales, de porte moderno, se unieron ese día a la flota y fueron oficialmente abanderados.

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El ministro de Fomento, Fermín Calbetón, estaba impresionado. Hombre cercano al presidente Canalejas –es decir cercano a los intereses y el calor alicantino–  empezó a ver, cuando llegó a Valencia el 24 de julio, una ciudad pujante que estaba resurgiendo y se presentaba ante España entera con firmeza. La Exposición Regional, ahora, en 1910, de carácter nacional, era un éxito. Pero además estaba la Feria de Julio. De modo que todo el que llegaba a Valencia en tren se encontraba, junto a la estación, dando entrada a la plaza de Castelar, con un arco de triunfo en el que una chulapa madrileña y una labradora valenciana se daban la mano por encima de un puente ferroviario, el símbolo de la reclamación del Tren Directo entre Valencia y Madrid, por Cuenca, que Valencia reclamaba a voces. Lo había pedido Tomás Trenor antes de poner en marcha la Exposición Regional y ahora ya era un clamor extendido.

Pero lo que más impresionó al ministro de Fomento fue el espectáculo del puerto cuando embarcó en una falúa rumbo a un buque de la Armada: la dársena era un hermoso bosque de mástiles, chimeneas, banderolas y gallardetes; una sinfonía marinera de sirenas le dio la bienvenida y dejó en él una impresión imborrable. Porque en ese Puerto de Valencia, tras la concesión gubernamental del servicio de vapores correo, acordada en mayo, había una fuerte capacidad financiera, una pujanza que había sido capaz de poner en manos de los profesionales del mar una flota de barcos comprada en pocos meses en media Europa y abanderada ahora en España.

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El “Luis Vives” en uno de sus servicios de transporte de tropas a Marruecos

Parada naval frente a la costa

El 26 de julio, el ministro, acompañado de los navieros y de las autoridades valencianas, visitó, uno por uno, los siete buques recién incorporados, que fueron solemnemente abanderados a los compases de la Marcha Real. Conforme recibían su bandera, los barcos fueron zarpando; todos los buques de la nueva flota disponibles, 17 en total, formaron a cuatro millas de tierra una parada naval que navegó desde Valencia hasta la altura del faro de Canet. Allí, alineados, esperaron al buque reclamado como insignia, el “Luis Vives”, donde viajaban las autoridades y los navieros. Surcando el Mediterráneo en un día perfecto de verano, el ministro pasó revista a la flota valenciana que hacía sonar sus sirenas. Poco después, todos los invitados a la fiesta, que eran más de mil entre valencianos y representantes llegados de otras ciudades y puertos, fueron atendidos por elegantes camareros que sirvieron generosos lounches. El mundo financiero, político y comercial se dio cita ese día frente a la costa valenciana en una parada a la que se unió el vapor “Miramar”, de Isleña de Navegación, y el crucero “Cataluña”, de la Armada española.

El ministro, que se alojó en el Palace Hotel de la calle de la Paz, fue objeto de toda clase de halagos: el día 24 de julio estuvo en los toros, en el paseo de coches de la Alameda y en el Casino de la Exposición, donde se sirvió una cena en su honor. El día 25 visitó la Misericordia y comió en casa de los Trenor, en la Vallesa de Mandor, para visitar luego las obras del puerto y recibir información sobre los impulsos que necesitaba. El señor Calbetón informó que durante una década, el puerto recibiría un montante de 20 millones de pesetas anuales, dinero con el que, en efecto, se pudieron construir los tinglados y el Edificio del Reloj, entre otras muchas mejoras. El día 26, después de los actos portuarios, el ministro reservó su tiempo para el Ayuntamiento, que le obsequió con una cena en el Palacio de la Exposición: la reivindicación, en este caso, fue la del ferrocarril directo por Cuenca, una vieja aspiración valenciana que le fue reiterada. 

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