El 6 de diciembre de 1890, Miguel Tasso y Chiva, notario de Valencia, recibió a unos caballeros elegantemente vestidos y se dispuso a formalizar el nacimiento de una mercantil. Se llamaba Sociedad de Aguas Potables y Mejoras de Valencia y tenía como finalidad aspirar a la concesión del servicio de distribución del agua que consumían los valencianos. 125 años después, los sucesores de aquella firma celebran un fecundo aniversario al servicio de la capital del Turia, con una exposición abierta en la Fundación Bancaja hasta el próximo mes de enero, que sintetiza la historia de la empresa. En la actualidad, Aguas de Valencia, a través de 170 concesiones, atiende a millones de personas en 300 ciudades y once autonomías y trabaja en mercados de América Latina.
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Como joyas de un tesoro histórico, la exposición Hechos de Agua muestra en una vitrina la escritura de constitución de la compañía, del año 1890, y la escritura de inventario otorgada por el Ayuntamiento de Valencia en 1904. En otros ámbitos de la exposición podremos encontrar las crónicas que El Pueblo o Las Provincias publicaron el 5 de agosto de 1907, cuando la empresa inauguró el servicio regular de distribución de aguas en la ciudad.
Obviamente, no fue el primer distribuidor de agua potable en Valencia. En 1846, la Real Sociedad Económica de Amigos del País ya puso en pie la empresa que el canónigo Liñán soñó y financió con su herencia: la de traída y distribución de aguas limpias a la ciudad. El Marqués de Campo, en 1850, creó la Sociedad de Aguas, que abrió las primeras fuentes públicas; en la plaza de San Vicente Ferrer sigue manando la fuente que rinde homenaje a la Real Sociedad Económica de Amigos del País.
Aguas de ayer y de hoy
Y es que, en el XIX, el progreso consistía en hacer innecesarios los miles de pozos de los que se surtían los valencianos y terminar con la servidumbre de los aguadores callejeros. La lucha de Valencia contra las epidemias de cólera es ancestral.
En 1885 murieron más de 16.000 vecinos por esa causa: los pozos particulares terminaban infiltrados por las aguas de los pozos ciegos fecales y eran causa de una espiral mortal.
De ahí que, en el último tramo del siglo XIX, se hiciera preciso mejorar el abastecimiento de la ciudad, entre otras razones porque el depósito situado en el límite con Mislata se había quedado insuficiente y ya no daba presión a una ciudad que estaba creciendo en altura. Ese depósito viejo, que fue diseñado por Ildefonso Cerdá, el padre del Ensanche barcelonés, es el que ahora alberga el Museo Histórico de la Ciudad, en una sala de columnas que en realidad es un aljibe.
Valencia, en 1897, se anexionó barrios y pedanías. Entre ellas estaban nada menos que Ruzafa –hacia donde crecía el Ensanche desde que fueron derribadas las murallas–, y los Poblados Marítimos, un foco de problemas, donde pozos y acequias convivían peligrosamente. Se hacía urgente dar al servicio las exigencias de calidad del siglo XX.
El Ayuntamiento, en 1904, sacó a subasta la concesión de un servicio obligado a atender a una ciudad en expansión y el 5 de agosto de 1907 la prensa pudo informar de la agradable excursión ferroviaria que llevó a los periodistas a ver las instalaciones de La Presa, atendidos por el director gerente, monsieur Simoulin, que les condujo por el depósito de El Collado, “a donde llega el agua ya filtrada y clarísima”.
Visita Real
La prensa local había publicado ya un reportaje extraordinario sobre las nuevas instalaciones con motivo de la visita que hizo la infanta Isabel “la Chata”. En todo caso, conseguido el bombeo y reunión de hasta 10.000 metros cúbicos de agua potable en un depósito situado a 119 metros sobre el nivel del mar, la distribución por gravedad estaba garantizada, incluso más arriba del punto más alto de la ciudad, que entonces era la terraza de El Micalet.
Ciento veinticinco años después, Aguas de Valencia mantiene y controla 12.000 kilómetros de tuberías de todos los calibres, para suministrar a Valencia y su área metropolitana. Cada segundo depura 8 metros cúbicos de agua y cada día sirve 550 millones de litros a los valencianos. Porque las acometidas desde la red pública a la de los usuarios ya suman 400.000 y los clientes superan la cifra de 1.250.000.
La lista de las autoridades invitadas en 1907 parece interminable. Todos viajaron a bordo de vagonetas engalanadas hasta Los Filtros, ese otro punto estratégico de Aguas de Valencia que, como La Presa, se han convertido en lugares de nuestra geografía con apeaderos de ferrocarril.
Tecnología puntera
En 1907 admiraba a la ciudadanía la moderna tecnología de decantación y filtrado que hoy exhibe redoblada eficacia: desde el Turia, el agua pasaba a balsas de sedimentación, paulatinamente más lentas y en cascada. Después pudieron ver “la batería de revólveres que concluyen la purificación del agua”; son las predecesoras de las modernas instalaciones, que en el siglo XXI hacen el tratamiento biológico del agua que consumimos, en un proceso controlado por 370.000 análisis anuales. Un agua que viene del Turia y, además, del canal que la transporta también desde el Júcar, tomada en la presa de Tous.
Desde Tomás Trenor, el padre de la Exposición Regional, a Rodrigo Soriano, el líder radical republicano, nadie quiso perderse la excursión por las instalaciones admirables, dispuestas en tres hectáreas e interconectadas por 90 kilómetros de tuberías metálicas. Los directores de los siete periódicos de la ciudad no polemizaron ese día; y todos dieron por santo y bueno el magnífico menú servido por la compañía.
Habló el presidente de la Compañía, el señor Alcántara; habló también el cónsul de Francia, y tomaron la palabra representantes del Ayuntamiento, la Diputación, el deán de la catedral, Correos, Telégrafos y la prensa. En total, como era costumbre en la época, fueron catorce los parlamentos, conscientes todos de que se estaba dando un gran paso en el progreso de Valencia.
El diputado liberal, señor Testor, quizá fue el que mejor definió el sentido del salto que a la ciudad se proporcionaba: “Hágase el beneficio –dijo–, búsquese el natural provecho. Pero no se extreme nada que haga aparecer un interés personal forzado. Así agradecerá Valencia cuanto se haga por ella, pues en su favor será”.
Monarquía y Dictadura, República y Guerra Civil, Aguas de Valencia ha vivido con la ciudad sus alegrías y sus tristezas; ha estado presente en sus ferias y celebraciones y ha sufrido en primera fila las trágicas inundaciones. Las de 1949 y 1957 fueron gravísimas, porque inutilizaron las instalaciones. Su historia ha sido la de una continua adaptación, una cadena de necesarias inversiones destinadas a ampliar el servicio y mejorar la calidad de las aguas.
125 años después de la fundación, se puede afirmar que sigue vigente la recomendación del diputado valenciano en 1907. Que una compañía de capital privado sepa mantener ese estilo especial que le viene exigido por su condición de servicio público, es sustancial; como lo es que se mantenga la vinculación con las raíces originarias, raíces valencianas, no solo en la sede social, sino también en la composición del capital.