El alto coste del miedo

El alto coste del miedo

Nos acercamos al final del tercer trimestre habiendo vivido ya dos sacudidas importantes en lo que va de año. El pasado mes de agosto los inversores salieron de bolsa – el índice mundial MSCI ACWI perdió un 3,4% en el mes—para refugiarse en activos más seguros: bonos—el índice mundial de Barclays subió un 1,4%—y oro, que subió un 6%. La corrección fue provocada por los mismos factores que ya asustaron a los inversores en mayo: riesgos geopolíticos al alza (la guerra comercial entre China y EEUU, Brexit) mezclados con nuevos signos de debilidad de la economía mundial—tanto la economía alemana (-0,1%) como la británica (-0.2%) se contrajeron en el segundo trimestre—y con tensión acumulada por el hecho de que las bolsas mundiales lleven meses cerca de máximos históricos.

Sin embargo, a pesar de las dos correcciones, 2019 está siendo, como muchos otros años en los que la liquidez ha sido abundante, positivo para la mayoría de activos. En la última década, las inyecciones de capital de los bancos centrales han roto en numerosas ocasiones la vieja regla de las finanzas mundiales, según la cual al caer la bolsa, los bonos suben y viceversa. En lo que va de año, la bolsa mundial ha subido un 12% mientras que los bonos también han subido un 7,5%. De este modo, los fondos de gestión pasiva (ETFs) de bonos soberanos europeos de 10 años han generado rentabilidades superiores al 15%. Esta demanda de activos de renta fija ha beneficiado a los productos más populares en España que históricamente siempre han tenido un perfil muy conservador. Por ejemplo, el fondo más popular de España ha generado un 2% en los primeros ocho meses del año, después de años de resultados pobres (un 0,8% de media en los últimos tres años).

¿Cómo es posible que, en un entorno en el que tanto acciones como bonos están produciendo rentabilidades tan altas, un fondo mixto que combina ambos tenga un retorno de sólo el 2%? La razón—además de las comisiones—es que los fondos conservadores se centran en el corto plazo, la parte más conservadora de los bonos, para reducir la volatilidad. Por ejemplo, en el caso del fondo al que hacíamos referencia en el párrafo anterior, una parte significativa de sus inversiones se destinan a bonos europeos a corto plazo, que han generado un -0,06% de media en los últimos tres años. Por su parte, los fondos de renta fija más conservadores—denominados fondos monetarios—están viviendo una verdadera explosión a nivel global, con trece semanas consecutivas de entradas netas de capital—la mayor racha en los últimos diez años—que les ha llevado a acumular un patrimonio de 3,4 billones de dólares, un récord histórico.

¿Tiene sentido esta estrategia de mover los ahorros a posiciones ultradefensivas como respuesta a un periodo de incertidumbre? Esta reacción es normal pero no es la mejor. Es normal porque el nerviosismo se apodera de los inversores, pero, basado en la evidencia histórica no es la respuesta óptima, ni la más racional. En primer lugar, este tipo de movimientos tácticos suelen destrozar la rentabilidad a largo plazo de una inversión. Por ejemplo, la rentabilidad anual de la bolsa americana en la década que siguió a la crisis de 2008 fue del 8,5%. Si durante esos diez años un inversor se hubiera perdido los mejores veinte días—que a menudo ocurrieron justo después de sesiones en las que hubo caídas importantes—la rentabilidad anual media habría sido del -2,8%. Es decir, perderse de media dos días buenos al año elimina la rentabilidad a largo plazo. Pero lo mismo ocurre en el universo de los bonos: al tomar posiciones excesivamente defensivas los inversores pierden las revalorizaciones que viven los bonos de perfil moderado en periodos de estrés. El resultado: en los últimos tres años los fondos más populares en nuestro país no llegan al 1% de rentabilidad, mientras que cabría esperar que la rentabilidad anual de un fondo mixto estuviera entre el 3% de los bonos mundiales y el 8,5% de la bolsa mundial en el mismo periodo.

En segundo lugar, este tipo de gestión genera un enorme estrés psicológico en el inversor. Uno de los factores que más alejan a los ahorradores de la inversión es la necesidad de tener que decidir los momentos de compra y venta, buscar alternativas en los mercados financieros y ejecutar los reajustes de cartera. Existen alternativas: por ejemplo, una cartera diversificada, con productos baratos y de confianza, que no se modifique más que para devolverla a su posición inicial. Esta opción puede parecer menos sofisticada que la gestión proactiva en función de las condiciones de mercado, pero, además de generar un nivel menor de estrés, es más rentable en el largo plazo, porque resuelve los problemas que se planteaban antes: el inversor no pierde los repuntes porque permanece invertido, y sus componentes con diferente perfil de riesgo se compensan entre ellos en función de la situación del mercado.

Sin embargo, el principal problema del ahorro español no es que invirtamos de manera subóptima, el principal problema es que no invertimos. Esa rentabilidad del 0,8% anual en los últimos tres años, a pesar de ser muy mejorable, es 80 veces superior a la que han obtenido los ahorradores en sus cuentas corrientes. Ése debe ser el primer objetivo de la divulgación financiera en España: conseguir que, con pequeñas cantidades invertidas en productos sencillos, baratos y transparentes, los millones de ahorradores que aún no se han atrevido a dar ese primer paso, le pierdan el miedo y comprendan que, con cierta cautela, los mercados financieros pueden ser sus aliados.

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