¿Pan para hoy y hambre para mañana o invertir en el futuro?

¿Pan para hoy y hambre para mañana o invertir en el futuro?

Fue Thomas Carlyle quien, a mediados del siglo XIX, en un panfleto titulado “Discurso ocasional sobre la cuestión del negro” (1), acuñó para la ciencia económica la denominación de “ciencia lúgubre”. Para esta, la clave del funcionamiento del mundo estribaría en el adecuado funcionamiento de la oferta y la demanda, de modo que el cometido de los Gobiernos debería limitarse a dejar que las personas actuaran por sí mismas.

Es llamativo que, según Carlyle, la economía atribuye a las personas un comportamiento totalmente racional. Aunque su escrito, que defiende la reinstauración de la esclavitud, no incluye en la categoría de personas a los “ociosos y miopes” individuos de raza negra, para los cuales, el trabajo forzado por la esclavitud constituiría incluso su única vía de supervivencia.

Afortunadamente, hoy pocos defienden la esclavitud como pilar de un sistema económico, aunque aún en nuestros días la ciencia económica queda suficientemente definida por muchos, como aquella que nos recuerda el carácter limitado de los recursos y, por ende, el coste de oportunidad asociado a la utilización de estos, ya que quedan en general indisponibles para otros usos.

En ese escenario, el mercado -y la oferta y la demanda que lo definen-, se erige como mecanismo eficiente de asignación de los recursos. Pero detrás de la oferta y la demanda en el mercado de cualquier bien (y también, por tanto, de las demandas y ofertas agregadas de la macroeconomía), hay siempre, en última instancia, personas.

Personas, siempre personas
Personas que eligen entre las alternativas de que disponen y conocen disponer, buscando el que consideran su propio interés, tomando decisiones en las que, como destaca Richard Thaler (2) -premio Nobel de Economía 2017-, influyen variables psicológicas y la falta de autocontrol, que las desvían de un comportamiento económico racional.

Y la experiencia nos demuestra que las decisiones erradas no son neutrales y obligan a quienes las toman (y en ocasiones también a quienes han adoptado posiciones económicas o financieras con ellos), a reajustar el conjunto de decisiones a futuro.

Este tipo de comportamiento irracional, cuando se amplifica a una escala colectiva, se ha venido en denominar “comportamiento de rebaño” (herd economics’(3)). “¿Dónde va Vicente? Donde va la gente”, aunque en esta ocasión ninguno de los vicentes sabe por qué va donde va.

Considero, por tanto, que la formación de personas para la vida económica (en economía diríamos “agentes económicos que optimizan su toma de decisiones”), capaces de elegir entre un abanico de opciones, conscientes de que el resultado de sus decisiones depende de un modo muy importante de las reacciones del resto de agentes con los que interactúan, es algo más que una cuestión técnica, para la que bastan conocimientos económico-financieros.

La responsabilidad de las escuelas de negocios
Y las escuelas de negocios tenemos una gran responsabilidad en el tipo de directivos que formemos. En su conocido best-seller “Directivos, no MBAs”, Henry Mintzberg (4), de sobra conocido por cualquier estudiante de management hoy en día, realiza una dura crítica del trabajo “fabril” de muchas escuelas de negocios, en las que se dedica mucho tiempo a la realización de juegos de empresa, elaboración de planes de negocios, estudio de técnicas para dominar las áreas funcionales de la empresa, pero no se consigue el entrenamiento fundamental: aprender a dirigir equipos integrados por personas, ya sea en proyectos, grupos o iniciativas diversas.

Baste un ejemplo: muchos MBA conocen (algunos por primera vez) las técnicas de evaluación de proyectos conocidas como el método del Valor Actual Neto (Net Present Value), o el de la Tasa Interna de Retorno (Internal Rate of Return), a través de las cuales encontramos criterios de ordenación de proyectos de inversión que son, para muchos, una de las herramientas que definen el trabajo directivo.

Siendo herramientas de gran utilidad, lo que verdaderamente define a un directivo es la capacidad para entender la realidad a la que se enfrenta, la irreversibilidad (parcial o total) de las inmovilizaciones de recursos, la importancia de los cambios de la aversión al riesgo (a veces imprevisibles) a la hora de determinar el coste, y la posibilidad de captación de fondos de una empresa.

Oportunidad y responsabilidad
En definitiva, toda empresa no es más que una organización integrada esencialmente por personas, que ponen en común sus esfuerzos como un instrumento para encontrar su felicidad. Seguramente, éste es uno de los aspectos que la “economía del bien común” puede aportar a la dirección de empresas, con capacidad de incorporar y retener valor en el desarrollo de su actividad.

Valencia ocupa una posición geográfica privilegiada, contamos con un clima excepcionalmente suave, una dotación de infraestructuras solvente, y nos rodean siglos de historia que mostrar a nuestros visitantes. Contamos, por tanto, con un enclave privilegiado para proyectarnos internacionalmente como un centro para los negocios y la formación de directivos.

Esta es una oportunidad, pero también una responsabilidad, para las escuelas de negocios valencianas.

(1) Carlyle, Thomas (1849). “Occasional Discourse on the Negro Question”, Fraser’s Magazine for Town and Country, Vol. XL., pags. 670-679.
(2) Por ejemplo, en Thaler, R. (2015). “The Making of Behavioral Economics: Misbehaving”. Norton & Co. New York.
(3) Este concepto fue acuñado en Banerjee, A. V. (1992). “A simple model of herd behavior”. The quarterly journal of economics, nº 107-3, págs. 797-817.
(4) Mintzberg, H. (2004). “Managers, not MBAs: A hard look at the soft practice of managing and management development”. Berrett-Koehler Publishers.

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