Transacciones corporativas y cultura financiera

Transacciones corporativas y cultura financiera

Es bien sabido que existe un elevado nivel de liquidez en el sistema, especialmente fuera de los circuitos tradicionales de la banca. Liquidez en busca de rentabilidad, de una rentabilidad que ya no se encuentra en los depósitos tradicionales, ni en los fondos ni en los mercados monetarios.

Es cierto que nuestros gurús anticipan los riesgos de una desaceleración y los síntomas están ahí, pero el dinero sigue necesitando encontrar alternativas donde colocarse para tratar de arañar algunos puntos de rentabilidad y, puestos a asumir un cierto nivel de riesgo, en todas las carteras comienzan a aparecer las llamadas inversiones alternativas, entre ellas el private equity y el venture capital.

Una vez tomada la decisión de invertir en este tipo de activos podemos entrar en la discusión de si se realizan inversiones directas o a través de fondos, este puede ser un debate interesante pero no es el motivo de este artículo así que lo dejaremos para otra ocasión. Pero la realidad es que, si no se tiene mucha experiencia en inversión en empresas, ni conocimientos para analizarlas o equipo y tiempo para seguir las inversiones y gestionarlas, es cierto que la lógica dice que puede ser lo más razonable participar junto con otros inversores en vehículos organizados y gestionados por profesionales de la inversión.


Nos aseguran que llega a ser agobiante la avalancha de propuestas que reciben para participar en diferentes proyectos, necesitando tener un criterio para seleccionar aquellas alternativas que mejor se ajustan a la política de inversión que hemos decidido para este segmento.

Dicho esto, la realidad es que nos encontramos con un catálogo en constante crecimiento de fondos, vehículos de inversión e instrumentos de todo tipo para participar en el capital de compañías en sus diferentes etapas de crecimiento y en una gran variedad de sectores.

El número de gestoras consolidadas levantando su siguiente fondo o nuevas gestoras tratando de hacerse un hueco en el panorama de inversión también se ha disparado. De hecho, uno de nuestros servicios profesionales consiste en ayudar a familias empresarias a seleccionar en qué vehículo de inversión depositan su confianza para cubrir este tipo de activos en sus carteras. Nos aseguran que llega a ser agobiante la avalancha de propuestas que reciben para participar en diferentes proyectos, necesitando tener un criterio para seleccionar aquellas alternativas que mejor se ajustan a la política de inversión que hemos decidido para este segmento.

Lógicamente esta avalancha de fondos necesita colocar su dinero en oportunidades que puedan tener visos de materializarse en retornos exponenciales para sus inversores, logrando batir los objetivos de rentabilidad y completar sus carteras. Asumiendo, eso sí, un cierto nivel de riesgo. La ventaja es que la diversidad de fondos permite graduar el nivel de incertidumbre que se desea asumir en función del potencial de beneficios esperados.

Nos encontramos, por un lado, con multitud de vehículos, liderados por expertos profesionales del mundo de la inversión, la estrategia y las finanzas buscando objetivos para sus inversiones. Ejecutivos que dominan el argot, controlan el método y las fases de un proceso de inversión. Que, al fin y al cabo, no es más que la fijación de un precio por la compra de acciones o por la suscripción de una ampliación de capital, definiendo la forma en que se realizará el desembolso. Además, hay que fijar las condiciones de convivencia posterior y los contratos que regulan todo (las relaciones entre socios y compraventa) haciendo una simplificación máxima.

Y, al otro lado, se encuentran los propietarios de la compañía, realmente da lo mismo que se trate de los fundadores de la sociedad o de la tercera generación de una empresa consolidada. Sé que hay muy honrosas excepciones, pero mi experiencia me dice que cuando ambos mundos se encuentran suele darse un tremendo cortocircuito producido, en cierta medida, (esto levantará críticas, pero es la realidad) por una tremenda falta de cultura financiera en las empresas. Los que me conocen ya saben cuánto respeto a todo tipo de empresario en cualquier nivel.


Y la máxima es que la subjetividad no vale, lo subjetivo no se valora. Las empresas se valoran objetivamente por lo que se estima que son capaces de generar a futuro o por un expectativa de una revalorización en un tiempo determinado

Esta afirmación no es un ataque, ni mucho menos, sino una llamada de atención. Es muy llamativo que empresarios que han sido capaces de levantar compañías estables, rentables y diferenciadas a la hora de enfrentarse a un proceso de venta, llegado el momento de realizar parte del valor generado, puedan poner en peligro transacciones que significan hacer liquido el valor acumulado en sus compañías, para ellos y sus familias. Única y exclusivamente por la falta de conocimientos financieros. Por otro lado, gracias a esto, los asesores en transacciones que nos esforzamos por conectar y traducir ambos mundos, nos ganamos la vida, convirtiéndonos en auténticos facilitadores para hacer que las cosas pasen.

Para entender a qué me refiero mencionaré algunos casos que he encontrado durante el ejercicio de mi profesión y que espero que ayuden a disipar algunas dudas y evitar que transacciones se vayan al traste sin sentido.

Hay una tema generalizado en cuanto a la valoración y fijación del precio. Y la máxima es que la subjetividad no vale, lo subjetivo no se valora. Las empresas se valoran objetivamente por lo que se estima que son capaces de generar a futuro o por un expectativa de una revalorización en un tiempo determinado. Pero hay que ofrecer un soporte lo más objetivo posible que de consistencia a las diversas hipótesis que se tengan en cuenta a la hora de valorar. El “yo creo que mi empresa vale más”, “es el esfuerzo de x años”, “somos una pieza exclusiva en el sector” es valorado por un inversor prácticamente a cero. Puede que un socio industrial para quien la adquisición sea algo estratégico esté dispuesto a pagar un sobreprecio, pero un fondo necesita dar soporte objetivo a la fijación de un precio.

Otro tema recurrente es la valoración de activos productivos, las fábricas, las naves (siempre que estén directamente relacionadas con la producción) valen en cuanto que son parte de un proceso que genera flujos de caja, no se puede pretender que se valoren como si fueran un activo que estás liquidando… ¡seguro que en este caso podemos debatir!

¿Y el apalancamiento? En más de una ocasión he visto peligrar una transacción porque los accionistas no entienden la estructura de una compra apalancada, cuando para los gestores de inversiones son el abecé de sus procesos. Entender que la generación de un vehículo para la adquisición de las acciones que obtiene deuda para hacerlo y al que se aportan las acciones no vendidas permite maximizar el precio a recibir por los accionistas precedentes, se complica normalmente. Es habitual oír expresiones como “me pagan con la deuda que yo asumo”.

Hay otro punto fundamental en estos procesos, ser capaz de separar el rol de accionista propietario de la empresas y el rol trabajador en la compañía. Por supuesto que son temas que se deben regular, pero es fundamental que el accionista vendedor entienda cuándo debe actuar como tal y cuándo su rol, con nuevos socios en la firma, será de trabajador.

Hay muchas ocasiones para que esta falta de entendimiento acabe dando al traste con una operación que puede ser la “operación de su vida” para un accionista, sencillamente por falta de ciertos conocimientos de finanzas. Seguro que barro para casa, pero una vez decidido a vender creo que reivindicar la figura del asesor es fundamental para llevar a buen puerto la operación, ya que ponemos una capa de subjetividad a proceso y aportamos el conocimiento necesario para generar una buena conexión entre las partes.

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