Sábado, 20 de Abril de 2024
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El éxito, la semilla del fracaso

Jaime Esteban, CEO en Speed Out

En el ecosistema emprendedor es muy habitual hablar sobre las “bondades del fracaso” como camino hacia el éxito. Se habla de cultura del fracaso, de su aceptación… hay chorros de tinta derramados (aunque sea en formato digital) sobre este tópico. Pero la verdad es que fracasar es dramático, doloroso y, en muchas ocasiones, irreversible, por muy bonito que lo quieran pintar. Y esto es especialmente relevante en nuestro entorno cultural donde el fracaso (por mucho que digan) se sigue estigmatizando, se mira al emprendedor o empresario que fracasa casi como a un delincuente y la losa que pesa sobre él puede impedir en muchas ocasiones que se levante. A nuestra legislación y su ley de segunda oportunidad le queda mucho recorrido en este campo.

Dicho esto es cierto que, si sobrevives, la parte buena del fracaso es el aprendizaje, la posibilidad de sacar conclusiones objetivas sobre lo ocurrido que te permitan aplicarlas en tu siguiente empeño, si eres lo suficiente resiliente como para volver a intentarlo.

Pero realmente hoy no quiero ahondar sobre este tema, que ya está muy tratado en mi opinión. Aunque sí quiero hablar sobre otro asunto que guarda cierta relación aunque quizá tal vez en sentido inverso. Como sabéis me gusta compartir las experiencias de casos reales relacionadas con el tema de mis artículos. Pues bien, no hace mucho me entrevistaba con un alto directivo de una compañía industrial. Una compañía realmente exitosa, como casi todas en nuestra comunidad se trata de una empresa familiar en la propiedad pero, en este caso,  con los deberes hechos en cuanto a la profesionalización y estructuración de la misma.

Una empresa con un buen número de plantas productivas repartidas por todo el territorio nacional, fruto de una política de desarrollo corporativo que había llevado a un crecimiento inorgánico mediante la compra de otros competidores hasta alcanzar una cifra de negocio de varios cientos de millones, que en la Comunidad Valenciana es mucho decir. Posición de liderazgo nacional, buena generación de resultados… todo viento en popa. Durante la conversación fuimos tratando diversos temas hasta que tocamos la innovación y ¡ahí surgió la chispa! La frase maldita…”cómo todo funciona, todo va bien… ¿por qué cambiar nada?”  En descargo del directivo en cuestión, a quien aprecio realmente, debo decir que se lamentaba de recibir esta respuesta por parte de la propiedad ante sus intentonas innovadoras.

A mi, que he vivido en la cultura del cambio constante me vino de inmediato a la cabeza una cita que he oído hasta la saciedad: “El éxito es la semilla del fracaso”.

De inmediato centramos la conversación en este tema y yo saqué a relucir algunos ejemplos no por manidos, más ilustrativos sobre esta problemática. Le hablé de Nokia como paradigma de una empresa exitosa abocada prácticamente a su desaparición por la arrogancia de una posición hegemónica en el mercado mundial.  De cómo había alcanzado una cuota prácticamente del 50% de los terminales móviles a nivel global y cuando fue adquirida por Microsoft, tras ser arrasada por el tsunami del smartphone, apenas tenía una cuota del 3 %. O cómo las cadenas de distribución muy centradas en competir entre ellas en su canal tradicional no vieron venir el torbellino on-line, hasta que Amazon se dedicó a comprar cadenas de supermercados. Y con su Amazon Fresh nos ponía productos frescos en nuestros domicilios en tiempos récord. Entonces se pasó de ignorar la venta on-line, o tenerla como un mal necesario, a lanzar proyectos ambiciosos, esperando no haber hecho tarde, como Nokia…

Hay una realidad y es que cuando las ventas funcionan y hay un buen beneficio, lo tapa todo y el rol del directivo es perpetuar esta situación, normalmente porque es para lo que le pagan y lo que le exige la propiedad de la compañía. Y, ¿por qué va distraer esfuerzos en otras cosas que no le van reportar más reconocimiento ni rendimientos? ¿Por qué poner en peligro su estatu quo? Lógicamente se centra en ejecutar su modelo de negocio de forma lo más excelente posible para mantener la viabilidad de la empresa y generar el resultado esperado por el accionista. Y esto está bien, sin duda es su trabajo. Pero la realidad es que una ejecución excelente no basta, ya que solamente nos garantiza la viabilidad de la empresa en el corto plazo.

Sin embargo, para que la compañía sobreviva a largo plazo necesita algo más. Es fundamental prevenir los tsunamis que puedan dar al traste con nuestro modelo de negocio tal como lo conocemos hoy. Hay multitud de factores que pueden incidir y hacer que nos encontremos con un modelo caduco, casi de la noche a la mañana. Nuevas sensibilidades de nuestros clientes, cambios normativos, demandas medioambientales, nuevos materiales, tecnologías evolucionando a ritmos frenéticos…

Para sobrevivir en este mundo cambiante y garantizar la viabilidad de la empresa a largo plazo las compañías deben equilibrar su función de explotación (ejecución de su actual modelo de negocio) con una función de exploración, consistente en la búsqueda de innovaciones disruptivas (nuevos productos, procesos, modelos de negocio, tecnologías…). Y ahí es donde el éxito, la arrogancia y la falta de visión actúan como un auténtico cáncer en la organizaciones, con directivos constreñidos por la necesidad de la supervivencia y cuyo objetivo es mantenerse en el puesto, en vez de motivados a crear nuevas oportunidades, diseñar el futuro de la organización que dirigen, originando la mejor versión de su empresa en cada momento.

Sé que puedo resultar radical en mis apreciaciones, pero me parece hasta desleal no tomar el riesgo de explorar nuevas opciones, igual que es irresponsable por parte de los propietarios el esconder la cabeza bajo el ala del éxito y no mirar de frente los desafíos y oportunidades, que sin duda se presentan ante ellos… ¡después es tarde para lamentarse! La función de exploración debe ser estratégica en las empresas y por tanto es el accionista quien debe hacerla suya y trasladarla a toda la organización.

Entiendo que cuando las cosas van bien es difícil tener sentido de urgencia, pero os aseguro que si no estáis dedicando esfuerzos a la exploración… estáis sembrando vuestro fracaso.

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