Técnicamente, la inflación se define como el incremento generalizado en los precios de los bienes y servicios de una economía durante un determinado periodo de tiempo. Para medir o estimar este fenómeno económico se suele utiliza el Índice de Precios al Consumo (IPC). Es decir, cuando la subida del IPC se prolonga de manera duradera en el tiempo se produce inflación.
A pesar de ser un concepto temido y que goza de muy mala fama, la inflación no es algo negativo per se. De hecho, cuando el incremento de los precios se produce de una forma progresiva y moderada suele ser reflejo de crecimiento. Así, el objetivo principal de los bancos centrales (en nuestro caso el Banco Central Europeo) es que el encarecimiento de los precios se mantenga en el entorno del 2%. Una inflación comedida que se mueva dentro de este rango suele ser síntoma de una economía saneada.
El peor enemigo para ahorradores e inversores
Sin embargo, si la revalorización de los precios se descontrola puede convertirse en una auténtica pesadilla económica. Cuando el valor de los bienes y servicios crece, se reduce la cantidad de los mismos que podemos adquirir. Por tanto, la inflación disminuye el poder adquisitivo.
Una inflación desmesurada es el enemigo número uno de cualquier ahorrador. Cuando se encuentra fuera de control, la inflación se convierte en una lacra que erosiona severamente la capacidad de compra de los consumidores. Su herramienta para hacerlo: el mero paso del tiempo. Un impuesto silencioso que deprime a los inversores ante una creciente incertidumbre sobre el valor del dinero.
¿Cómo podemos protegernos frente a esta “mano invisible”?
La inflación terminó, según datos facilitados por el Instituto Nacional de Estadística el 2021 en el 6,7%. La cota más alta de los últimos 29 años. Casi nada.
Si el encarecimiento de los precios se mantiene en estos niveles -o peor aún, se continúa intensificando- la pérdida de poder adquisitivo para consumidores e inversores podría obtener la calificación de catastrófica.
No obstante, existen varias alternativas para combatir esta peligrosa situación. Y sí, como ocurre ante toda situación de dificultad, la inacción y el inmovilismo no son soluciones posibles al problema. La clave para luchar contra la pérdida de poder adquisitivo reside en poner a ‘trabajar’ el capital ahorrado disponible. Tomando aquellas decisiones de inversión cuyo rendimiento sea superior a la inflación o que –en el peor de los caos- sus plusvalías se la alineen con la revalorización del IPC
Algunas opciones.
- Bienes reales – La inversión esta clase de activos (como podrían ser las materias primas o la vivienda) actúa, a efectos prácticos, cómo una cobertura contra la inflación. Se trata de activos directamente vinculados a la subida de los bienes y servicios en general. En un contexto de escalada generalizada de los precios resulta muy extraño que el oro o el precio alquiler –entre otros muchos- no estén en la sintonía del IPC.
- Acciones y valores – Especialmente de aquellas compañías cuyos productos y/o servicios sean de carácter permanente. Independiente de lo que ocurra con la divisa con la que operen, si la demanda de estas empresas se mantiene constante, sus acciones incrementarán su valor lo necesario para mantener su precio real.
Están son algunas de las opciones de las que disponen ahorradores e inversores para protegerse de la inflación.
Otro activo complementario infalible.
No obstante, otra de las alternativas para hacer frente al encarecimiento de los precios es -como sugiere Warren Buffet- mejorar tus habilidades y aptitudes para convertirte en el mejor profesional posible. De esta forma, el ‘oráculo de Omaha’ hace alusión a que si eres el mejor en tu trabajo obtendrás un salario acorde a tu desempeño, independientemente del comportamiento de la moneda en la que percibes tus emolumentos.
Como dice el gurú financiero norteamericano: “lo mejor que se puede hacer es invertir en uno mismo”.