El ecosistema start-up
Las start-ups se enfrentan a numerosos retos desde su comienzo; además de los propios de cualquier proyecto empresarial, también a los característicos de esta forma de emprender.
La propia definición de start-up ya plantea, de por sí, la suficiente discusión, pues todo proyecto empresarial que se inicie se puede considerar una start-up, aunque en el ecosistema start-up se habla más de proyectos empresariales de carácter innovador, que buscan nichos tecnológicos (ya sea por el canal al que se dirigen o por el tipo de servicio que se soporta) donde desarrollar su idea de negocio.
En la mayoría de los casos nos encontramos con empresarios innovadores, con gran preparación técnica, muy business focused, pero con escasa experiencia en la gestión, lo que añade riesgos al propio proyecto empresarial. También la absoluta focalización en hacer viable el negocio impide que la atención se centre en otros aspectos, que se consideran secundarios.
Normalmente, los proyectos start-ups se inician por varios emprendedores unidos bajo una idea común y un negocio que les parece atractivo. El componente personal inicial es importante, así como compartir intereses y una idea.
Aspectos a considerar desde el principio
En esta fase inicial, se suele olvidar que nos encontramos, en definitiva, ante un proyecto empresarial con sus riesgos y sus oportunidades y que, al participar distintos fundadores, deberían regularse adecuadamente las relaciones entre ellos. Algunos de los aspectos a considerar inicialmente serían, por ejemplo:
1. ¿Cuál es el porcentaje de participación de cada fundador, en función de su aportación al proyecto?
2. ¿Cómo regular los conflictos en caso de que se produzca el desacuerdo entre fundadores y que dicho desacuerdo pueda afectar a la propia viabilidad de la start-up?
3. ¿Qué ocurre ante determinados acontecimientos empresariales que pueden producirse en el futuro, tales como la entrada de inversores, rondas de financiación e, incluso, la propia venta del proyecto si es que se produjeran desacuerdos entre los fundadores en dichas situaciones?
4. ¿Qué ocurre si uno de los fundadores abandona el proyecto? ¿Podrá gestionar su propio proyecto compitiendo con el anterior y utilizando la experiencia anterior?
Estas situaciones son muy habituales y solo hay que ver el devenir de proyectos como Apple en su momento o Facebook, donde dichas desavenencias acabaron produciéndose. Si no se acuerdan desde el principio, la posibilidad de que el proyecto se hunda por conflictos interpersonales es muy alta o, al menos, puede causar que el coste económico de su solución sea también muy alto.
Una vez en marcha el proyecto, no se debe olvidar la propia gestión de los riesgos legales a los que se puede enfrentar una start-up. En primer lugar, debería analizarse si la actividad que llevan a cabo tiene alguna limitación legal o, incluso, si necesita autorización y/o supervisión administrativa pública.
Esta es una cuestión transcendental en proyectos de Fintech e, incluso, cuando se establecen canales de intermediación entre capital y particulares (al final se tuvo que regular el crowdfunding por ello). También el proyecto deberá analizar, al menos, dos aspectos relevantes desde el punto de vista de protección legal:
1. Que con el proyecto no se esté vulnerando la propiedad industrial o intelectual de otras empresas; es decir, que no estemos utilizando sin consentimiento el know-how o las patentes de otros, ya que este hecho asegurará una demanda e incluso la suspensión cautelar de la actividad de la start-up, provocando, seguramente, el fin de proyecto, al no tener la capacidad financiera necesaria para mantener un pleito a largo plazo. En estos casos hay que ir con cuidado, especialmente, con las spin-off.
2. Proteger nuestra propia propiedad industrial e intelectual, tanto internamente como frente a terceros, ya que su utilización por terceros con más medios financieros puede provocar que el proyecto no tenga salida a medio plazo.
Además, como se ha señalado anteriormente, puede producirse la salida de fundadores iniciales, que conocen el know-how del proyecto, con la posibilidad de que puedan replicarlo, haciendo inviable el nuestro, pues no tendrán los costes de inicio en los cuales ya ha incurrido el proyecto inicial.
Por otra parte, a lo largo del proyecto, la start-up debe enfrentarse a las mismas obligaciones que el resto de empresas: presentar impuestos, cotizar a la Seguridad Social, cumplir obligaciones mercantiles, preparar contabilidad, etc.
No relevante, pero obligatorio
En las fases iniciales, cuando la start-up ni siquiera ha entrado en la primera ronda de financiación, todo ello supone un coste directo, que es percibido como una cuestión no relevante comparada con el propio desarrollo de la idea empresarial.
Desafortunadamente, el no cumplimiento de estas obligaciones casi siempre suele conllevar sanciones, recargos y pérdidas de tiempo que, al final, detraen recursos del proyecto start-up. Por ello, su adecuada gestión desde el principio debe hacerse compatible con centrar los esfuerzos donde se necesitan: en el proyecto emprendedor.
Todas estas gestiones pueden ser objeto de outsourcing, incluyendo la propia contabilidad, pero es necesario que la start-up lo identifique como un área más de gestión, que va intrínsecamente unida al propio negocio y que, conforme vaya superando rondas de financiación, se volverá más relevante si cabe. Nadie va a invertir en un proyecto donde la idea es excelente pero la gestión no genera más que riesgos.
Evidentemente, el problema principal para la start-up a la hora de gestionar adecuadamente todas estas áreas es que esto debe hacerse desde el inicio del proyecto, cuando existe mucha ilusión y ganas de emprender, pero escasos fondos para conseguir un asesoramiento adecuado que cuente con experiencia en estos temas.
Por ello, las principales firmas de servicios debemos apoyar estos proyectos, ayudando a darles seguridad jurídica y estabilidad. Por ejemplo, a través de paquetes de servicios globales cuyos honorarios estén en línea con el propio desarrollo del proyecto start-up.
Una de esas posibilidades es el Friendly Package de Grant Thornton, dirigido exclusivamente a start-ups, que es un espejo de los servicios que se ofrecen en Estados Unidos a este tipo de proyectos.