La Navidad de 1916 no fue para echar cohetes, ni en Valencia ni en ninguna otra ciudad española: cuando no faltaba carbón, la escasez de harina era la culpable de que el pan subiera de precio otra vez entre protestas generales. Había un paro creciente y un malestar sindical que ya no disimulaba su deseo de irrumpir en la política. La Guerra Mundial llevaba dos años arrasando Europa y lastimando la economía española. Pero, con todo y con eso, una Valencia que estaba ansiosa por salir de la mediocridad, dio la campanada e inauguró el Mercado de Colón. Que, dicho sea de paso, la ganó la mano al Mercado Central, largamente proyectado, discutido y demorado…
En la Valencia de diciembre de 1916 la vida era dura, pero siempre quedaba un resquicio para la alegría. Por eso, el día de Nochebuena, que era domingo, la gente se echó a la calle a ver pasar una comitiva excepcional: la Cabalgata de inauguración del Mercado de Colón, el gran mercado modernista del Ensanche. Iba delante la guardia municipal con los timbaleros. Y desde la plaza de toros, donde se formó el cortejo, desfiló también, por todo el centro, la Roca que pregona “La Fama” de Valencia, la del ángel que lleva una corona de laurel en una mano y enarbola la trompeta de la gloria con la otra. Después, veinte, treinta, cuarenta vendedores callejeros habían sido llamados a pregonar sus populares mercancías: desde “porrat” hasta calabaza asada, desde horchata y agua limón a empanadillas y café calentito.
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La gente se agolpó en las calles del recorrido, y singularmente en la calle de la Sangre, al paso del cortejo bajo los balcones municipales, camino de las calles de San Vicente y la de la Paz. Pasaron doce parejas de labradores y labradoras, a caballo, elegantemente ataviados a la valenciana. Divididas en tres secciones temáticas –pescado, aves y carnes, y frutas, verduras y legumbres– una serie de carrozas evocaban los productos del nuevo Mercado que el día anterior, sábado 23 de diciembre, se había puesto a prueba con gran éxito. En la carroza final, de homenaje a Valencia, Elenita Durá, la reina del Mercado, saludaba a todos, rodeada de su corte de honor.
Al ver las carrozas, al ver el guión que los organizadores habían marcado, muchos valencianos entendieron por qué el arquitecto del gran edificio comercial había incluido en las dos fachadas continuas alusiones a los alimentos, desde las naranjas a los carneros, desde las gallinas a los peces, acelgas, lechugas, tomates, mariscos y pimientos que todo buen mercado debe despachar.
Después de dar la vuelta por toda la ciudad antigua, la Cabalgata se dirigió a la Gran Vía e hizo su entrada triunfal en el nuevo recinto comercial, donde 228 paradas aguardaban el favor de los clientes del barrio más moderno de la ciudad. El alcalde, ahora Fidel Gurrea Olmos, lo tenía todo a punto para la inauguración, un símbolo claro de que más allá de donde estuvieron las murallas, una nueva Valencia estaba naciendo y pedía ser escuchada. En aquellos momentos, a la ciudad “solo” le faltaba terminar la Estación del Norte, Correos, el Ayuntamiento y el Banco de España… más el Paseo de Valencia al Mar.
El Mercado de Colón es fruto directo de la política del partido liberal. Durante muchos años, esa calle sin tráfico, lateral al Mercado, que hoy lleva el nombre del erudito Martínez Ferrando, llevó el del promotor del espacio comercial, Francisco Blanquells, presidente del Círculo Liberal Valenciano y concejal que propuso el proyecto y no lo abandonó incluso después de dejar la corporación municipal. Blanquells y su fiel colaborador, Eliseo Miralles, son los que pugnaron hasta conseguir el milagro de que el Mercado se pusiera a caminar como proyecto en 1913 y se construyera entre 1914 y 1916, un tiempo récord, con un coste final de unas 900.000 pesetas.
En realidad, desde que el Ensanche comenzó a crecer siguiendo los planos municipales del año 1883, el Ayuntamiento recibía peticiones relativas al servicio de mercados. Primero se pidieron unas paradas; luego, entre 1890 y 1891, se barajó un mercado de corte mediano. Pero fue Blanquells quien, rotundamente, encargó el proyecto de Mercado al arquitecto municipal Francisco Mora, autor del pabellón del Ayuntamiento en la Exposición Regional de 1909. Después, con su batallar dialéctico, se encargó de achuchar al alcalde conservador José Maestre y de convencer a la opinión pública de que no podía nacer todo un barrio, nuevo y moderno, entre la calle de Colón y la Gran Vía del marqués del Turia, obligado a abastecerse en el realmente lejano Mercado de siempre, en su clásica ubicación entre la Lonja y los Santos Juanes.
Hubo que hacer una reforma del planeamiento para segregar un solar con fachadas a las actuales calles de Jorge Juan, Cirilo Amorós y Conde Salvatierra. Y programar la construcción, aunque políticamente chocara con el Mercado Central que se desperezaba en Ciutat Vella, consumiendo un año tras otro. Porque el rey Alfonso XIII presidió el acto de derribo de las primeras casitas, compradas en 1910, pero hasta diciembre de 1915 no se colocó la primera piedra de una colosal superficie comercial… que vino a terminarse en enero de 1928.
Con todo, ese providencial subterráneo que tiene en el siglo XXI el Mercado Central se lo debe al Mercado de Colón. Porque cuando se vio que el del Ensanche nacía sin sótanos, como nació, la bronca política municipal contagió de reflexión a los arquitectos, que pidieron la revisión del proyecto y una lógica previsión de espacio subterráneo.
El día de Nochebuena de 1916, finalmente, las autoridades brindaron en la parte alta del Mercado de Colón mientras la gente rompía el cordón de seguridad y se colaba en el nuevo recinto. Aparte las dos hermosas fachadas, cuajadas de mosaicos y “trencadís” diseñados por Mora, la cubierta metálica, de una nave con dos airosos voladizos laterales, se debía a otro gran maestro: Demetrio Ribes. El mago del diseño de estructuras acababa de terminar la cubierta de la Estación del Norte y solventó la del Mercado de Colón: de los talleres valencianos Estanislao Capilla salieron las columnas fundidas más grandes que se habían trabajado en Valencia, de 8’50 metros de altura.