Acuerdo bajo presión: entre la paz arancelaria y la sumisión estratégica
La UE y EE. UU. logran evitar una guerra comercial, pero el pacto deja un regusto amargo en Bruselas. A cambio de reducir aranceles, Europa cede en energía, defensa y autonomía tecnológica. “Es un mal menor”, advierte el analista Frédéric Mertens.
El apretón de manos fue firme. El escenario, inesperado: el resort de golf del presidente estadounidense Donald Trump. Allí, entre greenes perfectamente cuidados y flashes de prensa, se escenificó el acuerdo que evitará una nueva guerra comercial entre Estados Unidos y la Unión Europea (UE). Un pacto que pone fin a meses de tensión creciente y que, según los firmantes, supone una victoria para la estabilidad global. Pero bajo esa superficie de cortesía diplomática y cifras astronómicas, no todos comparten el entusiasmo.
«Esto no es una victoria para Europa», sentencia sin rodeos Frédéric Mertens, experto en Relaciones Internacionales y profesor de la Universidad Europea de Valencia. «En todo caso, es un mal menor».
Un pacto forjado entre amenazas
El corazón del acuerdo es la imposición de un arancel máximo del 15 % sobre la mayoría de exportaciones europeas hacia EE. UU., evitando así el temido 30 % que Trump amenazaba con imponer de forma unilateral. A cambio, Europa se compromete a comprar energía estadounidense por 750.000 millones de dólares e invertir otros 600.000 millones en infraestructura, tecnología y defensa… en suelo norteamericano.
Unos números colosales que esconden un problema más profundo: el equilibrio del acuerdo está lejos de ser simétrico. «Hemos oficializado una relación de dependencia que ya existía”, explica Mertens. “En defensa, ya compramos más material a EE. UU. que a los países europeos. Ahora simplemente lo ponemos por escrito».
Un 15 % que no convence
Trump celebró la rebaja arancelaria como una muestra de su habilidad negociadora, mientras Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, calificó el pacto de «difícil pero necesario». En teoría, se elimina la escalada arancelaria y se brinda certidumbre a empresas de sectores clave como la automoción, la industria farmacéutica o los semiconductores. En la práctica, muchas dudas siguen sin despejarse.
«Se suponía que los medicamentos estarían exentos, pero ahora parece que sí pagarán el 15 %”, apunta Mertens. “Eso ya es un problema. Y en automoción, el sector está en crisis y esto no hará más que empeorarla».
La industria europea lo sabe. En Alemania, el canciller Friedrich Merz celebró el pacto con cautela, consciente de que su país esquivó por poco un golpe letal a su sector automovilístico. Los aranceles del 27,5 % que se cernían sobre los coches europeos quedan ahora en un 15 %. «Hemos defendido nuestros intereses fundamentales», dijo, aunque reconoció que «esperaba más».
Energía, defensa y la fractura interna
Pero el componente más delicado del acuerdo no está en los aranceles. Está en los compromisos energéticos y militares. Bruselas ha aceptado importar masivamente energía estadounidense, alejándose de proveedores alternativos como Rusia o países del Golfo. Y ha prometido aumentar sus compras de armamento a Washington, reforzando la interoperabilidad militar… y la dependencia.
Mertens plantea un dilema incómodo: «¿Nos conviene más aceptar esta dependencia o arriesgarnos a un arancel del 30 %, pero mantener la libertad de elegir a quién compramos nuestra energía?». No todos los gobiernos europeos responderían igual.
«Francia, por ejemplo, podría no aceptar atarse las manos en una política energética decidida desde fuera. Hay un riesgo claro de fractura dentro de la UE. La Comisión habla en nombre de todos, también de Pedro Sánchez cuando se compromete con el gasto en defensa. Y ahí está la letra pequeña».
Esa «letra pequeña» incluye un gasto militar del 5 % comprometido con la OTAN, algo que algunos Estados miembros, como España, ya han cuestionado públicamente. «Esto puede generar fricciones con otros países que sí lo vean con buenos ojos», avisa el experto.
¿Victoria o sumisión?
Desde Washington, el tono fue triunfalista. El secretario de Comercio, Howard Lutnick, celebró un «día histórico» y destacó que por primera vez la UE acepta los estándares automotrices e industriales estadounidenses, lo que abrirá nuevas puertas para sus exportaciones.
La presidenta del Parlamento Europeo, Roberta Metsola, aplaudió el pacto como «un paso importante en el fortalecimiento de la relación transatlántica», aunque la Eurocámara aún debe revisar los detalles. Porque el acuerdo, si bien ya es político, debe ser ratificado por los 27 países miembros, y podría enfrentar resistencias.
Para Mertens, el problema no es solo económico, sino también simbólico: «Nos hemos doblegado ante Estados Unidos. Y eso lo van a ver tanto China como Rusia. Los primeros pueden ofrecernos una alternativa de mercado, pero no gratis. Los segundos ya no tienen tanta capacidad para presionar, pero Pekín sí».
Agroindustria y servicios: los impactos concretos
Más allá de la geopolítica, el acuerdo tiene efectos tangibles. La agroindustria española respira con alivio: EE. UU. es el principal mercado no europeo para sus alimentos y bebidas, con más de 3.500 millones de euros anuales en exportaciones. Productos como el aceite de oliva, el vino o las conservas pesqueras habían empezado a sufrir los efectos de los aranceles desde abril. Ahora, al menos, hay un marco estable.
Pero otros sectores no lo tendrán tan fácil. Un informe del Banco de España alertó de que una guerra arancelaria habría impactado incluso en los servicios, debido a la apreciación del euro y el debilitamiento de la actividad global. Sectores como el químico, el farmacéutico o el de maquinaria también aparecen en rojo.
El dilema estratégico de Europa
En última instancia, este acuerdo revela la posición incómoda de Europa en el nuevo tablero global. Entre una Rusia sancionada y una China ambiciosa, Bruselas busca mantener su espacio, pero no siempre desde la fuerza. Mertens lo resume con crudeza: «Es como elegir entre el cólera y la peste».
El pacto evita una crisis inmediata, sí. Pero también cristaliza una serie de dependencias que Europa llevaba tiempo intentando superar. La pregunta, ahora, no es si este acuerdo traerá estabilidad, sino cuánto está dispuesta la UE a pagar por ella.
Borja RamírezGraduado en Periodismo por la Universidad de Valencia, está especializado en actualidad internacional y análisis geopolítico por la Universidad Complutense de Madrid. Ha desarrollado su carrera profesional en las ediciones web de cabeceras como Eldiario.es o El País. Desde junio de 2022 es redactor en la edición digital de Economía 3, donde compagina el análisis económico e internacional.
Las claves del nuevo escenario económico analizado en Cinteligencia 2025
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