Antonio Sanabria, Univ. Complutense: «Vivimos una geopolítica de la ansiedad»
La Unión Europea parece haber dejado atrás el relato de la paz para abrazar la lógica del gasto militar y la disciplina fiscal. Analizamos las implicaciones de este giro con una mirada crítica.
La Unión Europea (UE) parece estar dejando atrás el discurso de la paz como eje vertebrador del proyecto común para abrazar, cada vez con mayor decisión, una retórica centrada en la seguridad, el rearmamento y la disciplina fiscal. El contexto internacional —marcado por la guerra en Ucrania, la presión de Estados Unidos y el ascenso de China— ha dado alas a una nueva normalidad geopolítica en la que se presentan como inevitables decisiones que, hasta hace poco, serían impopulares o impensables.
Esta «nueva normalidad» comienza a tomar forma en políticas concretas. Gobiernos como el francés han anunciado recortes multimillonarios en el gasto público justo después de comprometerse a aumentar el gasto militar hasta el 5 % del PIB. Al mismo tiempo, se reabre el debate sobre la austeridad fiscal, ahora no como respuesta a una crisis financiera, sino como pretexto para financiar el rearme europeo.
Analizamos, de la mano de Antonio Sanabria, Licenciado en CC. Económicas y DEA en Economía Internacional y Desarrollo de la Universidad Complutense de Madrid, las implicaciones de este giro político.
La normalización del gasto militar en Europa
—Durante las últimas décadas el mundo occidental ha vivido en un estado de calma y seguridad, al menos en lo que a conflictos entre grandes potencias compete. Eso está cambiando, y, cada vez más, avanzamos hacia una realidad que recuerda a otros tiempos, de la Guerra Fría o incluso anteriores. Modelos militaristas europeos como el que está en Francia —recortes en gasto social y aumento del gasto militar exigido por la OTAN— constituye un cambio estructural.
Sí que supone, en todo caso, un cambio de discurso. Y tiene que ver en parte con la conformación de nuevas mayorías, con lo que es el reparto de fuerzas en el Parlamento Europeo, en la Comisión, y con el ascenso de posiciones extremistas dentro de los países de la Unión. Esto ha hecho virar el discurso, no sólo en inmigración —que es quizá lo más visible— sino también en otros ámbitos, como la ortodoxia económica.
No sé hasta qué punto todo eso está siendo estructural. El caso de Francia, en todo caso, es llamativo.
Francia ya partía de un problema previo: era el país de la UE con mayor gasto público como porcentaje del PIB, y además tenía el déficit presupuestario más elevado. Desde 2022 en adelante, ese déficit era creciente, superando el 3 % que marca el Protocolo de Déficit Excesivo, y aumentando.
Pero cuando llega la cumbre de la OTAN, Francia —precisamente el país que no se puede permitir ese gasto adicional— es el que lidera la defensa de elevar el gasto en defensa al 5 % del PIB. Y acto seguido anuncia un ajuste de más de 40.000 millones de euros. Eso sí que marca un cambio, si no estructural, sí de rumbo.
La presión de EE. UU. y el miedo como motor de decisiones
—Además, todo esto ocurre en un contexto de creciente presión arancelaria por parte de EE. UU., que ya no parece una cuestión meramente comercial. ¿Estamos ante una estrategia mayor de Washington para reordenar las alianzas occidentales en función de sus intereses? Y si es así, ¿en qué posición queda Europa?
Sí, sin duda. Lo que estamos viendo no es simplemente proteccionismo económico, sino una reconfiguración geopolítica en toda regla. Estados Unidos está utilizando los instrumentos comerciales, financieros y tecnológicos para blindar su posición frente a China, y en ese proceso está redefiniendo las reglas del juego global.
Esto afecta directamente a Europa, que se ve atrapada entre dos fuegos: por un lado, la presión para alinearse con la agenda estratégica de Washington; y por otro, la necesidad de preservar sus propios intereses económicos, especialmente en relación con China.
Europa, por ahora, está actuando más como un espacio de ajuste que como un actor soberano. No tiene una voz propia ni una política exterior coherente, y eso la deja en una posición subordinada dentro del bloque occidental liderado por EE. UU.
—¿Podríamos hablar de una «geopolítica de la ansiedad»? Porque parece que Europa, en lugar de actuar estratégicamente, está reaccionando al miedo: miedo a los aranceles, al colapso económico, al conflicto con China o Rusia…
Vivimos inmersos en una geopolítica de la ansiedad La UE, como sabes, no tiene una sola voz. Y frente a un EE. UU. que sí puede aplicar presión mediante aranceles, Europa intenta negociar sin enfadar a la bestia. Esa es su forma de protegerse.
Por eso se aceptan ciertos compromisos —como el aumento del gasto en defensa al 5 %— aunque sepamos que son de boquilla. Porque no hay un plan realista, no se explica cómo se va a financiar, cómo se va a evitar la duplicación de gasto ni cómo se va a coordinar esa defensa común.
Y entonces viene la pregunta: si ni siquiera se cumplió el objetivo del 2 % fijado en tiempos de Trump, ¿de verdad se va a cumplir ahora el 5 %? No. Entonces, ¿por qué se hace? Tal vez porque se considera que ese gesto simbólico puede ayudar a negociar mejores condiciones comerciales, excepciones arancelarias, o evitar sanciones más duras por parte de EE. UU.
El coste social del rearme
—¿Y qué riesgos puede traer eso si se convierte en estructural? Me refiero a la combinación entre austeridad interna, rearme, y dependencia estratégica del exterior.
Muy altos. Hay países como Polonia, que han sido invadidos repetidamente por Rusia a lo largo de su historia y, lógicamente, entienden el gasto en defensa como necesario y legítimo. Pero hay otros países, como España, para los que la amenaza de una invasión rusa no se percibe como inminente.
Entonces lo que ves es una narrativa muy peligrosa: se dice que no hay dinero para pensiones, para dependencia, para atender la inmigración… pero mágicamente sí hay para defensa. Eso genera quiebras sociales. Y en segundo lugar, reabre las divisiones entre países. Porque unos hacen sacrificios que otros no hacen. Se perciben agravios.
Además, volvemos al marco de la austeridad, que ya generó un enorme desapego ciudadano hacia la UE tras la crisis financiera de 2008. Y si encima lo combinamos con una agenda de rearme, el resultado puede ser aún más polarizante.
Fracturas internas en la UE
—¿Y crees que puede abrirse una nueva fractura entre países más obedientes con el rearme y otros más reticentes, como España?
Sí, sin duda. Cada país tiene sus motivos. En España hay tres factores clave: la posición ideológica del gobierno, la oportunidad política para cohesionar a su mayoría parlamentaria, y que ni Rusia ni el conflicto comercial con EE. UU. son amenazas tan directas como para otros países.
Pero lo importante es que, sin una estrategia común, cada país va a ir por su cuenta. Y entonces aparecen los freeriders: países que no aumentan su gasto militar, pero se benefician de que otros sí lo hagan.
Y eso genera resentimientos, sobre todo en países del Este que sí están haciendo un gran esfuerzo. El reproche mutuo está servido y eso pone en peligro la cohesión interna de la UE.
De la disuasión al uso real de la fuerza
—¿Se está normalizando un discurso militarista que antes solo escuchábamos en foros muy marginales?
Totalmente. En los años 90 y 2000, incluso los países que participaron en guerras —como Reino Unido— redujeron su gasto militar. Porque no veían necesidad de grandes ejércitos. Era otra lógica.
Ahora estamos viendo un giro. Reino Unido ya tiene planes para reestructurar su ejército hasta 2035. Y el horizonte 2030 aparece en todos los documentos estratégicos, sobre todo por China. Sí que hay una especie de intento de colar ese nuevo paradigma.
Y claro, ahora se ve que gobiernos de izquierdas también defienden ese aumento. Ya no es exclusivo de la derecha o la extrema derecha. El laborismo británico, por ejemplo, también se ha alineado con esa lógica. Francia es el caso más curioso: un gobierno sin mayoría parlamentaria anuncia un aumento del gasto militar enorme… y al día siguiente un recorte masivo del gasto público. Justo el 14 de julio, con el desfile militar de fondo.
¿Por qué lo hacen? Porque creen que el contexto ha cambiado. Que ahora eso puede ser políticamente aceptable. Y eso se conecta con otra gran contradicción: la UE nació como un proyecto supranacional para superar el nacionalismo… y hoy está alimentando de nuevo esas lógicas nacionalistas, por miedo, por presión o por cálculo.
Ese nacionalismo, que pretendía superarse tras las guerras del siglo XX, está volviendo por la puerta grande, muchas veces camuflado bajo el paraguas de «seguridad” o «soberanía estratégica». Y cuando eso ocurre, cuando la seguridad se convierte en excusa para sacrificar derechos, para recortar gasto social y aumentar el gasto militar sin debate, podemos decir que nos encontramos ante un cambio de paradigma.
Borja RamírezGraduado en Periodismo por la Universidad de Valencia, está especializado en actualidad internacional y análisis geopolítico por la Universidad Complutense de Madrid. Ha desarrollado su carrera profesional en las ediciones web de cabeceras como Eldiario.es o El País. Desde junio de 2022 es redactor en la edición digital de Economía 3, donde compagina el análisis económico e internacional.
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