Empresarios, inteligencia artificial y gestión patrimonial
No cabe duda de que la Inteligencia Artificial es la nueva Revolución Industrial. Los cambios que puede traer consigo la introducción de esta tecnología en multitud de sectores puede suponer un acontecimiento realmente disruptivo.
No sólo por tratarse de una nueva forma de hacer las cosas, sino porque se trata de algo totalmente transversal y aplicable en prácticamente todas las ramas de actividad, desde la medicina, enseñanza, diseño, mercados financieros, etc.
No exenta de polémicas y dudas acerca de los límites de la IA, no podemos renegar la realidad y aceptar que posiblemente asistamos a cambios muy profundos en todos los ámbitos y que va a ser difícil que no nos toque de lleno a cada uno de nosotros, sea por la vertiente que sea.
Y es precisamente en la gestión patrimonial en la que me quiero centrar en este artículo. En la actualidad ya existen los famosos roboadvisors que son plataformas de gestión automatizadas al alcance de cualquier inversor con un simple click. Se busca la web concreta y a través de una serie de preguntas que vamos respondiendo, la máquina nos ofrece una cartera de inversión adecuada a nuestro perfil de riesgo que se ha definido previamente al responder a dichas cuestiones. Son algoritmos que a través del big data acaban diseñando carteras más o menos estándares, pero que encajarían con los perfiles de riesgo clásicos de cualquier inversor.
La gran ventaja que ofrecen, además de ahorrarse una cantidad de tiempo importante que conllevaría efectuar el mismo proceso en una oficina física, es que los costes totales de la gestión son muy competitivos. Imbatibles a todos los efectos si los comparamos con cualquier modelo de gestión patrimonial tradicional, con la intervención del banquero o asesor financiero.
Pero plantea serias limitaciones. En primer lugar, porque la mayor parte de las veces ofrecen productos indexados que no siempre tienen por qué ser el mejor vehículo en cada momento del ciclo económico y de mercado. En segundo lugar, porque no tienen en cuenta factores personales tan importantes como la fiscalidad, la planificación sucesoria, los cambios en perfil de riesgo, etc. Y, por último, porque a los clientes hay que tratarlos desde un punto de vista holístico donde intervengan otros factores, como creencias, aficiones, educación, formación de los hijos y, sobre todo, diversidad de productos e ideas de inversión, desde el mundo cotizado a los vehículos ilíquidos. Y eso no lo puede hacer un robot.
Desde Diaphanum siempre hemos creído que la relación con los clientes es a muy largo plazo. Que a través del asesoramiento independiente es más fácil establecer vínculos con los clientes más allá de la propia cartera financiera. Porque las necesidades de los clientes van experimentando cambios a lo largo del tiempo, así como sus preferencias, por no hablar de la propia mejora continua de sus conocimientos financieros.
Si soy empresario y, por circunstancias de la vida, vendo mi empresa (algo bastante usual hoy en día) me enfrentaría, de repente, a la gestión de una liquidez importante cuando previamente el grueso de mi día a día era la empresa. Y en esas circunstancias muchas veces el empresario se encuentra un poco desubicado puesto que la mayor parte de su balance pasa a ser liquidez en vez de su negocio. Ahí es donde el asesoramiento independiente se convierte en un aliado inmejorable, sin conflicto de interés y sin objetivos comerciales.
Queda claro, por tanto, que la IA ha venido para quedarse, pero en su justa medida.