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Elon Musk y el magnetismo del poder político

Desde la neutralidad tecnocrática hasta el coqueteo con el trumpismo, Elon Musk ha pasado de ser un visionario venerado por Silicon Valley a un actor político polarizador. ¿Cómo ha afectado este giro a sus empresas estrella, Tesla y SpaceX?

Elon Musk y el magnetismo del poder político
Publicado a 29/07/2025 18:23 | Actualizado a 01/08/2025 12:58

Elon Musk no es simplemente el hombre más rico del mundo o el fundador de empresas revolucionarias como Tesla y SpaceX. Es, desde hace al menos una década, una figura que encarna el mito del emprendedor-visionario: alguien capaz de alterar industrias enteras mientras proyecta ambiciones que bordean la ciencia ficción. Pero en los últimos años, ese mismo Musk ha comenzado a ocupar otro rol, más terrenal y menos consensual: el de actor político. Ya no solo diseña cohetes o coches eléctricos, también opina, influencia y confronta desde los terrenos movedizos de la política estadounidense e internacional.

Su acercamiento al poder no ha sido accidental ni lineal. Desde su breve paso por el consejo asesor empresarial durante el primer mandato de Donald Trump, pasando por su compra de Twitter -ahora X-, hasta su paso por el Departamento de Eficiencia Gubernamental (Department of Government Efficiency, DOGE), Musk ha recorrido un camino sinuoso que lo ha alejado de Silicon Valley y acercado a los bastiones ideológicos del conservadurismo estadounidense. En el proceso, ha provocado divisiones, tanto dentro de sus empresas como entre sus seguidores, y ha elevado una pregunta crucial: ¿puede un imperio empresarial sobrevivir al vaivén ideológico sin pagar un precio económico?

Desde los años de neutralidad estratégica hasta la reciente ruptura con Trump, analizamos cómo Elon Musk ha entrelazado sus negocios con la arena política y si ese matrimonio —tácito o explícito— ha terminado beneficiando o perjudicando sus principales intereses económicos: Tesla y SpaceX.

El ascenso del tecnócrata: la política como ruido de fondo (2002–2015)

En los años dorados del auge tecnológico posterior a la ‘burbuja de las puntocom’, Elon Musk se posicionó como una figura disruptiva, no por sus posturas políticas, sino por su ambición casi mesiánica de transformar la humanidad. Fundó SpaceX en 2002 con el objetivo de colonizar Marte y, más tarde, Tesla Motors se consolidó como una fuerza motriz en la transición hacia la movilidad eléctrica.

Durante más de una década, Musk evitó cuidadosamente identificarse con algún partido político. Su relación con Washington era funcional: buscaba subsidios, contratos y regulaciones favorables, pero rara vez se expresaba públicamente sobre ideologías. En 2010, Tesla recibió un préstamo del Departamento de Energía estadounidense por 465 millones de dólares, bajo la administración de Barack Obama. SpaceX, por su parte, comenzó a obtener contratos con la NASA en una etapa en que la privatización parcial del espacio era una idea aún experimental.

Musk se presentaba como un solucionador de problemas a largo plazo, no como un actor del corto plazo político. En una entrevista de 2013 con Business Insider, afirmó: «No me interesa la política, me interesa la supervivencia de la civilización». Pero la política, inevitablemente, comenzó a interesarse en él.

Donald Trump, la Casa Blanca y el primer giro: la tensión entre principios y negocios (2016–2018)

El 2016 marcó el inicio de un cambio de paradigma. Con la victoria de Donald Trump, muchos CEO de Silicon Valley tomaron distancia del nuevo presidente. Musk, sin embargo, optó por una estrategia diferente: aceptar un asiento en el consejo asesor empresarial de Trump.

Fue una decisión polémica. Musk justificó su participación diciendo que era mejor estar «en la mesa» que fuera de ella. Su presencia en el Consejo Asesor, junto a ejecutivos de empresas como IBM y GM, buscaba influir en políticas clave, desde energía hasta inmigración y comercio. Pero el costo reputacional fue inmediato: sectores progresistas y ambientalistas, hasta entonces fervientes defensores de Tesla, comenzaron a ver a Musk con sospecha.

En 2017, tras la retirada de Trump del Acuerdo de París, Musk renunció públicamente al consejo. «El cambio climático es real. Salir del acuerdo no es bueno ni para América ni para el mundo», tuiteó. Este gesto restauró parcialmente su imagen ante sus bases liberales, pero ya había cruzado un umbral: Musk había ingresado al juego político, y ahora todos observaban sus próximos movimientos.

Pandemia, redes sociales y polarización: el nacimiento del Musk político (2020–2022)

La pandemia de COVID-19 y el ascenso de la denominada cultura woke -conscientes- actuaron como catalizadores de un nuevo Elon Musk: más combativo, más ideológico, más impredecible. En 2020, Musk criticó abiertamente los confinamientos, calificándolos de «fascistas». También amenazó con mudar la sede de Tesla de California a Texas por las restricciones sanitarias y los impuestos estatales.

Fue en esta etapa en la que Musk comenzó a utilizar Twitter como plataforma no solo empresarial, sino ideológica. Desde allí cuestionaba la corrección política, atacaba a los medios y coqueteaba con teorías libertarias. Su cambio de residencia fiscal a Texas y su acercamiento al discurso conservador fueron celebrados por sectores republicanos que hasta entonces lo veían como un «techno-liberal».

En 2022, Musk anunció que había dejado de votar por los demócratas y que lo haría por los republicanos, a quienes calificó como «el partido del sentido común». También atacó al presidente Joe Biden por no mencionar a Tesla como pionero en la industria de vehículos eléctricos, lo cual interpretó como un desaire político intencional.

Fue en ese contexto en el que Musk inició la compra de Twitter (ahora X), una jugada que tuvo tanto implicaciones económicas como simbólicas: la adquisición de una plataforma convertida en campo de batalla ideológico.

El trumpismo como aliado táctico: 2023–2024

El viraje se consolidó con la progresiva normalización de Donald Trump en la esfera pública tras los disturbios del Capitolio en 2021. Aunque en aquel momento Musk no había declarado abiertamente su apoyo a Trump como candidato en 2024, sus gestos eran elocuentes. Desde permitirle volver a X tras levantarle el veto, hasta mantener conversaciones personales con él, Musk se había vuelto un facilitador clave del regreso de Trump al centro del debate político.

En paralelo, las posiciones de Musk respecto a temas como la inmigración, la libertad de expresión o su cruzada contra el «wokeismo», lo alinearon cada vez más con el ideario del movimiento de Trump. Desde entonces ha promovido cuentas y medios conservadores, criticado universidades progresistas, y defendido teorías del “declive occidental” que antes eran marginales.

La creciente politización de Musk tuvo consecuencias: algunos inversores institucionales empezaron a preguntarse si Musk seguía siendo un CEO comprometido con los intereses económicos de sus compañías, o un ideólogo con una agenda personal.

Impacto en los negocios: ¿beneficio táctico o riesgo estratégico?

Tesla: de héroes a villanos

Tesla, que fue durante años el «niño mimado» de los ambientalistas, ha empezado a perder tracción entre los consumidores progresistas. Encuestas de Morning Consult y YouGov entre 2023 y 2024 muestran un descenso en la simpatía hacia Tesla entre votantes demócratas, especialmente entre los más jóvenes. Al mismo tiempo, los autos eléctricos han dejado de ser símbolo de la izquierda para convertirse, en parte, en un terreno disputado políticamente.

Tanto es así, que algunos accionistas llegaron a demandar al consejo de administración por no controlar sus excesos. En 2024, Musk respondió asegurando que su enfoque era «de largo plazo» y que «los clientes buscan excelencia, no ideología». En 2025, las acciones de la compañía han sufrido una caída de más del 25  % en lo que va de año, destacando un desplome del 15 % en un solo día de junio tras un enfrentamiento público entre Elon Musk y Donald Trump, que borró más de 150.000 millones de dólares en capitalización y redujo en más de 30.000 millones el patrimonio personal de Musk.

Aunque Tesla ha recuperado parte del terreno perdido, su cotización sigue por debajo de los máximos anuales y continúa expuesta a una alta incertidumbre política y comercial.

SpaceX: contratos estatales y juego de equilibrios

SpaceX ha logrado mantener una mejor relación con el Estado, gracias a su rol insustituible en los lanzamientos de la NASA y las Fuerzas Armadas. De hecho, bajo la administración de Biden, la empresa recibió nuevos contratos por miles de millones. Sin embargo, algunos legisladores demócratas expresaron preocupación por la influencia geopolítica de Starlink —el sistema de satélites de SpaceX—, especialmente cuando Musk se negó a usarlo en ciertos contextos bélicos, como Ucrania o Gaza.

Esta tensión entre empresa privada y política abrió un nuevo frente en el que Musk supo utilizar Starlink como instrumento de su visión política personal.

La ruptura definitiva entre Musk y Trump

En junio de 2025 se produjo un giro dramático en la relación entre Elon Musk y Donald Trump, hasta entonces una alianza inesperadamente sólida: el detonante fue la legislativa One Big Beautiful Bill Act, el plan de Trump para combinar recortes fiscales y grandes inversiones. Musk criticó duramente la ley, calificándola de «disgusting abomination» -abominación repugnante-, impulsando un enfrentamiento público que escaló rápidamente.

La contienda estalló el 5 de junio, cuando Musk acusó a Trump de estar «in the Epstein files» en un mensaje en X, sugiriendo que esa era la verdadera razón detrás del retraso en publicar dichos documentos. Trump respondió con golpes bajos: lo acusó de haber perdido la razón, ordenó revisar los contratos federales con Tesla, SpaceX y Starlink, y advirtió de «serias consecuencias» si Musk financiaba candidatos demócratas.

El impacto fue inmediato y profundo. Las acciones de Tesla cayeron entre un 14 % y 15 %, borrando aproximadamente 150.000 millones de dólares de su valor bursátil en solo un día. Una encuesta AP-NORC reveló que el apoyo de los republicanos hacia Musk también se derrumbó, con el porcentaje de «muy favorable» bajando de 38 % en abril a 26 % tras el enfrentamiento.

Aunque Musk intentó bajar las tensiones, borrando algunos mensajes y publicando disculpas —como reconocer que sus tuits «fueron demasiado fuertes» —, Trump mantuvo su postura. Declaró que no tenía intenciones de reconciliarse, que Musk «se volvió loco» y que no quería volver a hablar con él, pese a que Musk había sido fundamental para su campaña.

Lo que empezó como un acercamiento estratégico entre visionario y política terminó en una ruptura pública y amarga. Las consecuencias han sido inmediatas: Musk perdió influencia dentro del equipo Trump, el valor bursátil de Tesla sufrió un desplome, y su popularidad tanto entre republicanos como entre demócratas se resintió. Así, la historia de un genio interactuando con el poder político culmina con una lección clara: al final, incluso los pactos más oportunistas pueden explotarte en la cara.

¿Un genio acorralado por sus pasiones?

El acercamiento de Elon Musk a la política norteamericana, y en particular al espectro trumpista, no fue un salto repentino, sino una deriva progresiva que combinó cálculo empresarial, reacción cultural y ambición personal. Aunque ha ganado aliados en la derecha, ha perdido una parte significativa del capital simbólico que tenía en sectores progresistas, académicos y financieros.

La gran pregunta es si Musk está apostando por una nueva élite política —menos globalista, más nacionalista— o si simplemente está siguiendo el instinto de un outsider que nunca toleró que lo encasillaran.

En cualquiera de los casos, su historia demuestra que, en el siglo XXI, ningún genio empresarial puede escapar del campo gravitacional de la política.

Firma
Fotografía de Borja RamírezBorja RamírezGraduado en Periodismo por la Universidad de Valencia, está especializado en actualidad internacional y análisis geopolítico por la Universidad Complutense de Madrid. Ha desarrollado su carrera profesional en las ediciones web de cabeceras como Eldiario.es o El País. Desde junio de 2022 es redactor en la edición digital de Economía 3, donde compagina el análisis económico e internacional.
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