México y Canadá buscan acuerdos in extremis y la UE tantea una alianza con Japón

A menos de tres semanas de que entren en vigor los nuevos aranceles estadounidenses del 30 % a productos de países aliados, la política comercial del presidente Donald Trump vuelve a colocar a socios históricos contra las cuerdas. Con el 1 de agosto como fecha límite, el presidente estadounidense ha enviado cartas formales a sus principales socios comerciales anunciando nuevos aranceles del 30 %.

La medida, que afecta directamente a economías como la de la Unión Europea, México, Japón o Canadá, marcando un giro agresivo en la estrategia de presión negociadora del mandatario republicano, que busca reducir el déficit comercial e incentivar la relocalización de la producción en territorio estadounidense.

El objetivo declarado es reducir los persistentes déficits comerciales de EE.UU., pero también incentivar que las empresas extranjeras fabriquen dentro del país. Trump ha insistido en que los aranceles no se aplicarán si las compañías deciden trasladar su producción a territorio estadounidense, en línea con su retórica de «America First». Sin embargo, la decisión ha generado malestar incluso entre aliados tradicionales, que temen una espiral proteccionista con efectos recesivos.

Aunque la administración insiste en que está «abierta a negociar», la redacción de las misivas sugiere que los términos ya están prácticamente definidos. Esta estrategia parece diseñada tanto para forzar concesiones rápidas como para marcar territorio frente a sus votantes, que siguen viendo en su política comercial una demostración de fuerza nacional.

Europa entre el diálogo y la firmeza

La Unión Europea ha reaccionado con cautela. Aunque Bruselas ha reiterado su disposición a dialogar, en los pasillos de la Comisión Europea (CE) crece la presión para no ceder fácilmente ante las amenazas de Washington. El comisario europeo de Comercio, Maros Sefcovic, ha iniciado contactos con la administración estadounidense para intentar reconducir la situación antes del 1 de agosto, pero algunos Estados miembros reclaman una posición más firme.

La posibilidad de represalias ha sido planteada en reuniones internas, aunque sin un consenso claro. Países como Francia y Alemania están preocupados por el impacto directo en sus exportaciones industriales, mientras que los del sur temen una mayor desaceleración si se rompe el flujo comercial transatlántico. En paralelo, Bruselas ha acelerado contactos diplomáticos con Japón para formar una «alianza por la competitividad» que refuerce su autonomía económica y su posición en las cadenas de suministro globales.

Esta alianza con Japón busca blindar sectores estratégicos como las materias primas críticas, la defensa y la energía. No es casual: tanto Tokio como Bruselas perciben que el orden económico internacional basado en reglas está siendo sustituido por uno más fragmentado, volátil y marcado por presiones bilaterales. Trump ha evitado referirse a esta maniobra, pero es evidente que el acercamiento euro-japonés es una respuesta directa a la agresividad de Washington y de Pekín.

México busca una salida pactada

México ha optado por una estrategia más conciliadora y de «cabeza fría». La presidenta Claudia Sheinbaum anunció que su gobierno está a punto de cerrar un acuerdo integral con EE.UU. que abarcaría no solo comercio, sino también seguridad y migración. El objetivo es evitar la imposición de los aranceles del 30 % a productos no cubiertos por el T-MEC. La propuesta mexicana incluye cláusulas sobre inversión y cooperación regional que, según Sheinbaum, reconocen la soberanía de ambas partes.

Las conversaciones se han intensificado en las últimas semanas, con visitas de altos funcionarios mexicanos a Washington. Según trascendió, el gobierno de EE.UU. ha mostrado receptividad a la idea de un pacto global, aunque aún quedan aspectos técnicos por resolver. El componente de seguridad, en especial la lucha contra el tráfico de drogas y armas, se perfila como uno de los puntos clave para cerrar el acuerdo.

Desde el punto de vista económico, México se juega mucho. Aunque más del 60 % de sus exportaciones están amparadas por el T-MEC, el Banco Nacional de México (Banamex) estima que el arancel efectivo promedio pasaría del 4,3 % al 5 %, con picos del 15 % en autopartes y del 50 % en acero o aluminio fuera del tratado. El impacto podría ser especialmente severo en el norte del país, donde se concentran los clústeres industriales más integrados con EE.UU.

Canadá también en el punto de mira

Canadá ha recibido la misma carta que sus socios, confirmando que los aranceles del 30 % también le serán aplicables a partir del 1 de agosto si no se logra un nuevo entendimiento. El primer ministro Justin Trudeau ha convocado reuniones urgentes con su equipo económico y comercial, y ya ha entablado conversaciones con altos funcionarios estadounidenses. Aunque Ottawa prefiere no entrar en confrontación directa, la preocupación por el impacto en sectores clave como la madera, la automoción y el acero es evidente.

Las relaciones comerciales entre EE.UU. y Canadá han sido tradicionalmente estables, pero la tensión ha ido en aumento desde que Trump regresó al poder. El T-MEC sigue vigente, pero muchos productos no entran en su paraguas o enfrentan disputas técnicas por reglas de origen y contenido nacional. Trudeau ha señalado que su gobierno defenderá a los trabajadores canadienses y que cualquier decisión arbitraria será combatida en foros internacionales si es necesario.

El caso canadiense es particular: aunque es uno de los principales socios comerciales de EE.UU., también compite directamente en sectores altamente protegidos por la política industrial de Washington. Las industrias forestal y energética, especialmente en provincias como Alberta y Columbia Británica, podrían ser duramente golpeadas por los nuevos aranceles, lo que ha llevado a Trudeau a buscar apoyo diplomático dentro del G7 para ejercer presión conjunta.

Un pulso global con fines políticos

Más allá de los datos técnicos, la nueva ofensiva arancelaria de Trump tiene una evidente lectura política. En un año electoral, el mandatario busca exhibir liderazgo y recuperar parte del voto industrial que lo respaldó en 2016. Las cartas enviadas a sus socios no son solo una advertencia comercial, sino un mensaje a su electorado: «Estoy dispuesto a ir hasta el final para proteger los empleos estadounidenses».

Esta estrategia no es nueva, pero se ha sofisticado. A diferencia de sus primeros años de mandato, cuando las tensiones comerciales eran más improvisadas, el equipo de Trump ha optado ahora por una presión organizada y simultánea sobre varios frentes. Así, ha logrado reactivar el foco geopolítico en torno a EE.UU., obligando a sus aliados a reaccionar rápida y coordinadamente, lo que no siempre es posible en contextos multilaterales como la UE.

Queda por ver si la escalada se detendrá antes del 1 de agosto o si, por el contrario, dará lugar a una nueva fase de guerra comercial. En cualquier caso, lo que está claro es que el tablero global ha vuelto a cambiar, y esta vez los actores no se enfrentan únicamente a un dilema económico, sino a una redefinición completa del orden comercial y político que ha regido el mundo desde el final de la Segunda Guerra Mundial.