Cuatro décimas. Eso es lo que le falta al planeta para entrar en una fase de apocalipsis meteorológico. Vayan cogiendo el paraguas, las gafas de sol, el traje de buzo y la cantimplora, todo a la vez, porque si la temperatura alcanza los 1,5 grados de subida por encima de los niveles preindustriales, asistiremos a un espectáculo imparable de olas de calor, inundaciones, escasez de agua y tsunamis. Que no cunda el pánico, recuerden que solo vamos por los 1,1 grados celsius, tal y como se reveló en la inauguración de la COP26.
Y, con relación a esta, es curioso como aún antes de dar por concluida la cumbre del clima presente ya se estaba pensando en la siguiente. “Deja para mañana lo que puedas hacer hoy”. ¿O era al revés?
“Más vale poco que nada”, responden algunos, mientras otros preguntan si hemos alcanzado por fin el punto en el que la sostenibilidad ya no admite pequeños pero alcanzables objetivos, sino grandes y ambiciosos. Lo cierto es que Glasgow, anécdotas presidenciales aparte, no dio para mucho más que un par de titulares completamente ajenos al tema que ocupaba el encuentro. Porque siendo sinceros, ¿algún ciudadano de a pie podría resumirme a viva voz cuáles fueron las conclusiones de allí extraídas sin echar mano de ningún buscador de internet? Quizá, quien mejor resumió el evento fue la joven activista sueca Greta Thunberg, quién definió los acuerdos entre los países firmantes como un auténtico “bla bla bla”.
¿Realmente se extraen proyectos concretos y tangibles de este tipo de encuentros? ¿Qué pasa con las conclusiones de cada una de las cumbres? ¿Adónde van a parar? ¿Será el de 2022 un clon del último y, antes de dar comienzo, ya se estará pasando la pelota al número 28? Solo el tiempo lo resolverá. Literalmente.