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Los condes de Ripalda, propietarios, inversores y mecenas de la ciudad

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Propietario. He aquí una palabra que se ha desdibujado con el tiempo, pero que en el siglo XIX se aplicaba a aquellas personas que se dedicaban principalmente a administrar sus propiedades, sus fincas y bienes. Y que, en ocasiones, aunque no siempre, tenían tiempo y capacidad para desplegar otras ocupaciones en la cultura, en la política o en el bienestar general de la sociedad. Uno de ellos, y no pequeño, fue José Joaquín Agulló y Ramón de Sentís Sánchez de Bellmont y Ripalda. Y junto a él y después de él, su esposa, María Josefa Paulín y de la Peña. Si él colaboró en la fundación de la Cruz Roja Española, ella levantó en Valencia un castillo de leyenda, que sigue siendo emblema perdido de la ciudad.

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No se puede disociar a los personajes de esta historia, grandes propietarios ambos y promotores activos de un patrimonio cultural que dejó a su paso muchas huellas en la ciudad. José Joaquín Agulló, más allá de administrar sus bienes, participó activamente en la vida cultural y en la prosperidad de Valencia; pero ella, al enviudar, emprendió su propio camino e hizo otro tanto, para colaborar en el progreso de la ciudad. La vida de ambos llenó, en todo caso, la segunda mitad del siglo XIX.

José Joaquín procedía de una familia de origen navarro, los Ripalda y Marichalar. Como se suele decir, era una estirpe de rancio abolengo, con propiedades en el Reino de Valencia desde el siglo XVIII. Además de VI conde de Ripalda, era IV marqués de Campo Salinas.

Y en 1857 se casó con una dama que llevaría el título de Ripalda hasta su muerte, en el año 1895, pero que aportó al matrimonio muchas y notables propiedades en tierras, fincas rústicas y urbanas y, sobre todo, esos otros títulos que tanto contaban en su tiempo como complemento de los aristocráticos: los títulos de la deuda, las acciones y participaciones en sociedades de inversión.

Quizá en los ferrocarriles que se desplegaron por España durante el reinado de Isabel II o en compañías de seguros en cuyo consejo aparece el conde de Ripalda ocasionalmente.

José Joaquín Agulló nació en Valencia en 1810; María Josefa Paulín era más joven y también nació en la ciudad. De sus propiedades se han destacado grandes fincas agrícolas en la zona de Alfafar. Tierras que, en su origen, eran de secano y estaban dedicadas al cáñamo, una fibra cuyo cultivo era una gran inversión en la era anterior a la de la naranja.

Pero también eran propietarios en la ciudad de Valencia: la calle de Ripalda existe porque allí estuvo el Hort de Cameta, una razonable finca urbana, situada en el actual barrio del Carmen, que daría paso a construcciones.

Cerca está la calle de Sogueros, donde se ubicaba el Gremi dels Soguers; de la zona nacieron kilómetros de sogas y maromas, destinadas, sobre todo, a la navegación y la construcción.

Academia de Bellas Artes

La vinculación monárquica de José Joaquín era notoria. De ahí que se cite el largo poema que escribió en el año 1846, usando solamente palabras monosílabas en valenciano, en honor de Isabel II, cuando la reina se casó con su primo don Francisco de Asís.

El propietario, que destilaba sus notables aficiones literarias en la revista valenciana El Fénix, fue presidente de la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos entre 1860 y 1868, años clave para la consolidación del Museo de Bellas Artes en los claustros del antiguo monasterio del Carmen.

Las obras de arte procedentes de los conventos desamortizados se fueron reuniendo en aquel centro, y muchas de ellas se salvaron de su exportación gracias a los académicos con vocación de mecenas, que lograron también que los artesonados de la antigua Casa de la Ciudad, en ruinas y finalmente derribada, terminaran reubicados en la Lonja y no fueran destinados para leña, como algunos incultos pretendieron.

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Real Sociedad Económica

Como buen caballero ilustrado, Agulló colaboró activamente con la Real Sociedad Económica de Amigos del País, donde fue director del Boletín de la institución, que reúne las principales innovaciones de la agricultura y la técnica del momento.

Es un tiempo, hay que recordarlo, en la que la pebrina, enfermedad del gusano de seda, estaba dejando anclada la industria textil, de modo que las enormes plantaciones de morera que había en la huerta de Valencia y en La Ribera se fueron transformando en naranjales, gracias a la roturación de tierras y a la nueva ingeniería de perforación de pozos de agua y extracción con máquinas de vapor.

El matrimonio vivía en una mansión de la plaza de la Pelota (hoy de Mariano Benlliure), dotada de una notable colección de arte y una gran biblioteca.

La actividad de José Joaquín Agulló para la Real Sociedad Económica de Amigos del País (RSEAP) ha dejado interesantes estudios de agronomía, en una especialidad, la de los riegos y predicción de lluvias, en la que fue líder. Las “cartillas” de divulgación que él preparó ayudaban a los jóvenes y a los agricultores sin formación a conocer las mejores técnicas de la agricultura moderna.

Especializado en el cultivo del cáñamo, una fibra entonces imprescindible para confeccionar cordajes, alpargatas y sacos, en la Exposición de 1867 estuvieron expuestos sus trabajos en ese campo de la industria de origen agrario.

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